Ni los gatos se comen las croquetas de "camarón" de una pescadería en Centro Habana
"Son pura harina, absorben aceite como unas esponjas y de vez en cuando te tienes que sacar de la boca cosas que no parecen pertenecer a un camarón"
La Habana/"¡Croquetas de camarón a 57 pesos la libra!". Los clientes que hacían cola a las puertas de la pescadería estatal de San Lázaro, en Centro Habana, apenas podían creer el producto que habían "sacado" este miércoles.
Dado que el crustáceo es, desde hace décadas, un lujo en las mesas cubanas y su producción –férreamente controlada por el Estado– está destinada mayoritariamente a la exportación, la oferta enseguida despertó suspicacias.
"Esto es camarón encantado, porque a saber qué cosa es", decía un hombre con sorna al salir del establecimiento con su libra de croquetas. Otra mujer prefirió pasar de largo: "¿A 57 pesos? ¡Si eso es un caldo que le agregan a la harina, que se respeten un poquito!".
De color marrón grisáceo, a lo que más se asemeja es a la plastilina que usan los niños de preescolar, en parte por la maicena que parecen contener
Razón no le faltaba, como atestiguan los que han tenido la desgracia de probarlas. "Son pura harina, absorben aceite como unas esponjas y de vez en cuando te tienes que sacar de la boca cosas que no parecen pertenecer a un camarón", asevera una vecina de Centro Habana. "Parece que son de agua en las que hirvieron unas cabezas de camarón y a lo mejor le echaron un poco de claria para completar".
A la mujer le regaló las croquetas un familiar y al principio se entusiasmó, pero la alegría duró en cuanto dio una mordida: "Acabé dándoselas a los gatos, pero ni ellos se las comieron".
Tampoco hace falta llevárselas a la boca para constatar que no son siquiera un alimento animal. De color marrón grisáceo, a lo que más se asemeja es a la plastilina que usan los niños de preescolar, en parte por la maicena que parecen contener.
Sin embargo, no fueron pocos los que sí compraron las croquetas, especialmente las personas de más edad. "¿No vas a llevarlas?", insistía el dependiente ante un joven que declinaba con cara de disgusto: "No, gracias".
A la vuelta de la esquina, otra negativa se presentó en forma de escena de película. Desde un balcón, una anciana alargó el brazo y lanzó a la calle todo el contenido de una jaba de nailon. Sobre el asfalto quedó lo que había rechazado tajantemente y con rabia: una docena de croquetas de camarón.
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