La falta de combustible deja a La Rampa habanera desierta, sin vehículos ni personas
La crisis arrasa con la actividad económica de la capital cubana, con cafeterías cerradas, restaurantes a media máquina y aceras sin el acostumbrado trasiego de gente
La Habana/¡Rampa arriba, Rampa abajo! era el lema de quienes los fines de semana llenaban la calle 23 en El Vedado, La Habana, para pasear hasta o desde el muro del Malecón, terminar en un cine o en la cola de la heladería Coppelia. Aquel trasiego ha sido reemplazado por una avenida desierta, que este sábado a las 5:30 de la tarde se veía vacía de vehículos y transeúntes.
La crisis con el combustible ha transformado significativamente el panorama de lo que un día fue la aurícula izquierda del corazón habanero. Cafeterías cerradas, restaurantes a media máquina y unas aceras sin el acostumbrado trasiego de residentes en la capital cubana, viajeros de provincia que llegaban a conocer la zona más movida de la ciudad y turistas deseosos de acercarse a sus bares y cabarets.
"Estamos vendiendo muy poco porque casi no hay gente en la calle", lamenta Yusier, empleado en una cercana cafetería privada que ha pasado de tener dos salones abiertos a solo despachar en la terraza. "La gente ya no se mueve desde otros municipios hasta aquí porque después no tiene manera de regresar a su casa con lo malas que están las guaguas".
"Pero no es lo mismo, cuando se sale a pasear y a comer, la experiencia es muy distinta. La gente es la que le da vida a los lugares y El Vedado está ahora mismo muerto", sentencia Yusier
Para aliviar la caída en la demanda, el negocio privado ha habilitado un servicio a domicilio que lleva pizzas, combos de alimentos y bebidas frías hasta la vivienda de los clientes. "Pero no es lo mismo, cuando se sale a pasear y a comer, la experiencia es muy distinta. La gente es la que le da vida a los lugares y El Vedado está ahora mismo muerto", sentencia Yusier.
Las varías líneas de taxis colectivos que utilizan la calle 23 como parte de su trayecto también están muy disminuidas. En la misma esquina que hace la más importante avenida de El Vedado con la calle G, tres mujeres esperaban la tarde de este sábado con los brazos estirados para capturar un almendrón. "Llevo más de una hora aquí y nada, creo que si en un rato no cojo algo, me voy caminando", detallaba una de ellas a 14ymedio.
El centro de la calle G es un área de jardines y bancos que hasta hace unos años estaba repleta de jóvenes y adolescentes los fines de semana. "Hemos pasado de quejarnos a extrañarlos", reconoce María del Carmen, vecina de un edificio de tres plantas en la también llamada Avenida de los Presidentes y próximo a la calle 25. "Antes no nos dejaban dormir y ahora lo que nos quita el sueño es que no están ¿Dónde se metieron?".
María del Carmen recuerda los días intensos en que el paseo central de la calle G se llenaba desde el viernes con todas las tribus urbanas de La Habana. Había rockeros, frikis, emos, góticos, aprendices de vampiros, raperos, mikis, repas y cuanta tendencia o grupo surgiera en la mayor ciudad del país. Las críticas de los vecinos eran frecuentes y la policía hacía constantes redadas e imponía multas.
Ahora, de aquel carnaval de ropas extravagantes, guitarras, maquillaje y risas solo queda el recuerdo. Niorvis, de 32 años, trabaja de custodio en un local gastronómico estatal cercano que lleva más de un lustro en reparación. "Mi adolescencia la pasé entre la calle G y La Rampa, así que cuando paso por ahí ahora me parece una funeraria. Se acabó la pasión".
Si el combustible de la pasión es importante para llenar plazas, unir personas por afinidades y mantener a un grupo de amigos cantando hasta bien entrada la madrugada, no es menos cierto que los hidrocarburos son los que permiten que se reúna en un punto de la ciudad gente de todos los municipios. "A los encuentros de la calle G los asfixió la policía con su acoso, la cantidad de aquellas personas que se fueron del país y los problemas del transporte", diagnostica Niorvis.
"No salgo más de mi casa", sentencia una mujer con un niño en brazos. "Ni relajarse puede uno porque cada salida se convierte en un martirio con el transporte como está"
Mientras evoca el pasado, frente a la mirada del hombre pasa un ómnibus solitario y algo ladeado por el exceso de pasajeros. Decenas de personas que aguardan en la parada del parque El Quijote se ponen en guardia para tratar de subir al vehículo. La guagua apenas puede recoger a media docena de clientes y enfila torpemente por la amplia avenida donde solo se escucha el traqueteo del deteriorado vehículo.
Tras la partida del ómnibus, en la parada los ánimos suben de temperatura. "No salgo más de mi casa", sentencia una mujer con un niño en brazos. "Ni relajarse puede uno porque cada salida se convierte en un martirio con el transporte como está", añade otro. "Pero, compañeros, esto se va a solucionar pronto y va a haber combustible hasta para hacer gárgaras", se burla otro.
La tarde va cayendo y los edificios se pintan de un tono rojizo. En toda la amplia avenida 23 lo único que se mueve con dinamismo son los montacargas y los obreros que laboran en la construcción del que será el edificio más alto de Cuba, la torre López-Calleja como la ha bautizado la gente en alusión al magnate del consorcio militar Gaesa, fallecido el pasado año.
Unos pocos letreros lumínicos comienzan a encenderse y La Rampa nocturna se convierte en una zona de penumbras y silencios.
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