Despliegue policial en La Habana para cuidar las largas colas del dólar
En un país donde todos intentan emigrar se necesitan divisas extranjeras para reservar los pasajes, pagar a las embajadas y oxigenar la economía doméstica
La Habana/Muchos de los cubanos que acudieron este martes a las casas de cambio (Cadeca), con sus fajos de pesos, recordaban el lamento del ministro de Economía un par de semanas atrás: el Gobierno no está listo para vender divisas, esa es la "pieza faltante en el engranaje", y el bloqueo es el "único responsable" de la locura monetaria.
Con el mismo sosiego, Alejandro Gil comparecía el lunes en el programa Mesa Redonda, para anunciar que ya se podía vender dólares y que, desde luego, aquello no era "una improvisación, nada de lo que hacemos es improvisado".
Las palabras de Gil, malabarista económico del Estado, no sorprendieron a nadie. Manipular el mercado cambiario, anunciar medidas contradictorias y repetir consignas utópicas forma parte de la retórica del Gobierno y su inútil guerrita contra el mercado informal.
Sin embargo, en un país donde todos intentan emigrar se necesita cada vez más la divisa extranjera para reservar los pasajes, pagar el monto exigido por las embajadas y oxigenar la maltratada economía doméstica.
Tras leer los múltiples relatos optimistas sobre la venta de divisas que inundaron los periódicos de la Isla esta mañana, 14ymedio se trasladó a la céntrica Cadeca de Belascoaín, entre Zanja y Salud.
Apenas llegar, una empleada barría a los clientes hacia la esquina, siguiendo el principio de que una cola bien hecha debe situarse lejos del "producto". "¡Todo el mundo debe esperar al doblar!", gritaba la mujer, mientras espantaba a un par de muchachos que fotografiaban las tarifas de cambio. "Allá hay otro cartel igual", apuntó, "no me le tiren fotos al establecimiento".
El acceso a la Cadeca se había organizado según el orden de llegada. Los madrugadores y coleros de siempre, que arribaron a los portales de Belascoaín antes de la salida del sol, pudieron alcanzar los 50 primeros turnos, distribuidos para su entrada en grupos de diez.
"La cosa demora", observó con desgano un cliente. Se supone que la Cadeca ofrezca el dato de cuánta divisa tiene disponible, pues de ese número depende la cantidad de dólares que se venderán. No obstante, oculta la cifra para que los "despiertos" se abstengan de hacer cálculos y sacar conclusiones.
Los clientes pierden la paciencia, se enajenan con sus audífonos o recitando mentalmente la lista de problemas por resolver en el día. El calor es fulminante y algunos buscan un rincón bajo la sombra que les permita sobrevivir al ritmo pastoso de la espera.
Cuando la gente ha abandonado ya la noción del tiempo, Cadeca abre sus puertas y aparece un funcionario. Lleva una tablilla de inspector en las manos y hace una pausa antes de pronunciar el primer nombre. Atentos como perros de caza, los clientes se abalanzan sobre el sujeto y dan gritos a los rezagados: "¡Vamos, ya están llamando, arriba!".
Con parsimonia, el hombre dice en voz alta diez nombres con sus apellidos y se los lleva consigo al local.
"Lo tienen todo controlado", susurra una mujer. "Saben quién va a comprar y el dinero que necesita". Otra tiene la hipótesis de que, como solo permiten comprar 100 dólares, el Gobierno circula la lista de los que ya cambiaron su dinero. Así evitan a los cambistas "itinerantes", que van de Cadeca en Cadeca.
Una patrulla de Policía da un frenazo seco frente a la casa de cambio y, mientras bajan los oficiales, los nervios de los clientes se ponen de punta. Bajan un par de sargentos y un uniformado barrigón, con tres estrellas cosidas sobre la charretera. "Así que mandaron a los pinchos a controlar", dice un muchacho, "eso mismo pasó cuando abrieron las tiendas en MLC".
Los agentes se apostan en una esquina y la gente acaba por ignorarlos. Van creando una suerte de perímetro invisible a su alrededor y cruzarlo es de mal agüero, como quien tropieza con un gato negro.
"No se sabe si están haciendo un mítin de 'reafirmación revolucionaria' o un acto de repudio contra la compraventa de dólares"
Al poco rato se parquea cerca de la Cadeca un carro de periodistas oficialistas. Bajan tranquilamente con los equipos de grabación y los ensamblan cerca de la puerta. Se aparece un entusiasta, que nadie ha visto con intenciones de cambiar dinero, para que lo entrevisten. "¿Y este de dónde salió?", ríen los clientes, cuando escuchan las declaraciones del "cambista modelo", bien estudiadas desde la noche anterior.
"La Policía y Televisión Cubana siempre van de la mano", zanja un hombre, mencionando a los "agentes periodísticos" del régimen, como Humberto López o Lázaro Manuel Alonso.
Los que no alcancen a comprar en la Cadeca de Belascoaín pueden intentarlo en la de 23 y J, no muy distante. Desde muy temprano, ese establecimiento ofreció 195 turnos para el día, lo cual sugiere que disponen de un fondo de 19.500 dólares para comenzar la operación.
En 23 también merodean los policías y agentes de la Seguridad del Estado, disimulando en las aceras de la céntrica avenida. "Nadie quiere estar aquí", admite un cliente, "pero todo el mundo necesita el dinero rápido para comprar boletos. Yo vine con mi familia: 100 dólares por cabeza y aún así nos falta".
"Somos como muñecos de trapo y nos dejamos zarandear de un lado a otro. Por eso este país está como está", lamenta un hombre, que también debe acudir a la vía estatal para el cambio. "El que tiene dinero de verdad le da lo mismo pagar diez o veinte pesos más, total", dice, "lo que sí es imposible es esta cola".
"La verdad", señala otro, "es que el que compra es porque puede: en definitiva, ni el Estado ni el revendedor te lo ponen barato".
De hecho, algunos economistas han notado que el Gobierno está "beneficiando" indirectamente al mercado informal: las tasas de cambio que se proponen "en la calle" favorecen más al cliente que las de Cadeca. Por no hablar de las colas, el maltrato y el mal funcionamiento del Estado, que todo cubano sensato trata de evitar.
Aquellos clientes que no lograron un turno para la Cadeca se retiran, y algunos acudirán al mercado negro de divisas. En el parque de Don Quijote en 23, el Gobierno ha armado unos bártulos fiesteros y colgado banderas para "celebrar" la nueva medida. Es un ambiente extraño, políticamente confuso, que uno de los clientes frustrados define: "No se sabe si están haciendo un mítin de 'reafirmación revolucionaria' o un acto de repudio contra la compraventa de dólares".
Magro y hambriento como los cubanos que lo rodean, el Don Quijote oxidado alza su espadón sobre los policías de El Vedado.
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