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Casablanca, donde se juntan el Cristo, 'Che' Guevara, los turistas y los niños mendigos

Casas destartaladas, pobreza infinita, asaltos, así se ve este barrio de La Habana abandonado a su suerte

A los pies de la escultura también se arremolinan los niños mendigos, que no son los únicos que prestan atención a cualquier descuido de los visitantes, no importa si es nacional o extranjero. (14ymedio)
Juan Diego Rodríguez

29 de octubre 2023 - 15:51

La Habana/Para los habaneros, Casablanca no remite a la impoluta residencia del presidente de Estados Unidos ni a la película de los años 40, sino al enclenque barrio costero al otro lado de la bahía. Ni la bien pintada casa de Che Guevara –atracción para turistas– ni la fortaleza colonial de La Cabaña han logrado dar vida al lugar, donde la pobreza de La Habana se muestra rotunda y sin maquillajes a los visitantes.

En la loma donde está construido el poblado –perteneciente al municipio de Regla– se batieron alguna vez los españoles contra los ingleses. La cuesta se hizo célebre siglos después, en 1959, con los fusilamientos en masa del "carnicero" Guevara. La silueta de La Habana desde Casablanca, el aire de mar y el tortuoso camino hasta el castillo fueron, muchas veces, las últimas sensaciones de los condenados a muerte.

Contra viento y marea, el caserío se mantiene en pie, pero es uno de los lugares más ásperos de la capital. El salitre y el paso del tiempo han sido implacables con las construcciones de Casablanca. Las que mejor se conservan son el templo católico y la pequeña logia Antonio Govín, dedicada al masón criollo que defendió el liberalismo en la Isla, durante el siglo XIX.

Entre puntales, paredes a medio hacer y postes caídos, el resto de las casas resiste mal los embates del tiempo. Para llegar a los edificios más recientes –casas hechas de cualquier manera, sobre la loma– hay que esquivar las ruinas de los más antiguos, sumidos en la vegetación y la basura.

No hay nadie en las calles y los vehículos que se dirigen a la zona turísticas circunvalan el pueblo. Solo un anciano escarba la basura, pero esa escena no es privativa de Casablanca: cualquier vertedero de La Habana tiene sus "buzos". Tampoco hay nadie esperando por el tren en la estación, completamente clausurada. El abandono es tal que la línea del ferrocarril apenas se distingue por encima del pavimento.

Por los portales de Casablanca tampoco pasean perros o gatos. Los únicos que interpelan al visitante son los niños. Curtidos por la miseria y sin apenas timidez, repiten una fórmula cuando ven a un turista: "Dame un candy, anda. Dame un dólar". Si alguien saca un billete de su bolsillo, aparecerán más niños, igual de pobres y desgarbados, exigiendo lo suyo.

Lo único realmente resplandeciente en el pueblo es el Cristo de Jilma Madera, que sobresale detrás de los tejados. "Sobre el horizonte de La Habana, el Cristo nos protege", dice en tono beato la enciclopedia oficialista Ecured. La frase suena a sarcasmo para quien transita el escabroso camino que lleva a la cima de la loma.

Inaugurado la navidad de 1958, el Cristo trajo mala suerte –dice la leyenda– a Fulgencio Batista, y nunca fue del agrado de Fidel Castro, de quien se especula que intentó retirarlo en más de una ocasión. A los pies de la escultura también se arremolinan los niños mendigos, que no son los únicos que prestan atención a cualquier descuido de los visitantes, no importa si es nacional o extranjero.

La loma del Cristo es célebre por los asaltos. No han sido pocos los que, en un abrir y cerrar de ojos, se han visto despojados de cámaras, carteras y cualquier otro objeto a mano por un velocísimo ladrón habanero. La ruta de escape –protegida por la maleza a ambos lados del camino– está más que calculada: una entrada poco conocida de La Cabaña es el escondite perfecto para los maleantes en fuga, previo acuerdo con los reclutas del Servicio Militar que vigilan la fortaleza.

Aun así, los turistas prefieren tomar sus selfis cerca de las sandalias del Cristo y no en la siniestra residencia del "guerrillero heroico", vecino de la estatua. Como una amenaza, que no es difícil dar por cumplida ante los destartalados caserones de Casablanca, una frase de Castro adorna una pared: "Una revolución es más poderosa que la naturaleza".

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