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Carbón vegetal, el caro y único combustible para cocinar tras Irma

Los productores locales han aumentado los precios tras las carencias energéticas de la región causadas por el ciclón

Sacos apilados con el carbón de marabú tras el desmontaje del horno. (14ymedio)
Luz Escobar y Zunilda Mata

18 de septiembre 2017 - 20:20

La Habana/El humo negro procedente del carbón vegetal se levanta sobre una improvisada hoguera en el patio de Dinora, vecina de la zona más afectada por el huracán Irma en Caibarién, en la provincia de Villa Clara. Además de tener la mitad de la casa en el suelo, su nuevo problema ahora es cocinar sin suministro eléctrico ni gas en una localidad en la que los productores locales han aumentado los precios de este combustible tras las carencias energéticas de la región causadas por el ciclón.

Hace dos años, la familia de Dinora estuvo entre las 4.902 de la provincia que pudieron comprar una cocina de inducción, una cacerola con tapa, jarro, sartén y cafetera por 500 CUP que completó al pedir un crédito, y que el banco estatal se asegura de volver a recuperar al descontar la cantidad solicitada de los salarios y las pensiones.

"No hay electricidad desde hace más de una semana y he tenido que volver al carbón para cocinar", cuenta vía telefónica.

El carbón vegetal -hecho principalmente con Marabú- es gestionado fundamentalmente por empresas estatales que compran al productor local -que cuenta con una licencia de trabajo por cuenta propia- para destinarlo fundamentalmente a la exportación. Una pequeña parte de esa producción se queda en manos del carbonero para autoconsumo o venta privada a precios que regula la oferta y la demanda. Si antes de Irma un saco de carbón costaba 25 CUP en Caibarién, ahora esa misma cantidad vale doce veces más".

"Un saco de carbón no se encuentra por debajo de los 300 CUP", explica Dinora a '14ymedio'

"Un saco de carbón no se encuentra por debajo de los 300 CUP", explica Dinora a 14ymedio. "Mi pensión mensual no llega a esa cantidad, así que cuando se me acabe este no sé qué voy a hacer", dice la jubilada, que añade que se plantea usar las ramas y troncos caídos que dejó Irma en su patio para poder hervir el agua y preparar la comida.

La llamada Revolución Energética, impulsada por el fallecido Fidel Castro a inicios del siglo XXI, sustituyó la distribución de keroseno y alcohol en el mercado racionado que se usaba en las zonas rurales para cocinar por aparatos electrónicos, como hornillas o calentadores eléctricos de agua. En consecuencia, la instalación de conductos de gas se vio paralizada y los ciudadanos pasaron a depender de estos nuevos dispositivos, inútiles en caso de avería eléctrica.

Ahora, tras los daños causados por Irma a la red eléctrica, el humo de los fogones de carbón llena cientos de casas y patios de la zona central a falta de otro combustible para cocinar. No es cuestión de elección sino de necesidad. Los menos afortunados ni siquiera tienen unos tizones para encender y deben conformarse con comer galletas o comida enlatada.

Los residentes en esta localidad costera se impacientan ante la lentitud de las labores de restablecimiento de los servicios básicos que los mantiene con los caminos de acceso cortados, los postes eléctricos en el suelo y que ha dejado más de 4.000 viviendas con derrumbes parciales o totales. "Parece como si nos hubieran olvidado", se queja Dinora.

El periodista independiente Pedro Manuel González comparte esa sensación de abandono y lamenta que en los primeros días tras el paso del meteoro las brigadas de lineros y personal de recogida de escombros fueran trasladadas hacia las zonas turísticas. "Caibarién está olvidada y no tiene ninguna prioridad en la urgencia nacional", denuncia.

Tan solo 72 horas después del paso del huracán Irma fue reparado el pedraplén de 23 kilómetros sobre el mar que une el polo turístico de Cayo Coco con la cercana provincia de Ciego de Ávila. Una prioridad que ha molestado a muchos vecinos en Caibarién.

Francisco Carralero, residente en la barriada Van Troi, se siente molesto por esa preferencia y se queja de que en Caibarién "todo va muy lento". Atesora una bombona que logró comprar el pasado junio cuando en la provincia comenzó la venta liberada de gas licuado. Alquiló el cilindro por 400 CUP y lo rellenó por otros 110. "Gracias a eso se ha podido colar un poco de café en esta cuadra", cuenta.

"Ahora una balita lleno no baja de 1.000 CUP y no hay quien lo encuentre", explica Carralero. "El que tiene gas es un privilegiado, porque la mayoría de los vecinos de este barrio no ha podido encender el fogón desde hace más de una semana".

"Calentar" y "enfriar" son dos verbos difíciles de conjugar estos días en la localidad. En el mercado informal se venden los bloques de hielo sacados de la empresa langostera estatal a unos 300 CUP cada uno. "El que tiene dinero toma agua fría y el que no se tiene que conformar", agrega Carralero.

Las pérdidas no son solo en infraestructura sino también en víveres y recursos

Las pérdidas no son solo en infraestructura sino también en víveres y recursos.

"Todo lo que tenía en el refrigerador se me echó a perder porque no dio tiempo a consumirlo", explica el villaclareño. En su zona solo algunos edificios han recuperado el servicio eléctrico y, protesta, todavía no han recibido "ningún tipo de suministro de comida gratis".

En la pizzería del pueblo se vende la ración de espaguetis a 5 CUP, el mismo precio que tenían antes de la llegada del huracán. Varios puntos distribuidos por la ciudad ofertan frijoles, arroz y lomo de cerdo a 12 CUP, pero el reparto de alimentos sin costo alguno está limitada a quienes fueron albergados en centros estatales.

La ilusión de muchos vecinos es que llegue hasta allí la ayuda prometida por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) que destinará 5,7 millones de dólares para "complementar las necesidades alimentarias de 664.000 personas" en Cuba, según declaró su director ejecutivo David Beasley, durante una reciente visita a la Isla.

"Estamos en una situación crítica y hay que comenzar a distribuir cuanto antes comida y agua porque la gente aquí está al límite, muchos se han quedado sin nada", explica Carralero, quien teme que "la burocracia demore las ayudas que ahora mismo urgen".

"Esto es zona de desastre y necesita ayuda humanitaria a la mayor brevedad", explica. "Si la situación sigue así tendremos que empezar a desarmar los pocos muebles que nos quedan para cocinar", advierte.

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