Se nos fue la bola... y la bolera también
La Habana/Muchos la recuerdan como un lugar de escape en medio de los rigores económicos de los años noventa. La bolera de la Sala Polivalente, una mole fea de hormigón y acero construida para los XI Juegos Panamericanos en 1991, es hoy un lugar con la puerta tapiada donde algunos se aman furtivamente en la noche y otros practican la trompeta o el saxofón.
La nave de la bolera, actualmente vacía, está situada frente a la Terminal de ómnibus nacionales, a pocos metros de una ceiba donde las leyendas urbanas dicen que en los años 70 estuvo amarrada una elefanta. En la misma época en que el lugar era un espacio recreativo infantil con estrella y montaña rusa conocido como la Feria de la Juventud.
El pasatiempo de lanzar la pelota contra los bolos fue considerado una práctica burguesa a partir de 1959. Sus locales cayeron en desgracia y las familias perdieron el hábito de acudir a ellos. La Revolución tardó más de treinta años en construir su primera bolera. En el verano de 1991 el periódico Juventud Rebelde anunciaba la apertura de una de estas salas ubicada en el complejo deportivo Sala Polivalente Ramón Fonst de la avenida Rancho Boyeros. El decir popular rebautizó el sitio como "Policaliente" debido a las altas temperaturas que alcanzaba su estructura de metal cuando le daba el sol.
En la misma página del periódico donde se mencionaba la puesta en marcha de la bolera, los titulares internacionales hablaban de la disolución del PCUS en la Unión Soviética y el desmontaje de las estatuas de Lenin y Marx. El campo socialista se deshacía a pedazos, mientras Cuba estaba a un paso de caer en la más profunda crisis económica de su historia.
Un jugador de bolos de aquellos años recuerda que al principio la bolera tenía cierto glamour. "A la entrada te entregaban un tipo de calzado específico, como mocasines, para caminar sobre el piso de madera encerado. Después desaparecieron estos zapatos y se jugaba solo en medias. Al final no importaba si te quitabas los zapatos", confirma con tristeza.
El sitio se convirtió también en un punto de reunión de adolescentes y jóvenes. Pero los apagones frustraban el juego y la oportunidad de sociabilizar. La bolera no abría ya con regularidad. Al cabo de cuatro años, cuando llovía, se mojaban las máquinas, los pisos encerados y la cafetería. Todo por falta de mantenimiento. Los techos simplemente colapsaron y así murió la bolera. En 1995 todo el equipamiento para jugar fue trasladado a Varadero, al "Todo en Uno" de la calle 54 y para "uso turístico".
El lugar donde había estado la bolera empezó a servir para otros propósitos. Cerrada y abandonada se convirtió en zona de ligue amatorio, espacio de tolerancia sexual en medio de la ciudad, muy cerca de la Plaza de la Revolución y del Ministerio del Interior.
Parte de la comunidad LGBT se citaba en la antigua bolera, adonde también acudían vagabundos, gente sin rumbo y sin techo. Esto obligó a un cambio en su arquitectura. Ya no hay puerta de entrada. Ha sido tapiada con una muralla de bloques de cemento para impedir el acceso a un lugar que se sigue deteriorando con el tiempo.
Como parte de su actual carácter multipropósito acuden allí saxofonistas, trompetistas, violinistas, a ensayar sus partituras en las áreas exteriores. El sitio parece tener cualidades acústicas, a lo que ayuda el hecho de que hay pocas viviendas en sus alrededores.
Los trabajadores que reparan el ala de la Sala Polivalente, donde están las canchas de baloncesto y voleibol, utilizan también la nave abandonada para colgar ropa de trabajo, guardar termos de comida y algunas de las herramientas que utilizan.
Las áreas exteriores, mal iluminadas, fueron el escenario de varios asaltos y arrebatos de cartera, además de algún que otro hecho de sangre. De ahí que ahora tenga protección policial y se hayan reinstalado las lámparas que iluminaban los alrededores. Un custodio estatal cuida el interior del lugar y mantiene a raya a los posibles intrusos.
Ya no hay risas ni el ruido de las bolas deslizándose. Las placas de metal que conforman el edificio se han ido oxidando con el tiempo y de la bolera apenas queda el recuerdo y los interrogantes recurrentes de los niños que preguntan a sus padres: "¿Y ese lugar, qué cosa es?"