Cogiendo lucha por el pollo congelado en una tienda de La Habana
"Aquí hicimos una lista para tener controlada la venta en la tienda y ha surgido una bronca"
La Habana/"Dejen hablar, por favor dejen hablar", gritaba una funcionaria desesperadamente a la multitud congregada ante la tienda habanera de Aranguren y Panchito Gómez que esgrimía su libreta de abastecimiento. "Yo necesito, presidenta, que si estás en la casa, subas hasta aquí un segundo", añadió en medio de la avalancha, teléfono en mano, mientras reclamaba la intervención de la presidenta del Consejo Popular Latino, en el municipio de Cerro.
El motivo de tal alboroto era la llegada de un camión cargado con 255 paquetes de pollo congelado, una noticia que sacó de su casa a cientos de vecinos en busca de un pedazo de carne y que degeneró en toda una revuelta popular contra la gestión de la venta. El lugar no era baladí, la tienda está situada en una de las esquinas donde el pasado 11 de julio se vivió un intenso enfrentamiento entre los manifestantes que salieron a reclamar derechos y libertades a la calle y los agentes que trataban de reprimir la protesta.
"Aquí hicimos una lista para tener controlada la venta en la tienda y ha surgido una bronca. Es entre los que estaban en la lista y los que llegaron y marcaron cuando vieron el camión del pollo que se acercaba", explicaba a la presidenta del Consejo Popular la funcionaria, con nerviosismo.
"Aquí hicimos una lista para tener controlada la venta en la tienda y ha surgido una bronca. Es entre los que estaban en la lista y los que llegaron y marcaron cuando vieron el camión del pollo que se acercaba"
La lista, recogida tres días antes por los trabajadores sociales involucrados en la "Operación de lucha contra los coleros", contenía los datos de la libreta de racionamiento y el carné de identidad de unas 100 personas, los afortunados que tenían el pollo reservado para comprarlo, de manera escalonada, una vez que llegara al establecimiento. Sin embargo, la medida tomó por sorpresa a muchos vecinos que desconocían el nuevo sistema.
"Vamos a intercalar a las personas de la lista con los que llegaron", sugirió en medio del alboroto una trabajadora social con intención de pacificar. Lejos de acallar a las personas, estas enfurecieron aún más.
"Lo que están haciendo es perder tiempo, ya ella dio una solución", exclamó uno de los presentes. "Pero con la solución que ella dio no voy a coger pollo", respondía airada una mujer. En medio de la algarabía, los representantes del Gobierno y el Partido Comunista ordenaron al personal de la tienda comenzar la venta de la manera más ágil posible, entregando tres paquetes por persona. Teniendo en cuenta la cantidad disponible, apenas los 85 primeros de la cola iban a poder comprar, frente a las más de 150 que aguardaban afuera del comercio.
Al filo de las siete de la noche, una vendedora salió a anunciar que los tres últimos paquetes habían sido vendidos y las neveras volvían a estar vacías, y provocó de nuevo el estallido de ira en el medio centenar de personas que se agolparon exigiendo respuestas a los responsables del comercio. La delegada de la circunscripción, encargada de representar a los vecinos, lejos de pedir explicaciones a la presidenta del Consejo y a la enviada del Partido, cruzó la cerca y se enfrentó a sus electores.
"Aquí no entraron 85 personas, fueron menos", profirió molesto un hombre poniendo en duda el proceso. "¿Cuándo voy a poder comprar algo en esta tienda? Ya no puedo seguir pagando el paquete de pollo a 350 pesos en la calle. Es simplemente insostenible", seguía. "Vecino, no se puede acusar sin pruebas. No puede llegar aquí y crear caos. Infórmese de cómo funcionan las cosas para que luego pueda reclamar con derechos", le espetó la delegada.
"¿Cuándo voy a poder comprar algo en esta tienda? Ya no puedo seguir pagando el paquete de pollo a 350 pesos en la calle. Es simplemente insostenible"
"El caos lo tienen formado ustedes que no pueden asegurar la comida del pueblo", osó decir un hombre de avanzada edad al fondo. "Viene un camión de pollo y solo venden a 85 personas. ¡Qué falta de respeto al pueblo!", insistía.
"Vecinos, cálmense y no se engañen. Tal y como está la situación en el país, en ningún lugar está entrando un camión lleno de pollo", justificó la delegada.
La presidenta del Consejo Popular, que había intentado mantenerse al margen, alzó su voz en ese momento. "Aquí todo el mundo sabe que en esta tienda entra poca mercancía y que no alcanza para todos. Pero nadie, nunca, se queda con nada de la población. Si hacemos una lista para que puedan comprar aunque sea una vez al mes, hay gente que se molesta, y si no lo hacemos, entonces protestan porque dicen que siempre compran los mismos".
Los funcionarios trataban de rebajar la tensión, pero los ánimos no se calmaban ante la pobreza de los argumentos. "Mi trabajo aquí está bien hecho, porque no se ha desviado nada y los nueve vulnerables que pasaron tenían sus documentos en orden. Simplemente, es muy poco y todos no pueden comprar", se defendió una enviada del Partido para vigilar las posibles sustracciones de los vendedores y verificar la condición de los más necesitados.
"¿Y los que trabajamos como yo, acaso no tenemos derecho de comprar? ¿Quién inventó la lista esa y dónde se dijo?", preguntó una joven perjudicada que solo obtuvo el silencio por respuesta. La encargada de la lista apartó a la muchacha y le pidió que este miércoles la buscara en la tienda a cualquier hora para encontrar una solución a su caso.
"Me marcho a casa sin pollo, pero con la ilusión de que a esto cada vez le queda menos tiempo", refunfuñaba un hombre que vivió en carne propia los últimos días de la URSS, donde estudiaba ingeniería en 1989. "Me parece estar reviviendo ese momento, la última etapa del socialismo", sentenció.
El martes a primera hora ya había una modesta fila en los alrededores de la tienda para anotarse en el listado de este miércoles, cuando los turnos estarán limitados, según un trabajador social, a 100 personas. Todo indica que las mismas escenas del día anterior se repetirán en esa esquina habanera.
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