Ningún cubano compra un grabado en madera que diga "hasta la victoria siempre"
La caída del turismo en Cuba arrastra también a la industria del 'souvenir'
La Habana/Las boinas con el rostro de Ernesto Che Guevara han quedado relegadas a una esquina de la mesa, mientras en el centro se exhiben fosforeras, pegamento instantáneo y accesorios para móviles. A pocos metros de la plaza de la Catedral, en La Habana Vieja, este punto de venta de souvenirs ha tenido que reinventarse ante la caída del turismo en Cuba.
"La mayor parte de los que se acercan ahora a comprar algo son cubanos, así que hemos tenido que reciclarnos", reconoce Pedro Novo, de 62 años y con más de dos décadas de experiencia como vendedor de artesanías en el casco histórico de la capital cubana. "Ahora vendo sonajeros, imanes para pegar en el refrigerador pero de temas que gustan más a la gente aquí: emblemas de equipos de fútbol o fotos de influencers".
Los objetos más demandados por los turistas han quedado algo relegados en las ferias de artesanía que crecieron al amparo de los sitios más visitados por los viajeros extranjeros. En la céntrica calle 23 ya no late el mercado con bisutería hecha de semillas de frutas o cuadros de viejos Chevrolet que antes atraía muchos clientes a pocos metros del hotel Habana Libre.
"Ahora vendo con más facilidad cucharas y tenedores de madera para la cocina que una talla del Capitolio"
Ahora, un remedo de aquel mercado se ha instalado un poco más allá en el parque del Quijote pero la mayoría de las mercancías están más centradas en agradar la demanda nacional que el gusto foráneo. Sandalias de cuero, platos decorativos con motivos florales y pequeños regalos de barro completan la mayor parte de las ofertas, aunque todavía asoma de tanto en vez el rostro del guerrillero argentino o alguna gorra verde olivo con una estrella roja.
"Lo que más vendía hace unos tres años era claves de madera, pequeños tambores, esculturas de viejitos con sombrero y todas esas cosas que a los turistas les gusta llevarse de recuerdo", explica a este diario Randy, un joven artista graduado de la escuela San Alejandro en La Habana y que mantiene a su familia haciendo tallas de madera para varios vendedores de souvenirs.
"Después de la pandemia ha habido que reorientar lo que hacemos porque el comprador cubano no anda buscando las mismas cosas. ¿A quién le va a interesar llevarse un grabado en madera que diga 'hasta la victoria siempre' para adornar la sala de su casa? A nadie que viva aquí", apunta. "Ahora vendo con más facilidad cucharas y tenedores de madera para la cocina que una talla del Capitolio".
En las cercanías de la Plaza Vieja, una mesa empotrada en una escalera evidencia también la premura de los comerciantes para deshacerse de los productos que ya no venden. "Tres por el precio de uno", se lee en un pequeño cartel frente a una escultura de un tabaco que tiene grabado el perfil de Fidel Castro. Unas boinas con el logotipo de los grados de comandante también están a remate por el precio de 150 pesos cada una. El resto de los productos en exhibición son collares para mascotas y espirales de repelente contra mosquitos.
"También la gente se ha cansado ya de lo que hace unos años era novedad. Hay mucha repetición y cuando sale algo nuevo todos los demás artesanos lo copian y lo copian"
Los comerciantes más astutos se ponen en sintonía con los tiempos que corren, con pocos visitantes extranjeros y escasez de alimentos. Tras un mostrador donde se ven aretes hechos a partir de cuentas de colores y pulsos con las imagenes del signo zodiacal, un vendedor en la calle Obispo ofrece un surtido abanico de "paquetes de cuartos de pollo congelado, salchichas y filetes de pescado limpios y sin espinas".
La oferta, más cercana a la de un mercado que a una feria de artesanía, solo llega cuando el cliente transmite confianza y se queda el tiempo suficiente mirando la bisutería. Para "completar" la compra, basta seguir las indicaciones del comerciante: "Ya le avisé a mi contacto y solo tienes que doblar la esquina y en la puerta pintada de azul pagas y te llevas todo".
Otros apelan a los restaurantes privados y cafeterías más próximas a la zona de la bahía de La Habana para que exhiban en las paredes algunas de sus mercancías a ver si logran atraer el interés de los pocos turistas que llegan. La estrategia da ocasionalmente frutos y los clientes salen con algún lienzo que muestra al Morro habanero o la Giraldilla. Depende de cuántos cubalibres se hayan tomado para entonces.
"Es cuestión de tiempo que este mercado se recupere", opina con optimismo Pedro Novo. "Pero también de estas crisis se aprende porque habíamos olvidado al cliente cubano, nos habíamos enfocado mucho en los extranjeros y cuando el turismo se cayó nos dimos cuenta que había que producir más para la gente de aquí".
Sin embargo, el tema monetario también puede ser una traba. "El cubano paga en pesos, pero el peso cada vez vale menos. Lo que yo quiero es que el turista me pueda pagar directamente en dólares porque mis productos están bien hechos, son hermosos y le van a durar muchos años en la pared de su casa o sobre una repisa".
"También la gente se ha cansado ya de lo que hace unos años era novedad. Hay mucha repetición y cuando sale algo nuevo todos los demás artesanos lo copian y lo copian", lamenta. "De esta vamos a tener que salir con otros productos o me voy a pasar el resto de mi vejez vendiendo fosforeras y barajas españolas".
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