El caso Ochoa, un punto de inflexión

Ignacio Varona

13 de julio 2014 - 09:00

La Habana/El apoyo a la entrada de los tanques soviéticos en Checoslovaquia, el fracaso de la Zafra de los 10 millones, el Caso Padilla, los mítines de repudio del año 1980 y la Primavera Negra destacan entre los puntos de ruptura para muchos que apoyaron la Revolución cubana. Las continuas decepciones han caracterizado durante más de medio siglo a un proceso político que en sus inicios contó con fuerte apoyo dentro y fuera de la Isla. Ese constante flujo desde el creer hacia el no creer ha convertido en críticos a los simpatizantes y en antagonistas a los que una vez aplaudieron.

Dentro de Cuba, uno de esos momentos de mayor quiebra de la adhesión fue el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa en 1989. El hecho se produjo el 13 de julio de 1989, hace exactamente veinticinco años. Junto a él fueron ejecutados tres altos oficiales del Ministerio de las Fuerzas Armadas (MINFAR) y el Ministerio del Interior (MININT). Una corte militar los halló culpables y los condenó por los delitos de tráfico de drogas y alta traición.

Nunca podrá saberse la real envergadura de la desilusión que provocó este suceso en muchos militantes comunistas y en el resto de la población. La decepción popular que emanó de la llamada Causa no. 1 de 1989 alimentó la decisión de muchos individuos de dar el paso hacia la inconformidad. Numerosos disidentes señalan ese proceso judicial y sus excesivas sentencias como el momento en que rompieron con el oficialismo.

La década de los noventa no podría entenderse sin el precedente de un juicio televisado que enganchó a millones de cubanos a la pantalla chica, como si de la más trepidante telenovela se tratara. Después de largos días de escuchar alegatos y acusaciones, entre la teleaudiencia y la figura de Ochoa se estableció un vínculo que nadie hubiera previsto. Esa "conexión" estaba compuesta por una mezcla de respeto y lástima, a la cual se le agregaba la callada esperanza de que las condenas pedidas por la fiscalía no llegaran a aplicarse en toda su severidad.

"Yo me senté frente al televisor creyendo en el sistema y cuando me levanté ya no creía en nada", refiere María López quien por aquel entonces era miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas. Pocos meses después que fusilaran "al Indio" –como algunos llamaban popularmente a Ochoa- María entregó su carnet de la UJC. "No pude soportar tanta crueldad, además siempre me pareció que lo dicho en aquel juicio no era toda la verdad", concluye. Como ella, un número no publicado de militantes tomó distancia de la organización, cancelando sus vínculos o pasando a una actitud menos combativa.

La Crisis de los Balseros, que ocurriría un lustro después, estuvo compuesta por quienes además de sufrir las miserias del Período Especial habían vivido de cerca aquel juicio. Parte del desengaño que se materializarían en frágiles embarcaciones cruzando el Estrecho de La Florida, emanaba también aquel suceso. Aunque el hambre y la falta de expectativas fueron los aguijones principales del éxodo, la muerte de Arnaldo Ochoa había contribuido a cortar los vínculos afectivos con el sistema entre muchos que se lanzaron al mar.

"Fue el momento en que el totalitarismo se quitó la máscara", apunta Ezequiel Méndez quien ahora radica en Los Ángeles, Estados Unidos. Aquel 13 de julio, Ezequiel tenía guardia en la unidad donde pasaba el servicio militar obligatorio. Recuerda "las caras largas de los oficiales, que nos daban a entender que algo pasaba". Dentro del ejército el fusilamiento de estos cuatro militares se vivió con especial conmoción, pero el miedo y el silencio fueron la mayor expresión de ese sentimiento. "En el comedor, cuando nos ponían en la televisión las transmisión del juicio, nadie hablaba... todos calladitos, calladitos", cuenta Ezequiel de aquellos días.

Pasado un cuarto de siglo el efecto de aquellos fusilamientos, la decepción no ha disminuido, más bien se le han ido sumando otras decepciones. El Gobierno no pudo recuperar la simpatía perdida y ya se acabaron los tiempos en que las hazañas militares producían héroes.

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