Cuba se ubica en el bando equivocado ante la invasión rusa a Ucrania
Al mismo régimen que lleva décadas presentándose como un pequeño David frente al gran Goliat del norte, le parece bien que el gigante ruso haya traspasado las fronteras ucranianas
La Habana/La historia se repite y en esta ocasión la reincidencia no tiene nada de farsa. En 1968 Fidel Castro aplaudió la entrada de los tanques militares del imperio soviético en Praga, entonces capital de Checoslovaquia. Este febrero, el régimen no ha condenado aún la invasión rusa a Ucrania, mientras que la prensa controlada por el Partido Comunista de esta Isla asegura que la incursión armada está avalada por motivos de "seguridad".
Los dirigentes cubanos parecen dispuestos a acompañar a Vladímir Putin en sus insaciables ansias expansionistas aunque para ello deban hacer justo lo contrario de lo que difunde y pregona su propaganda oficial cuando hace un constante uso del argumento de la soberanía y de la independencia nacional para rechazar cuestionamientos internacionales y disidencias internas.
Al mismo régimen que lleva décadas presentándose como un pequeño David frente al gran Goliat del norte, ahora le parece bien que el gigante ruso haya traspasado las fronteras ucranianas, disparado misiles sobre su territorio y se esté pavoneando ante los micrófonos de que cualquier intento de la comunidad internacional de entrar en el conflicto recibirá una respuesta "nunca antes vista".
El régimen cubano está ubicando a la Isla en un tablero geopolítico que podría redefinirse en los próximos meses, pero ya queda claro que la pequeña pieza que somos estará en el bando de Vladímir Putin, como una vez se alineó con la Unión Soviética. Esa ubicación no sorprende a nadie pero valdría la pena evaluar los costos que tendrá para los cubanos y las motivaciones oficiales que la respaldan.
Se trata, sin duda, de una jugada motivada por la necesidad de incordiar permanentemente a Estados Unidos y a lo que la prensa cubana llama despectivamente "Occidente" como si nuestra propia Isla no fuera incluida en ese término, como si nosotros mismos no fuéramos occidentales.
A medida que se estreche el abrazo con el oso ruso, las posibilidades de restablecer algún día relaciones con Washington se alejan y la soledad diplomática de la Isla se acrecienta
En este lado del mundo, los regímenes más depredadores de las libertades ciudadanas en la región, Venezuela, Nicaragua y Cuba, han optado por apoyar al Kremlin porque, más allá de las enormes diferencias que separan a la Plaza de la Revolución de Putin, un político reaccionario y cuya ideología principal parece ser el nacionalismo más acérrimo y vengativo, comparte con él el autoritarismo, la fobia a la democracia liberal y el rechazo a toda forma de oposición.
Esta complicidad se veía venir porque en los últimos días dos importantes delegaciones rusas han visitado Cuba. Primero llegó a La Habana el vicepresidente de ese país, Yuri Borisov, y luego, pocas horas antes de que estallara el conflicto bélico, el propio Miguel Díaz-Canel recibió a Viacheslav Volodin, presidente del Parlamento ruso, la Duma.
Entre una visita y otra, se dio a conocer que Moscú había otorgado una prórroga a La Habana hasta 2027 para el pago de una parte de la deuda que arrastra la Isla desde la época en que la "tubería soviética" abastecía de recursos, petróleo y todo tipo de Insumos al fracasado modelo económico cubano que malgastó miles de millones de rublos sin lograr apenas desarrollar el país.
Los próximos días serán cruciales para determinar hasta dónde está dispuesto a llegar el castrismo con el apoyo a Putin. A medida que se estreche el abrazo con el oso ruso, las posibilidades de restablecer algún día relaciones con Washington se alejan, la soledad diplomática de la Isla en esta región se acrecienta y solo le queda el dúo patético formado por Nicolás Maduro y Daniel Ortega.
Hay motivos para temer que el régimen de La Habana aproveche la distracción de los misiles cayendo sobre territorio ucraniano y repita una razzia represiva similar a la de la Primavera Negra de marzo de 2003, cuando aprovechó la guerra de Irak como cortina de humo para sus tropelías internas. Puede sentir que con las espaldas protegidas por Putin ya cualquier cosa puede hacer.
Pero se equivoca.
Quizá la dictadura cubana esté cometiendo el más grande de sus últimos errores, pero eso aún no lo sabemos. Lo que sí sabemos ahora mismo es que la guerra estalló y no nos queda tan lejos. Cada paso que dan los dirigentes cubanos nos involucra más en un conflicto de incalculables repercusiones.
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