El día más alegre de 2021
Uno de los reporteros de '14ymedio', ahora exiliado, cuenta cómo vivió en primera persona las manifestaciones del 11J
Miami/Parecía un domingo tranquilo más, aquel 11 de julio de 2021. Seguía la rutina habitual: monitoreaba las redes sociales antes de salir a las calles de La Habana, en busca de noticias para 14ymedio.
Alrededor del mediodía, llegaron las primeras imágenes transmitidas en Facebook desde San Antonio de los Baños, Artemisa. El pueblo se había lanzado a las calles en lo que sería la chispa que encendería la mayor protesta popular en los últimos 60 años de Historia de Cuba.
Al instante, comenzaron a publicarse videos de otros lugares del país, y pensé: La Habana arde hoy también.
Me vestí tan rápido como pude, preparé una pequeña mochila con dos botellas de agua, tres cajetillas de cigarrillos y un spray de Salbutamol extra, para mi asma, por si me llevaban preso.
Me despedí de mi esposa, quien nunca supo de mi labor periodística, y le dije que saldría a protestar si se sumaban los habaneros. Mientras la abrazaba, le di instrucciones para denunciar públicamente si me arrestaban
Me despedí de mi esposa, quien nunca supo de mi labor periodística, y le dije que saldría a protestar si se sumaban los habaneros. Mientras la abrazaba, le di instrucciones para denunciar públicamente si me arrestaban.
Partí como un bólido por la Calzada de Ayestarán en dirección a la avenida de Carlos III. Allí pude observar y reportar el movimiento de patrullas de policía en dirección a Boyeros. Estaban movilizando fuerzas represivas hacia San Antonio, con lo que dejaban una brecha para que los habaneros lográramos reunirnos de a poco y con cuidado.
En ese momento, no tenía claro dónde podía surgir la protesta en la capital, así que emprendí una de las caminatas más largas que he hecho en mi vida.
Caminé todo Carlos III y Reina hasta Galiano. Mientras andaba, con paso apresurado y mirando a todos lados, no dejaba de preguntarme por qué se veía tanta calma en las calles. ¿Acaso nadie sabe que el país entero está despertando?, me preguntaba, a la vez que seguía buscando en redes sociales alguna señal de manifestación en La Habana.
En Galiano todo se veía como cualquier otro domingo, pocos vehículos en las calles, y los transeúntes en su ir y venir cotidiano. Decidí seguir hasta el Malecón, pensando en el lugar donde se dieron las protestas de agosto de 1994. Sin embargo, nada pasaba en el litoral habanero, y comencé a decepcionarme un poco.
Cansado de tanto recorrer calles y avenidas, hice una parada en una de las esquinas del Malecón para tomar algo de agua y brisa fresca. Volví una vez más al teléfono, los videos seguían inundando las redes.
Se comenzó a especular que la gente había salido en el paseo Martí del municipio de Regla. Pero la información era escasa, y yo seguía teniendo esperanzas de que estallaran las calles de los barrios más céntricos, por lo que decidí seguir andando, esta vez sin rumbo definido.
Minutos después, mi amigo Gabriel, fiel seguidor del Movimiento San Isidro, me escribió vía WhatsApp: "¿Estás en la calle? Revisa mi muro de Facebook". En su última publicación se leía: "23 y Malecón, cita con la libertad".
Llegué a esa esquina en muy poco tiempo, antes que Gabriel, que venía desde Marianao. Para hacer tiempo, subí por 23 hasta la heladería Coppelia y constaté el nerviosismo de los trabajadores del ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión). Ya se observaba tensión en el ambiente.
De regreso al lugar donde había quedado con Gabriel, nos encontramos justo cuando un policía le pedía a él y a una amiga que lo acompañaba, la animalista Aylin Sardiñas, que despejaran el muro del Malecón, que nadie podía estar sentado en ese lugar. Los tres nos movimos hasta un lugar que queda justo al frente del Ministerio de Comercio Exterior.
Empezamos a ver a algunos jóvenes ansiosos alrededor, jóvenes que no paraban de llegar. Comenzamos a formar pequeños grupos a la vez que se aproximaban agentes de la Seguridad del Estado vestidos de civil, en sus habituales motos Suzuki. Todos nos miramos cuando nos percatamos al unísono de que habían cortado los datos móviles en nuestros teléfonos.
