Construir o reparar, un esfuerzo extenuante
A pesar de las nuevas facilidades, la construcción o reparación de viviendas "por esfuerzo propio" sigue siendo una tarea que pocos pueden llevar a feliz término
La Habana/La escasez de viviendas es un problema de primer orden en Cuba, donde tres y hasta cuatro generaciones conviven bajo el mismo techo. Las familias, cuando poseen patios o azoteas, amplían sus casas todo lo posible: transforman balcones en cuartos, lavaderos en fregaderos, vertederos en inodoros...Cada uno se convierte en mago del espacio y el diseño.
En La Habana la mayoría de las viviendas son anteriores a 1959, y las erigidas a partir de los años 60, por lo general, no son de buena calidad. No existen empresas estatales que se dediquen a la reparación de los inmuebles, y los albañiles, fontaneros o carpinteros particulares cobran precios inalcanzables para el bolsillo promedio.
Para rescatar las casas de la falta de mantenimiento y la desidia, el Gobierno ha estado promoviendo en los últimos años la construcción y reparación de viviendas "por esfuerzo propio". O sea, la persona interesada edifica o arregla su propia vivienda con sus recursos y una que otra "facilidad" que le pueda dar el Estado. En consonancia con esta política, el Banco Metropolitano comenzó a conceder créditos para la adquisición de materiales de construcción. También el Poder Popular asigna subsidios para aquellos que no tienen los recursos para pagar la reparación de su casa.
Los materiales no están siempre disponibles en los establecimientos estatales, y adquirirlos "por la izquierda" suele ser caro y riesgoso. En ocasiones el transporte cuesta más que lo transportado, especialmente los áridos, que son relativamente baratos pero pesados. No es posible pagar la mano de obra calificada con los créditos del banco, que apenas alcanzan para contratar aficionados sin experiencia o bandidos sin escrúpulos. A todo eso se suman los trámites burocráticos. No obstante, la necesidad apremia y muchos lo intentan. Al final todos son felices: los ciudadanos resuelven sus problemas y el Estado se anota el esfuerzo ajeno en sus informes triunfalistas.
Empezar por los cimientos
Idalis tuvo suerte. Después de trabajar veinte años en el mismo lugar, fue reconocida con un esperado "estímulo" laboral: le otorgaron la propiedad de un terreno en la zona de Peñas Altas, al Este de La Habana, para que allí construyera su hogar. No fue fácil, otros compañeros de trabajo también optaron por el solar, pero ella fue escogida luego de muchos análisis y debates.
Con la propiedad en su mano, Idalis se acercó al Poder Popular de su municipio para solicitar los permisos de construcción y el aval que le permitiría pedir en el banco el crédito necesario para comprar los materiales y pagar la mano de obra. Consiguió además que el Poder Popular se comprometiera a proporcionarle una brigada de constructores.
Con los créditos aprobados, el permiso de construcción en regla y los materiales adquiridos, Idalis esperó por la brigada, pero no llegaba. Por supuesto, insistió con el Poder Popular sin lograr nada. "Nadie quería hacer el trabajo por el dinero que el banco me había presupuestado para mano de obra. ¿Quién iba a trabajar en una brigada cobrando una miseria si con cualquier particular esos mismos trabajadores, fueran especialistas o ayudantes, podían cobrar el triple?", se quejó Idalis.
“Trabajaban al ritmo que se les antojaba…y la arena, el cemento y los bloques comenzaron a desaparecer"
Finalmente, su padre, un hombre de 60 años, comenzó a trabajar nivelando el terreno y poniendo los cimientos de la futura casa. Cuando ya estaba lista la zapata, apareció la brigada. Al principio, Idalis sintió alivio: su padre podría descansar. Pero la tranquilidad duró poco. "Trabajaban al ritmo que se les antojaba...y la arena, el cemento y los bloques comenzaron a desaparecer." Cansada de la reventa de sus materiales, Idalis decidió prescindir de la brigada por la que tanto había insistido.
Con su padre y la ayuda esporádica de algunos amigos, continuó la obra y después de dos años la casa estuvo lista. Feliz de haber concluido el agotador trabajo, se dirigió a Vivienda Municipal para que le expidiera el certificado que declararía su casa como habitable. Luego de dos meses, un especialista llegó para evaluar in situ la nueva morada de Idalis y le comunicó que no podía darle el añorado "habitable". Según le explicó, tanto ese terreno como los colindantes habían sido otorgados legalmente, pero no estaban conectados a la red de alcantarillados y hasta que así fuera, no podría mudarse. De inmediato los vecinos comenzaron a hacer gestiones para resolver el problema.
