Destruida e irreconocible después de ser la ciudad más bella del continente, La Habana cumple 505 años
La Habana/Dicen que cumple 505 años, pero La Habana da la impresión de ser una excavación arqueológica de la que se han ido desenterrando parte de sus centenarias columnas, los mosaicos que una vez embellecieron los pisos y los arcos bajos los que pasaron, felices, sus residentes.
La capital cubana sopla este noviembre sus velitas de cumpleaños en medio de una de las mayores crisis que ha sufrido en sus más de cinco siglos de fundada, alejada de la modernidad y de la innovación que un día la caracterizaron y experimentando un éxodo que la ha transformado de una urbe a donde llegaban migrantes en un lugar del que escapar.
El mapa habanero se puede trazar en dos dimensiones: el pasado y la obstinada realidad del presente. Si se recorren sus cuadrículas actuales aún pueden verse los vestigios de la ciudad vibrante, noctámbula y en una permanente ebullición comercial que una vez fue. La calle Reina, la más señorial de sus avenidas, todavía guarda parte de ese antiguo esplendor pero hay que saber verlo debajo del hollín de los muros, de las grietas de sus balcones y del deterioro de los portales. Allí donde antes había anuncios lumínicos, vidrieras con maniquíes de ropa entallada y sofisticados salones de belleza ahora hay cuarterías, consignas políticas pintarrajeadas en las paredes y caras de resignación.
El hotel Isla de Cuba, transformado en metáfora del país actual, era uno de esos lugares que ya en 1912 anunciaba contar con amplias comodidades para sus huéspedes. Electricidad, servicio telegráfico y una espléndida variedad gastronómica formaban parte del alojamiento ubicado en el número 45 de la calle Monte. Cuesta reconocer al local, donde los empleados también hablaban fluidamente inglés y francés, en la ruina llena de basura que ahora se alza en esa esquina con vista al Parque de la Fraternidad. Del interior brota un hedor en el que se mezcla el olor a humedad, la descomposición de los desperdicios y el tufo de los excrementos y el orine.
Si se quiere caminar desde El Vedado habanero hasta el Parque Central, lo mejor es tomar la calle Neptuno, otra de las arterias comerciales de la capital cubana. Sin embargo, para este aniversario lo más prudente, para quienes desandaron la ruta hace más de seis décadas, es evitar enrumbar por sus apretadas aceras en busca de las tiendas de ropa, los comercios de joyería y las peleterías que salpicaban su geografía. En lugar de disfrutar de los últimos gritos de la moda y de las familias que salían de compras los fines de semana, se debe ahora mirar hacia abajo para evitar los huecos, las aguas albañales y los animales abandonados.
Tampoco el casco histórico habanero se ha salvado de la debacle
A pesar de los retoques y las inversiones de los últimos años, tampoco el casco histórico habanero se ha salvado de la debacle. Cerca de los inmuebles restaurados se levantan los solares repletos de gente hacinada que debe cargar el agua para poder bañarse o cocinar. La restauración de la calle Mercaderes, la cuidada portada de la Catedral o la conservación del Palacio de los Capitanes Generales sirven de vitrina para los turistas y contrastan con el naufragio de esta misma parte de la ciudad donde los residentes malviven entre el colapso de los servicios básicos y la maquillada realidad destinada a los viajeros.
Ni siquiera el Malecón habanero se ha salvado de la catástrofe. La cara visible de la ciudad cuando se llega por mar es hoy una larga fila de edificios derruidos. El muro, roto aquí, ennegrecido allá, sigue siendo no obstante el banco más largo del mundo desde el que disfrutar en las noches la brisa marina y fantasear con saltarse las olas y llegar al “otro lado del charco” a esa ciudad que es Miami, una urbe que ha vivido el proceso inverso de La Habana: de un insignificante y cenagoso emplazamiento se ha convertido en la capital hispana de las Américas, gracias, en buena medida, al emprendimiento de los exiliados cubanos.
Si alguna vez La Habana acompañaba en los carteles publicitarios, que anunciaban giras de estrellas mundiales y conciertos de altos quilates, a otras ciudades como París, Londres, Nueva York, Madrid o Buenos Aires, hace mucho tiempo que sus numerosos teatros, salas de cine, cabarets y escenarios musicales han desaparecido.
Como si fuera un sitio bombardeado, lleno de basureros en las esquinas, la Villa de San Cristóbal solo tiene hoy pasado que mostrar y pocos se atreven a pronosticarle un futuro.