Los 'buquenques' deciden quién viaja en la terminal de Villanueva, en La Habana

Se organizan en una "red", saben cuándo viene la Policía y están atentos a los delatores, asegura el jefe de la estación

La "manada" de 'buquenques' acosa a los viajeros apenas llegan a Villanueva
La "manada" de 'buquenques' acosa a los viajeros apenas llegan a Villanueva / 14ymedio
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24 de agosto 2024 - 14:41

El director de la terminal de ómnibus de Villanueva, en La Habana, tiene en la mira a los buquenques, los “lobos feroces” sin cuya intervención es imposible contar con un lugar privilegiado en la lista de espera. Negociantes ágiles y turbios, saben los horarios y carecen de piedad a la hora de estafar al viajero desesperado. Yanniel Pantoja dice estar en plena cacería y advierte de que tiene a la Policía al alcance de una llamada. 

No obstante, el funcionario admite que la situación escapa a su control y no se resuelve con un simple llamado de atención. Ni siquiera con una multa. Su entrevista concedida este viernes a Bohemia es una petición de auxilio a autoridades de “más arriba” para que intervengan. 

Ante la indefensión de los viajeros, Pantoja aporta al menos algunas pistas para reconocer a los buquenques, que prefieren autodenominarse –no sin cierta elegancia– “gestores de pasaje”, aunque los de Villanueva no tienen licencia para ello. El funcionario habla de personas que “han dedicado sus vidas” a ganarse el pan de esta manera. Él mismo, desde que llegó al cargo, ha sido testigo de esas “carreras” laborales. 

Aunque tienen un poder casi absoluto sobre la reventa de pasajes, les gusta estafar y quieren el dinero para comprar alcohol y drogas

En experiencia de Pantoja, el buquenque tiende al alcoholismo: aunque tienen un poder casi absoluto sobre la reventa de pasajes, les gusta estafar y quieren el dinero para comprar alcohol y drogas. El directivo asegura que los “efectos” de sus acciones –la estafa y las consecuencias de su adicción– las sufre el ambiente de Villanueva, que permanece caldeado “las 24 horas, los 365 días del año”. 

Se supone que está prohibido que un buquenque y un chofer –estatal o privado– negocien, pero esa ley solo funciona “dentro del área de la terminal”. Si el estafador se hace informar de los itinerarios o recibe información privilegiada de los conductores fuera de Villanueva, Pantoja no puede hacer nada. 

Un buquenque jamás fija una tarifa; trabaja sobre un precio ya establecido, que eleva cuanto quiere y en dependencia de la demanda. “La cuantía sobrepasa los 1.000, 1.500 o más pesos”, informa el funcionario. “Y si el pasajero se descuida, es posible que le lleven el dinero completo”. Cobran en efectivo, nunca aceptan transferencias. “No quieren dejar rastros”, concluye. 

Pantoja no deja de señalar detalles pintorescos de sus antagonistas, como su cualidad de ser “psicólogos” –de solo ver a un pasajero saben cuánto dinero le podrán sacar– o su vestimenta, “un tanto estrafalaria” por tratarse de personas no pocas veces marginales o alcohólicas. Otros, describe, “llevan ropa más fina y son los más engañosos”.  “Tratan de ser sociables, serviciales, se adaptan a las circunstancias; son muy comprensivos y considerados para atraer a la persona interesada en viajar: son excesivamente amables”, enumera.

El sistema de transporte está en perpetua crisis y los viajeros no entran a una terminal, sino a una jungla
El sistema de transporte está en perpetua crisis y los viajeros no entran a una terminal, sino a una jungla / 14ymedio

Los buquenques de Villanueva ya no actúan de forma aislada. Como buenos “lobos”, han organizado a la manada y “han creado una red”. El objetivo no es solo económico sino de supervivencia: “Se informan acerca de cualquier operativo, cuando hay visitas en la terminal, y la rutina diaria de nuestro trabajo, porque ellos la estudian y la conocen bien. De más está hablar de cuando a alguno de ellos una persona les parece sospechosa”. 

A veces, sin embargo, son despistados. Lo sabe bien uno de los periodistas de Bohemia que entrevistó a Pantoja y que, al llegar a la terminal, fue recibido por un negociante. “Era tan fuerte la lidia que ni siquiera se fijó en el rótulo que identificaba  al vehículo”, ironiza.

Pantoja no sabe exactamente cuántos son pero asegura que “son un grupo grande” con el que sostiene una guerrita. La situación ya de por sí es “tensa” con el transporte, lamenta, y los buquenques saben que la gente culpará en primer lugar al Gobierno, por eso muchas veces utilizan los nombres de los funcionarios de la terminal –”nos conocen”, advierte– o remiten al propio Pantoja si el cliente tiene quejas. 

El buquenque ya ni siquiera le tiene miedo a la Policía, clama el funcionario. “Se han realizado operativos, pero vuelven. Pienso que es hora de que pase algo, porque yo he lidiado con los reincidentes, con los nuevos, y prácticamente me he tenido que poner al nivel de ellos y preguntar: ¿hasta cuándo?”. 

Hay “lobos feroces” en todas las terminales de Cuba, y a menudo su relación con los directivos es mucho menos ríspida que la descrita por Pantoja

Hay “lobos feroces” en todas las terminales de Cuba, y a menudo su relación con los directivos es mucho menos ríspida que la descrita por Pantoja. Sus negocios –sin los cuales los viajeros no podrían moverse de una provincia a otra– pasan por la oficina del director y cuentan con el caso omiso de la Policía. En Villanueva, donde la situación no se puede ocultar, el verdadero enemigo del buquenque son sus colegas, que se disputan al cliente en “fuerte competencia”. 

Uno de los entrevistadores de Pantoja cuenta que trataron de cobrarle 4.500 pesos por un falso pasaje a Sancti Spíritus, aun cuando la terminal bullía de viajeros agobiados. La rapidez del proceso lo sorprendió. “Acababa de lanzarme al terreno del hampa”, fue su conclusión al ver los movimientos del buquenque, que se movía por Villanueva a toda velocidad. “Yo le preguntaba dónde estaba el ómnibus en el que viajaría; solo se limitaba a responder: ‘Busca a las personas, que de lo otro me encargo yo’”.

Cuando el reportero empezó a fingir que no encontraba a sus supuestos compañeros, el buquenque –de unos 30 años– montó en cólera. Fueron 20 minutos de tensión en los que el falso viajero pensó que habría consecuencias más graves, puesto que su equipo periodístico ni siquiera conocía sus intenciones. 

Bohemia reserva para el final los peores insultos a los buquenques: “sanguijuelas”, “connotados parásitos de la sociedad”, “personas que vociferan y tratan de convencer” –según el diccionario– o “plaga”. Sin embargo, la revista no se pregunta por qué surgieron estos personajes y en qué condiciones operan. Los buquenques son hijos de su circunstancia: un país cuyo sistema de transporte está en perpetua crisis y en el que los viajeros no entran a una terminal, sino a una jungla.

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