La debacle energética augura un fin de curso muy duro para la Universidad Central de Las Villas
Sin agua, con largos apagones y una comida nefasta, los estudiantes lo están pasando muy mal
La Habana/El tramo que bordea la Universidad Central de Las Villas –desde el reparto universitario hasta el politécnico Lázaro Cárdenas– es uno de los más escabrosos y oscuros de la carretera a Camajuaní. Entre curvas, lomas y edificios solo se advierte un punto de luz: es el comedor estudiantil, al que acude un enjambre de alumnos como último refugio contra el apagón.
La rareza de contar con una planta eléctrica hace del lugar, nefasto si de comida se trata, una suerte de oasis para estudiar o conversar antes de volver a la boca de lobo en la que se convierte cada residencia. Para Enrique, estudiante de último año en la Facultad de Humanidades, lo peor del apagón es que corta toda posibilidad de cocinar. Y en la Universidad Central, sin la comida que se improvisa en la beca –carne recalentada, arroz en ollas clandestinas, frijoles que duran tres días– no hay quien sobreviva.
“Desde el domingo pasado empezaron aquí los apagones grandes”, lamenta Enrique. “Hasta ese momento, incluso cuando en toda Cuba quitaban la corriente, aquí no se iba”. Con el desfase de ciclos docentes que trajo consigo la pandemia, y del cual la universidad aún no se recupera, la situación es agobiante. La mayoría de los alumnos enfrenta sus exámenes finales y redacciones de tesis en plena oscuridad.
"Las guaguas rojas de Transmetro, que solían llevar y traer a los trabajadores de la Cayería Norte, ya no pasan"
Enrique, originario de Remedios, viajaba a menudo a su casa para escapar, pero esa tampoco es ya una opción viable. “Las guaguas rojas de Transmetro, que solían llevar y traer a los trabajadores de la Cayería Norte, ya no pasan”, asegura. Esos ómnibus fueron la tabla de salvación de varias generaciones de estudiantes, que los abordaban –a la carrera– cuando el chofer se decidía a parquear en la parada de la universidad.
Ahora solo pasan –y jamás paran– las guaguas blancas de Gaviota, herméticamente cerradas. La corporación militar que gestiona los hoteles al norte de la provincia, valora Enrique, tomó medidas para “salvar” a sus empleados ante la crisis de transporte usando sus propios vehículos. Las consecuencias para el alumnado que viaja han sido nefastas, y no hay Tarea Solidaridad capaz de frenar a ningún vehículo de gerente o funcionario, que pasan raudos por la curva rumbo a Caibarién.
“La falta de agua es tremenda”, añade. Los estudiantes cargan el agua de unas pipas que hay detrás de las becas. Cuando hay corriente, los grifos y las duchas de los edificios funcionan, pero ya todo el mundo se acostumbró a su ausencia.
“Nosotros nos hemos buscado entretenimiento como podemos”, dice Enrique. Hay una iniciativa, desde el pasado septiembre, que un grupo de aficionados al cine –con medios propios– ha llevado a cabo: colocan una sábana en Las Mortadellas –el vestíbulo con gruesas columnas del color del embutido en la Facultad de Humanidades– y proyectan películas. “Todo eso lo ha hecho la gente”, es decir, los estudiantes.
No es la primera vez, añade, que aparecen esas informaciones "extrañas" y no duda de que procedan de la propia Seguridad del Estado, "para ver quién reacciona"
Pero la crispación y el enojo son los estados anímicos habituales en las becas, afirma el joven. “Por las noches está todo el mundo molesto, sobre todo cuando hay que cocinar. Estudiar en el comedor es incómodo”. Los estudiantes, después de comer –“casi siempre arroz, un caldo, y croquetas o picadillo”– se van al Parque de las Mentiras, la icónica explanada entre el rectorado y las becas cuyo nombre habla por sí solo. Allí fuman, conversan, enamoran y tratan de evadirse.
Este miércoles, el Observatorio de Libertad Académica denunció la crisis energética en la Universidad Central y publicó unas capturas de pantalla en las que se aludía a un cacerolazo en protesta por los apagones. Enrique no desmiente ni confirma la situación, pero duda de que en un entorno tan controlado como el de las becas se hubiera producido una manifestación, por pequeña que fuera. Los mensajes aludían, incluso, a un agente de la Seguridad del Estado abriendo una puerta a patadas.
“Escuché el rumor pero no creo que sea verdad. Yo no estaba en la beca esa noche pero le pregunté a varias amistades que sí estaban y nadie se enteró de nada”, explica Enrique. No es la primera vez, añade, que aparecen esas informaciones “extrañas” y no duda de que procedan de la propia Seguridad del Estado, “para ver quién reacciona”.
La debacle energética no augura un final de curso apacible para la Universidad Central. La segunda alma mater en importancia del país sufrirá, como el resto de la Isla, los embates de apagones cada vez más largos. Este jueves el pronóstico de déficit bate un nuevo récord: faltarán 1.678 megavatios, más de la mitad del consumo nacional.
Los edificios originales de la Universidad Central, fundada en 1948, formaban la palabra LUZ. Ahora, cuando el país se sumerge en cortes eléctricos cada vez más graves, la vieja promesa sobre el conocimiento que ilumina el campus es un chiste de mal gusto.