Casi tres años después del inicio de la construcción, Idalis logró habitar por fin su casita. "Lo de 'esfuerzo propio' se queda corto, fue más que esfuerzo lo que tuve que hacer. "Para tener la tranquilidad de la que disfruto hoy pasé por momentos de verdadera tensión y sacrificio. Estaba agotada, así que tuve que dejar de trabajar para recuperarme, física y mentalmente".
Reparación contra reloj
Milagros tiene 68 años y recibe del gobierno una pensión de 300 CUP mensuales. Vive en Alamar, en un edificio de microbrigadas que fue construido hace más de tres décadas. Muchos de los vecinos, que tienen familia en el extranjero, han reparado sus apartamentos. Algunos han hecho profundas remodelaciones, otros se han limitado a cambiar las carcomidas puertas y ventanas de madera y los ya inservibles muebles de baños y cocinas. Han mejorado todo lo que la ayuda familiar les ha permitido.
Milagros no tiene parientes fuera de Cuba. Solo una hija con limitado salario estatal y casa propia de la que ocuparse. Por eso pensó que podría ser beneficiada con un subsidio para la reparación de su apartamento.
“Me dio el banco para mano de obra unos 78 CUC. (...) Por hacer una cocina ningún albañil cobra menos de 300 CUC”
Su solicitud fue aprobada y pasaron casi tres meses antes de que recibiera al inspector de Vivienda que debía evaluar la amplitud y el costo de las reparaciones necesarias. Recibió el aval para presentarse en el banco y el desglose de los materiales y mano de obra que necesitaría. "Lo que me dio el banco para mano de obra eran unos 78 CUC. Imagínate, por hacer una cocina ningún albañil cobra menos de 300 CUC". Lo cierto es que el presupuesto para mano de obra que se otorga no coincide con la realidad de los precios en el país. Para colmo, se exige que la persona contratada tenga licencia para ejercer, lo cual hace más difícil la situación. Milagros tal vez se hubiese quedado en el intento si no fuera por un vecino, albañil con licencia, que decidió ayudarla.
Allí empezó la verdadera odisea. "Cada vez que vas a adquirir un material debes ir al banco para que te hagan el vale. Te cobran 5 CUP por el trámite bancario de cada vale. Cuando lo tienes todo, presentas los documentos en el rastro, pero no siempre hay lo que necesitas. Una vez tuve que ir hasta Capdevila, a unos 20 kilómetros de Alamar, a buscar cemento, porque no había en ninguna parte. El problema es que un camión para llevar los sacos hasta Alamar me costaba 60 CUC. ¿A quién se le ocurre que alguien subsidiado tenga esa cantidad de dinero?" No pudo comprar el cemento, claro está. Tuvo que esperar que abastecieran el rastro cercano. Con el resto de los materiales pasó lo mismo, de manera que dedicó más tiempo tratando de reunirlos que a la obra como tal.
El mayor problema con la espera es que los vales tienen un plazo: si Milagros no conseguía los materiales y los utilizaba en el tiempo estipulado por el banco, tendría que pedir una prórroga. Y solo se otorgan tres prórrogas. Había que apurarse, si Milagros no quería perder las gestiones y los esfuerzos realizados.
"Lo gracioso es que si vas a comprar materiales con dinero contante y sonante, siempre aparecen", se queja. Una breve visita al rastro nos deja ver que hay variedad de materiales en venta en CUP: recebo a 40 pesos el saco; cemento a 29.40 el cubo; gravilla a 200 el metro cúbico; mosaicos a 5 pesos cada uno... Y esto es lo que está declarado en la tablilla, habría que ver todo lo que se vende "por la izquierda".
El hecho es que Milagros todavía no termina su reparación y el tiempo se le acaba. Tiene que recibir pronto al inspector de Vivienda que supervisará la ejecución de la obra. Si ella logra cumplir el plazo, tiene planificado pedir otra subvención para cambiar las puertas y ventanas podridas. "Es agotador, pero no tengo remedio. Si no, la casa me cae arriba", dice.
Tanto Milagros como Idalis se alegran de tener su casa habitable gracias al plan de construcción "por esfuerzo propio". Sin embargo, ambas han pasado por días de total extenuación, provocada por la desorganización, el descontrol y la corrupción, más que por el duro trabajo de construir.