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"El 502 de la calle Industria se está cayendo a pedazos con nosotros dentro"

"A veces cuando viene Díaz-Canel o cualquier otro jefe nos obligan a cerrar las puertas y ventanas de los balcones que dan al Capitolio y a permanecer dentro del edificio hasta que pasen"

El edificio 502 está para derrumbe según sus habitantes, y nadie hace nada por resolver sus peticiones de reparación. (14ymedio)
Luz Escobar

22 de mayo 2022 - 15:00

La Habana/Sorteando las goteras, las grietas en el suelo y los puntales que van del techo al suelo, Yamila, con una bolsa en cada mano, baja la precaria escalera del edificio que hace esquina en la calle Industria con Barcelona. La mujer, de unos 50 años, lleva 20 viviendo en el inmueble que antes de 1959 era conocido como el hotel Gran América. El edificio, ubicado justo al fondo del Capitolio, era famoso por sus vistas y se vendía entonces como "la casa preferida" por las familias que "gusten de vivir bien y económico".

"Esto está en muy mal estado y nadie nos dice nada, el aguacero de hace unos días acabó con todo. Los tres pisos de al lado de mi puerta se cayeron el 17 de noviembre de 2020 a las doce de la noche exactamente. Yo le escribí a la primera secretaria del Partido y fue por gusto, no hay respuesta", lamenta la mujer.

Cuenta que ella trabaja hace años en la Oficina del Historiador de la Ciudad y su trabajo es "hacer casas" para los demás. "Ahora mismo estoy haciendo un edificio de viviendas y me pregunto, ¿y al 502 cuándo le toca? Esta cuadra está en llamas completa, se está cayendo todo a pedazos, aquí los pisos están hundidos y nadie hace nada".

Explica que para ir lidiando con la situación ella y otros vecinos "le pasan la mano a la casa por dentro para evitar tragedias" y van haciendo pequeños arreglos, pero que al final todo el esfuerzo es en vano. También dice que ya algunas familias "que tienen para donde irse" se han mudado y dejado sus apartamentos cerrados.

"No recuerdo la fecha, antes el edificio estaba catalogado como inhabitable/reparable pero ya no, ya está para derrumbe"

"Lo que pasa es que muchos no tenemos otro lugar y tenemos que quedarnos aquí aunque sea peligroso. No recuerdo la fecha, antes el edificio estaba catalogado como inhabitable/reparable pero ya no, ya está para derrumbe pero no pasa nada y se está cayendo a pedazos con nosotros dentro", advierte.

Yamila asegura que, como parte de su trabajo, participó en los preparativos del 500 aniversario de La Habana y en la reconstrucción que se hizo del Capitolio para esa fecha. "Se invirtió mucho en eso y ¿entonces? ¿De qué estamos hablando? ¿Y nosotros? ¡Ah!, pues seguimos viviendo en una zona de desastre, sin las condiciones mínimas para un ser humano, no hay nadie que viva aquí como un ser humano, yo no me voy a ir a un albergue porque eso es un peligro también".

Sobre los huecos que se han ido abriendo en el piso los vecinos han puesto tablas o piedras, el tablón más grande está en el último piso y lo han bautizado como "el puente de Brooklyn".

Un joven vecino que prefirió no decir su nombre cuenta que cuando se fue a vivir a ese edificio no estaba en tan malas condiciones. "Me mudé para acá cuando tenía siete años y tengo 34. Aquí en esa pared de la entrada había un espejo grande con dos muñecas de porcelana en cada esquina", recuerda.

Hace unos años hubo un incendio que deterioró varios pisos y cuenta que "entre el agua y los años" se ha desplomado casi completa en esa parte del inmueble y que ya pocos se atreven a acercarse a esa zona. Mostrando los restos de una cocina calcinada dice: "El incendio fue ahí. Vivía una madre con tres hijos, uno de ellos falleció porque el nerviosismo le dio por meterse en el baño y en lo que llegaron los bomberos ya fue muy tarde".

Detalla que ya mucho antes del incendio habían apuntalado toda la estructura por dentro "porque el piso estaba hundido" y seguía cediendo con el paso de los años. "Algunos, los que han podido, se han mudado con familiares. Ahora mismo hay unos 30 apartamentos ocupados por distintas familias, estamos erizados porque a cada rato se desploman pedazos del techo porque la madera está partida", dice mientras sube una escalera de caracol que parece estar a punto de derrumbarse.

Como si se tratara de una joya, señala a un pequeño ascensor y asegura que funciona, pero que no se usa siempre porque los vecinos se han puesto de acuerdo y está "reservado solamente para una vecinita que es impedida física". Con orgullo asegura que se trata del "primer elevador que hubo en La Habana" y agrega: "Es marca Otis".

De uno de los pasillos sale Alcides Martínez Borges, de 48 años, doce de ellos viviendo en ese inmueble. "Todo se mueve de solo pisar el suelo, todo se estremece, todo el tiempo me cae agua del techo, piedras, pedazos de madera que se han venido abajo completos. Esa viga de allá está partida, cuando se pudra eso viene abajo también cualquier día de estos", se queja. "Vivienda aquí no resuelve nada, hace mucho levantamientos, muchas reuniones pero al final es por gusto, nadie da una respuesta", remata Martínez.

Además puntualiza que le toca al Gobierno tomar cartas en el asunto porque se trata de un edificio multifamiliar. "Si el Gobierno no da materiales ni da nada ¿cómo se va arreglar?".