Sólo en ese momento, comenzamos a entendernos sin hablarnos. Todos éramos cubanos deseosos de libertad, todos sabíamos por qué estábamos allí. Uno de los muchachos gritó a toda voz: "¡A Galiano, caballero, la cosa es en Galiano!", y salimos todos, esta vez en un grupo apretado, de unas veinte personas entre hombres y mujeres.
De manera inmediata, los agentes de civil intentaron interceptarnos, pero les ganábamos en número, y decidieron "custodiarnos" esperando que llegaran refuerzos.
En ese momento sentí un miedo atroz, pero un sentimiento de compromiso, con Cuba y con 14ymedio, me hizo seguir ahí, en ese grupo de valientes. Así, comencé a documentar lo que estaba pasando. Me adelantaba al grupo y filmaba los momentos en los que se coreaban consignas de libertad, al tiempo que tomaba fotografías, con la emoción tremenda de estar en el lugar y en el momento en que se es parte de la Historia.
En nuestro intento por llegar a Galiano, cambiamos el rumbo varias veces. En el camino, algunos vecinos se quedaban perplejos ante lo que estaban viendo y muchos de ellos nos mostraban su apoyo. Desde aquellos derruidos balcones de Centro Habana, los gritos de "Viva Cuba Libre" sonaron estridentes.
A la mitad de nuestro recorrido, ya no éramos solamente un puñado de jóvenes valientes. Poco a poco, en todas las cuadras, se iban sumando más y más cubanos. La algarabía se hacía sentir cada vez que algún habanero salía de su casa y se "pegaba" a nosotros.
La envergadura que habíamos ganado parecía indestructible. En ese momento pensé: "Ya no pueden con nosotros, esto es multitudinario y mañana amanecerá nuestro país libre"
Pocos, muy pocos, fueron los que salieron al paso a nuestra marcha para defender lo indefendible. La envergadura que habíamos ganado parecía indestructible. En ese momento pensé: "Ya no pueden con nosotros, esto es multitudinario y mañana amanecerá nuestro país libre".
Una masa de más de 500 personas, entre los que también había ancianos, marchamos unidos hasta Galiano. A nuestra llegada, la emoción fue desbordante. Cubríamos casi el cien por cien de la céntrica calle. Dábamos brincos de alegría, el lema "Patria y Vida" resonaba con fuerza y hacía vibrar aquel lugar. La felicidad se veía en los rostros de todos.
Pero había que seguir. El objetivo era llegar al Capitolio, sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Los policías, perplejos ante lo que estaba pasando, no pudieron hacer más que replegarse y dejar pasar a todos los manifestantes. A muchos los convidamos a la rebeldía en contra del régimen opresor al que representaban, dejándoles claro que en una Cuba nueva necesitaremos de la fuerza de todos para reconstruir nuestra isla devastada tras 62 años de dictadura. La respuesta por parte de ellos fue el silencio.
La muchedumbre comenzó a dirigirse al Capitolio a través del estrecho Boulevard San Rafael y algunas calles aledañas. Quedé atónito al ver entre la multitud incluso a personas en sillas de ruedas. Los manifestantes, en todo momento, se mantuvieron pacíficos. Esos rostros alegres, que alzaban la voz por primera vez en su vida, eran los mismos a los que Díaz-Canel llamaría después "revolucionarios confundidos", cuando solo eran cubanos ávidos de libertad y prosperidad.
Fue allí, en una esquina de San Rafael, donde tuve que correr por primera vez. Se había desatado una estampida cuando los policías y militares intentaron detener a los manifestantes que iban en la vanguardia. Después vinieron los objetos voladores.
Lanzaban toda clase de piedras, botellas y otros objetos desde las últimas filas represivas hacia la multitud que protestaba y exigía el paso hacia el Capitolio. Algunos de los manifestantes devolvieron los objetos lanzados, hecho que fue aprovechado por los represores para cargar contra todo el que tuvieran delante.
Tras replegarnos, de vuelta en la calle Galiano, nos dispersamos y perdí de vista a mi amigo Gabriel. Se había quedado tras los policías, dentro de un pequeño cerco en el que atraparon a los rezagados. Fue golpeado brutalmente junto a otros jóvenes. Después de trece días preso en Jóvenes de Occidente, en Cotorro, fue puesto en libertad y convidado a abandonar el país, y hoy se encuentra viviendo en el exilio de Miami, como yo.
