3- 'Coyotes' armados, Toyotas potentes para cruzar Honduras
No sabíamos que habíamos cruzado la frontera hasta que vimos una piedra que lo marcaba: "Bienvenidos a la República de Guatemala"
La siguiente guagua, que tomamos en San Pedro Sula, tenía más capacidad de lo normal, porque a un lado tenía tres asientos y al otro dos, así que por suerte pudimos ir sentados. Creo que en el otro bus sí se fueron algunos parados, pero en el nuestro ponían los bultos y las mochilas en el medio y la gente se sentaba encima.
Salimos de ahí a las cinco y pico de la mañana, y nos llevaron a unas montañas en el norte de Honduras, junto a una colina empinada, donde había que esperar a las camionetas que iban a trasladarnos a través de esa sierra para entrar por Morales, en Guatemala.
Estábamos allí, en una loma enfangada por la lluvia, y el miedo se apoderó de algunos de nosotros, porque los conductores y los acompañantes llevaban pistolas, algunos incluso armas largas. Eso nos impresionó, pero a la vez nos sentíamos protegidos. Nos decíamos: "Bueno, si esta gente está armada va a ser más difícil que nos asalten en el camino, pero igual si alguien tiene un problema seguro le meten un tiro en la cabeza y lo tiran por un barranco".
Llegaron entonces entre 20 y 25 camionetas y montaban a 15 personas en cada una, aunque en la mía éramos 12 o 13. En la montaña, la situación fue bastante complicada. La camioneta, una Toyota con una gran fuerza en los motores, brincaba mucho cuando pasábamos cerca de los riscos y las matas. Los hombres nos agarramos y hacíamos una malla protegiendo a las mujeres. Parecía que nos íbamos para atrás. Entonces, una chica de Cienfuegos empezó a llorar; todos intentamos calmarla, pero no paró en todo el camino.
En algunas partes, donde las colinas eran demasiado empinadas y estaba lleno todo de fango y piedra, tuvimos que bajar y subir los hombres corriendo para empujar. Las dos primeras lomas me costaron menos y conseguí montarme a la vez que los demás, pero en la tercera creí que no llegaba. Yo soy asmático y pensaba: "ay, Dios mío, me van a dejar aquí botado". Menos mal que uno me ayudó muchísimo, se bajó, me agarró para montar y me dio agua. Además, acordaron entre todos que si había que volver a bajar a empujar, yo no lo haría.
En el recorrido, a pesar de ser tan desagradable y tener fango por todas partes, vimos unos paisajes muy bellos, con una vegetación exuberante, y un río con un agua transparente. Allí se estaban lavando todos los cubanos que iban en una camioneta averiada.
No sabíamos que habíamos cruzado la frontera hasta que vimos una piedra, medio tapada por la vegetación, que lo marcaba: "Bienvenidos a la República de Guatemala". Ahí nos bajaron de las camionetas y nos metieron en unas pequeñas vans apretujados. Éramos casi 200 en tres vehículos. Llegamos a una posta en la que había muchos militares guatemaltecos, con sus ametralladoras, pero lo que hacían era abrir la valla y dejarnos pasar, sin problema.
Cuando llegamos a Morales nos dejaron en una casa de las afueras que estaba repleta –por supuesto– de cubanos. Nos aglomeramos en un patio de aquella casa, porque nos mandaban por favor no estar en la calle para que no nos viera la Policía. Dentro de la propia casa, una mujer tenía una mesa donde vendían de todo: bebidas con electrolitos –para evitar la deshidratación–, refrescos, agua, manzanas, platanitos... Público cautivo, compramos algunas cosas aunque vendían a un precio bastante caro.
Los intermediarios que había ahí decían que se pondrían en contacto con los familiares de quienes no tenían dinero, para que se lo mandaran
Ahí estaba, casualmente, el grupo de los 15 cubanos a los que habían asaltado en Honduras, en el paso de la terminal de Danlí. La mayoría eran de La Habana. Según su versión, el viejito que manejaba la camioneta estaba compinchado con los asaltantes, tres hondureños que aparecieron en medio de la nada, a las cuatro de la mañana, en la oscuridad con pistolas y empezaron a disparar al aire diciendo a todo el mundo que bajaran. Después los pusieron en fila y les registraron por todas partes. Se llevaron absolutamente todo, solo les dejaron la ropa y los abrigos. Aunque habían llegado hasta aquí porque lo tenían pagado, no podían seguir, porque en ese punto teníamos que dar más dinero.
Los intermediarios que había ahí decían que se pondrían en contacto con los familiares de quienes no tenían dinero, para que se lo mandaran. Por lo menos la mitad se quedaron por el camino. Al resto nos mandaron a un hotelito a descansar para seguir al día siguiente. Te llamaban por el nombre que se ponían los coyotes. Nos decían: "La lista de Junior, arriba, dinero", por ejemplo, aunque el coyote en muchos casos ya tenía nuestro dinero, del familiar que lo adelantaba, y nos lo entregaba para pagar la comida y las cosas básicas.
De la casa en las afueras hasta el hotel en Morales, llegamos como en un cocotaxi, cuyo chofer nos dijo: "¿Ustedes saben que Ricardo Arjona es guatemalteco? Les voy a poner una canción de él que se llama Mojado, porque ustedes al final se van a mojar en el río Bravo y esta canción habla de eso". Yo le digo: "Dale, sí ponla". Yo iba con una muchacha y un muchacho, y los tres la cantábamos. Hubo un momento de emoción, porque uno se pregunta: "¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué hago aquí?" Es un poco difícil.
En aquel hotel había más cubanos, dos de Santiago, con los que hablé. Uno de ellos tenía un vozarrón de locutor de televisión pero multiplicado por diez, pero fue hacer una videollamada con su hija y contarle que a lo mejor no volvería a verla, porque lo iban a matar por el camino, y rompió a llorar. Eso me hacía acordarme de mi familia, llamarlos y llorar también, como ellos. Desde Cuba, mi mujer y mis padres me animaban, me decían que todo estaba bien, aunque yo sabía que no, que el dolor por tener que separarnos era el mismo que el mío.
Esa noche sí pude dormir, aunque éramos ocho y había cuatro camas, dos en cada una. También me pude bañar, con agua muy fría, que venía directamente de un manantial.
Yo traía bastantes toallitas húmedas de Nicaragua y me puse a limpiar la ropa, los zapatos, la mochila, llenos de fango, como pude. También pudimos comprar en un pequeño lobby agua, cerveza, refrescos.... Yo me gasté un dólar en pomo de agua sabor a manzana y no me gustó. Los demás se pusieron a comprar cerveza y se tomaron su cervecita. Yo no estaba como para cerveza.
Como la comida no estaba buena, uno propuso que compráramos unas pizzas de pepperoni que costaron 15 dólares y, como eran muy grandes, las compartimos entre dos. También nos trajeron unos pomos de tres litros de un refresco gaseado de naranja que me encantó y tomé durante toda mi estancia en Guatemala. Imagínense, pizza Little Caesars... La pizza nos alegró la noche a todos, fue un momento como de estar en familia.
Mañana:
Susto en Guatemala: a los cubanos nos miraban con mala cara
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