"Ya yo no tengo ni miedo de caminar por aquí, que pase lo que vaya a pasar. Hace ya varios días que llovió y mira, todavía tengo la palangana puesta. Y eso que esto queda en la parte de atrás del Capitolio, el mismísimo Parlamento, que es para que ellos allá tuvieran la vista de preguntarse: ¿cómo están las condiciones del 502?, pero nada. Pasa Raúl, Díaz-Canel, y nadie entra aquí a mirar como sí están haciendo en algunos pueblos y barrios por ahí, nadie ha tenido el valor de venir a ver cómo vivimos y están a 10 pasos de nosotros que los tenemos que ver cuando entran y cuando salen", agrega sin dejar de mirar las vigas del techo.

Un vecino lo interrumpe y puntualiza: "A veces cuando viene Díaz-Canel o cualquier otro jefe nos obligan a cerrar las puertas y ventanas de los balcones que dan al Capitolio y a permanecer dentro del edificio hasta que pasen".

Subiendo por la escalera de caracol, al final del pasillo del segundo piso vive Roersis Ferrera Reyes, de 58 años. Lleva 10 años viviendo en ese apartamento pero lo conoce de hace mucho más porque antes vivió su madre por casi 20 años. Coincide con sus vecinos de que "la mayor afectación" que tiene que sufrir es la filtración de los techos cuando llueve: "Sobre todo en el cuarto, cuando ponen el agua en el edificio muchas se desbordan algunos tanques y también filtra para mi apartamento".

Dice que cuando los vecinos han ido a pedirle respuesta a las autoridades del Gobierno le dan dos argumentos, que las características de La Habana Vieja "no se parece a ningún otro municipio de Cuba porque junto a Centro Habana es uno de los más poblados y con mucha población flotante también" y que "hay más de 19.000 personas en el municipio que están carentes de vivienda y no se le ha podido resolver a la mayoría de las personas en esta situación".

La solución que le proponen siempre es la misma: esperar. "En eso estamos, llevamos tiempo en eso, esperando una solución con el miedo de que un día pueda venirse abajo todo, yo vivo con mi sobrina y su hijo de 14 años, ella no para aquí porque tiene miedo de un derrumbe, cuando llueve da terror, sabemos que en cualquier momento puede suceder una tragedia", denuncia Ferrera.

Después de más de 20 años subiendo y bajando las mismas escaleras, para Marilis Blanco Martínez, de 57 años, la historia es ya demasiado pesada. Muestra cada grieta de su casa con el dolor y el desespero de quien puede perderlo todo de la noche a la mañana.

"Aquí los daños están en todas las paredes de arriba que están cuarteadas. También en el piso que se está hundiendo. El techo me filtra, si mi vecina de arriba friega se me inunda todo aquí, ya me echaron a perder un televisor una vez. Aquí vivo con mi hija y mis dos nietos. Ahora los tuve que mandar para Oriente con mi familia porque esto es muy peligroso y no quiero que un derrumbe mate a mis nietos y a mi hija, que tiene 25 años".

"Yo duermo pidiéndole a Dios todas las noches, le pido que si se va a caer esto, que sea cuando la gente esté en la calle"

Repite lo mismo que han denunciado sus vecinos, que las autoridades nunca les han dado solución, que llegan y miran y nada ocurre. "Hace un mes por ejemplo, se nos inundó la planta baja de aguas albañales y escombros de un derrumbe que hubo. Tuvimos que decirle al delegado que si no venían a recoger y arreglar la fosa le íbamos a tirar todo delante del Capitolio. Entonces fue que vinieron, limpiaron y arreglaron. En esos días no se podía dormir de la cantidad de mosquitos que había".

Cuenta que su hija le advirtió que pronto regresará a casa con sus dos hijos a pesar del riesgo "porque allá en Oriente están con mucha necesidad y no hay qué comer" y al menos aquí tienen los alimentos que venden por la libreta de racionamiento.

"Yo duermo pidiéndole a Dios todas las noches, le pido que si se va a caer esto, que sea cuando la gente esté en la calle. Yo me voy por la mañana a trabajar y vengo por la tarde. Mi vecina de al lado se fue para un alquiler porque ya no aguantaba más el temor, pero yo no tengo dinero para eso. Aquí la gente del edificio ya no quiere bajar a las reuniones, ni pagar el CDR ni nada, están disgustados, muchos años escuchando el mismo cuento", relata con la suspicacia entre dientes y la complicidad de otro vecino, que confirma con la cabeza cada palabra que ha pronunciado.

De pronto aparece María Dolores Cuesta Alemán, llega corriendo. Tiene 44 años pero parece de sesenta, se ve que la vida la ha golpeado duro. Quiere hablar de su tragedia, mostrar la ruina en la vive con la esperanza de algún día resolver su problema. Su apartamento es pequeño, en una misma sala está el cuarto, la cocina y el baño con un balcón que da al Capitolio.

"Las condiciones aquí son críticas, voy al Gobierno y me dicen que van a resolver y al final nada, fui a Bienestar Social con una carta para que me ayudaran con un menor y mi hija, que no están aquí, porque los tuve que mandar para Mariel, aunque todos estamos aquí en el registro civil de este edificio, y nos han tirado como perros".

Señala para un hombre delgado y de pelo largo que está sentado en silencio en el borde de la cama con los codos apoyados en sus rodillas y dice con una mezcla de firmeza y resignación:

"Llevo 16 años con él, le dio una isquemia cerebral y tiene que seguir aquí metido, él mismo se ha quejado y tampoco le resuelven su problema. ¿Hasta cuándo tenemos nosotros que estar así? Como si fuéramos perros, somos humanos. Aquí todas las condiciones son críticas, me cae agua por todos lados, en cualquier momento esto va para abajo. He ido hasta el Gobierno, a la Plaza de la Revolución. Me pregunto: ¿qué tengo que hacer? Porque yo presa no voy a ir, ya fui y no voy a ir más, tengo una hija y un nieto que me necesitan en la calle".

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