Los cubanos recuperan sus hornillas de carbón, reliquias del Período Especial
Los apagones y la escasez de combustible hacen la vida de las familias cada día más miserable
La Habana/Sancti Spíritus/Es de noche y –casi es una perogrullada decirlo tratándose de Cuba– hay apagón. Si una familia quiere comer temprano, lo mejor es ponerse en acción antes de que caiga el sol. El que tenga la suerte de contar con un patio abierto pasará menos trabajo y la peste a humo y el hollín no impregnarán las paredes de la casa. El que no, tendrá que armar la hornilla, con toda la fanfarria que trae consigo, en la meseta. Y resignarse.
El diseño puede variar –lo saben bien los “veteranos” del Período Especial que, precavidos, nunca se deshicieron de ellas– pero el principio es el mismo: una plancha de metal sobre el suelo o la losa, para contener las ascuas; un soporte de hierro; la hornilla propiamente dicha, con su rejilla para que el fuego respire; y el carbón, verdadero oro negro ahora que no hay combustible.
Se necesita mucha paciencia y entrenamiento para no quemarse. Hace falta un mínimo de alcohol o gasolina para que los tizones prendan, y si no hay fósforos el procedimiento es todavía más engorroso. En las casas, los niños miran la candela embobados. Las llamas crepitan en la oscuridad bajo el caldero. Para los adultos, agobiados con el calor por partida doble –el tropical y el de la hornilla–, es un triste recordatorio de que, en Cuba, hasta la miseria se recicla.
Se necesita mucha paciencia y entrenamiento para no quemarse
Cocinar con carbón es uno de los métodos más degradantes para la familia cubana, no solo por la suciedad y lo engorroso del proceso, sino porque supone nuevos gastos y más colas. La demanda de hornillas se ha disparado, incluso en los sitios de compraventa por internet. No todas las casas guardaron el trasto de hierro y hay parejas jóvenes que se “inician” en el manejo del carbón.
Pedro, un padre de familia de 32 años en Sancti Spíritus, busca desesperadamente un saco. Cuando fue en bicicleta al punto donde supo que vendían se encontró el portón cerrado y un letrero: “Hay perro. Y muerde”. Se acercó, no obstante, y vio otro cartel, más pequeño: “Mañana por la tarde”.
“De todos modos toqué la puerta a ver si me atendían”, cuenta Pedro a 14ymedio. Le abrió uno de los empleados. “Estamos cerrados”, le dijo, “y hay cola. Cuando llega el carbón la gente lo vuela”. Si logra atraparlo, le costará entre 1.000 y 1.200 pesos un saco.
El carbón que venden es de tercera categoría. En el mercado internacional, Cuba ha conseguido una buena rentabilidad para su carbón de marabú de primera: es que se usa en el extranjero para las barbacoas en el verano. Pedro las ha visto por internet: con forma oval o ahumadores rectangulares, en ellas se depositan jugosos filetes y hamburguesas, carnes que no llegarán nunca a su armatoste familiar.
“Todo el mundo aquí redescubrió el carbón desde que se acabó el gas”, lamenta, bicicleta en mano y rumbo a otro puesto.
Pedro, al menos, ya tiene su hornilla. Si tuviera que conseguir una nueva, podría llegar a costar 5.000 pesos. Ese fue el precio que pagó Ana, un ama de casa de Camagüey, por la suya. Cuatro cabillas torcidas hacen de patas para el soporte.
Hacia la mitad de la estructura, un cuadrado metálico recoge las cenizas y trozos que vayan cayendo de la parrilla. Le tocó una hornilla de “culo” hondo, celebra: “Le cabe más carbón”. Aunque eso también tiene sus contras. Podrá aumentar la “potencia” de la cocción, pero consumirá más madera.
Ana prevé que su parrilla, que sí es de hierro, se conserve más tiempo que las modestas hornillas de aluminio que muchos cubanos están comprando. Se ven brillantes, pero la solidez y resistencia del metal no es igual que las más viejas, valora. Nuevas y sin soporte, cuestan alrededor de 1.800 pesos. No son muy profundas tampoco.
A la hora de comer, Cuba vuelve a llenarse de pequeñas humaredas en los patios. Es una máquina del tiempo rumbo al Período Especial. Los cuartos de desahogo, donde durante décadas los cubanos acumularon cientos de trastos que ya consideraban inútiles, se vacían gradualmente. Regresan los reverberos, los quinqués, los radiecitos de dinamo o los fogones de leña. Y con ellos la tristeza.