Tras intentar varias veces contactar con mi amigo perdido, seguí a otro grupo que se dirigía al Capitolio por una calle cercana. Cuando llegué al Parque de la Fraternidad estaba exhausto.
Un triple cordón de seguridad custodiaba los alrededores de la sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular, militares de civil y con uniforme, policías, tropas especiales, de todo
Se veían cientos de personas dirigiéndose al Capitolio, pero todos estaban muy dispersos. Paré para tomar agua y fumar. Algunos jóvenes que estaban sentados en un contén me pidieron cigarrillos. Se los di y me agradecieron. Les pregunté si venían a las protestas y me dijeron que sí, que estaban "cogiendo un diez", pero que iban a seguir. Uno de ellos sentenció: "Hoy se cae esto sí o sí".
Continué hasta la esquina del hotel Saratoga, hoy destruido por la explosión del pasado mayo. Un triple cordón de seguridad custodiaba los alrededores de la sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular, militares de civil y con uniforme, policías, tropas especiales, de todo.
Pese a todo, no cesaba la afluencia de personas. Los gritos de libertad me impresionaban, yo seguía documentando. Un grupo grande que quería acceder desde la calle Zulueta, en la esquina del Teatro Martí, tuvo un enfrentamiento con la Policía. En ese momento se desató la violencia. Comenzaron a arrestar a todos los que estaban cerca de ahí, a golpes, y se llevaban incluso a personas que solo apuntaban la cámara del celular hacia lo que estaba pasando.
Se quedaron grabados en mi memoria los rostros ensangrentados de jóvenes, que a pesar de los golpes y las apretadas esposas seguían gritando: "Abajo la dictadura", "Viva Cuba libre". Los camiones y ómnibus que prestaban servicios de patrullas comenzaron a llenarse, el ir y venir de autos policiales era incesante, el ruido ensordecedor de sirenas acallaba poco a poco la ilusión de la libertad definitiva.
Intenté ponerme a salvo al ver que el cerco policial crecía, retrocedí para salvaguardar todo lo que había documentado. No había internet en todo el país, y el mundo tenía que saber lo que estaba pasando. Yo podía aportar mi granito de arena. Me ubiqué cerca del llamado Palacio de Computación, en la calle Reina, y desde allí vi cómo un botero había atravesado su almendrón en el medio de la calle para impedir que un ómnibus se llevara a los detenidos. Resultó arrestado de manera inmediata.
Llegaron guaguas con lo que parecían ser personas afines al régimen. Para entonces, Díaz-Canel ya había salido en televisión nacional, haciendo un llamado "al combate" al que no respondió el pueblo, sino las brigadas de respuesta rápida, muchos de ellos muchachos pasando el Servicio Militar (obligatorio en Cuba).
Alfredito, un conocido mío que vive en Alta Habana, y que el día de los sucesos se encontraba de guardia en una de las unidades militares de Managua, me contó que fueron prácticamente obligados a salir a las calles vestidos de civil a enfrentar a todo aquel que protestara, equipados con los mismos maderos que utilizan en sus dormitorios y que sirven de soporte para los mosquiteros personales. Él, al igual que muchos, fingieron alguna enfermedad para no acudir al "llamado" de la Revolución.
Estando en la esquina del Palacio de Aldama, me quedé un poco desorientado y triste por todos esos cubanos dignos presos y reprimidos brutalmente por otros cubanos al servicio de una dictadura. Pensaba que todo había terminado y decidí dirigirme a casa, para que mi familia supiera que estaba bien. Tenía calambres en los pies, así que opté por buscar un transporte.
Para entonces, Díaz-Canel ya había salido en televisión nacional, haciendo un llamado "al combate" al que no respondió el pueblo, sino las brigadas de respuesta rápida
Un coco-taxi se detuvo a una de mis señas. Le ofrecí 100 pesos para que me llevara hasta mi casa, a pesar de que estaba a apenas unas 12 cuadras. Pasé antes a ver a mi abuela y verla tan preocupada hizo que se me saltaran las lágrimas. Le mentí de manera piadosa: "Mima, yo no estaba en las protestas, tranquila que ya voy para la casa". Me pidió que no saliera, que me conocía bien y que sabía cómo yo pensaba, tenía miedo que me llevaran o que terminara ultimado por una bala en nombre de la Revolución.
Al llegar a mi domicilio, a tres cuadras de la Plaza de la Revolución, fui directo a darme un baño. No quería hablar con nadie, me invadió un derrotismo tremendo. Mi esposa, que es fisioterapeuta en un policlínico, me dio un masaje en las piernas, acalambradas después de haber caminado y corrido decenas de kilómetros.
Salí a la acera, intenté una y otra vez enviar algún mensaje utilizando un VPN para la conexión, pero todos los intentos fueron en vano. La poderosa y única empresa de telecomunicaciones en Cuba, Etecsa, había dejado a oscuras las comunicaciones de todo el país. Una grave falta de respeto a todos sus clientes y a todos los familiares de cubanos en el exterior que aportan un flujo importante de divisas a ese monopolio al servicio del régimen.
Me encontraba muy angustiado por la situación de mi amigo Gabriel, no dejaba de pensar que podía haber corrido con la misma suerte que él. De repente, sentí a lo lejos alaridos de personas, me paré en medio de la calle solo vistiendo un short y un par de chanclas. Miré hacia la calle Arroyo, conocida popularmente como Aranguren. No veía a nadie, pero el bullicio se hacía cada vez más potente, hasta que vi a los primeros valientes pasando en masa en dirección a la Plaza de la Revolución.
Mi instinto fue correr hacia la multitud, sin pulóver, sin mascarilla (aún estaban vigentes las normas por la pandemia de covid-19, por lo que procesaron a muchos ese día). Tenía que estar ahí, grabar lo que estaba pasando y junto a los ciudadanos dignos, exigir la libertad del país. Mi perrita Kathy, que odia las motos Suzuki que utilizan en su mayoría los agentes de la Seguridad del Estado, salió disparada tras de mí.
El panorama era increíble. Una barricada humana compuesta por efectivos de las fuerzas especiales impedía el paso hacia la calzada de Ayestarán y el acceso a la calle Paseo donde se encuentran, además de la Plaza, el Consejo de Estado, el Ministerio de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior.
Detrás de ellos iba una turba de muchachos que, a simple vista, no pasaban de los 20 años y vestían pantalones color verde militar, pulóver blanco y botas negras. Llevaban palos y piedras, una grotesca imagen si tenemos en cuenta que en todo momento los manifestantes que llegaron hasta allí se comportaron de manera pacífica y ninguno estaba armado.
La tensión fue creciendo a medida que se iban agolpando cada vez más manifestantes de todas las edades y clases sociales. Comenzaron las consignas anticastristas y anticanelistas. "Díaz Canel, suelta el poder", gritaban a toda voz. Atentos a la mirada cargada de odio de los defensores del régimen, muchos de los que allí estaban se mostraban, a pesar de todo, esperanzados.
Sin embargo, llegaron las primeras piedras lanzadas por los muchachos de pulóver blanco y pantalón verde. Estos jóvenes del Servicio Militar tenían como diana la cabeza de los manifestantes. Una vez más, hubo una estampida. Algunos recogieron las piedras más grandes del suelo para devolverlas con saña a los atacantes, unas imágenes que utilizaría luego la propaganda castrista para tildar de violentas las protestas. Luego, vinieron varios disparos de advertencia por parte de la policía.
Intenté recoger rápidamente a mi perrita en medio de la desbandada, recibió varias pisadas pero se recuperó al poco tiempo. Corrí hacia la casa y muchos de los que corrían conmigo se fueron escondiendo en pasillos y recovecos del barrio, huyendo de la cacería inhumana que emprendieron los militares. Pasaban mujeres cojeando, personas con golpes por las pedradas, todos aterrorizados.
Había vecinos que abrían sus puertas a los que venían escapando. Uno de los heridos fue atendido en una de esas casas. Tenía una herida abierta en la cabeza producto de una pedrada. Le curaron y taparon el corte. Le dijeron que fuera al hospital, que parecía necesitar sutura, pero el joven decidió ir a su casa porque tenía miedo de que lo cogieran preso en alguna institución de salud.
Así viví el 11J en La Habana. Días oscuros para la libertad y los derechos humanos se sucedieron desde entonces y continúan hasta el día de hoy en la Isla. A pesar de todo lo acontecido, y de no haber podido alcanzar el principal objetivo, que era el derrocamiento de la dictadura y, con ello, abrir paso a una Cuba plural y verdaderamente democrática, fue el día en el que el pueblo se levantó y dijo ¡basta! Por eso, para mí fue el día más alegre de 2021.
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