Día 32: Ingenieros sin diploma
En el país del desvío de recursos, el cierre de un gran número de centros de trabajo corta abruptamente el salario invisible que sostiene a muchas familias
La Habana/Este martes se complicó desde el principio. En nuestra casa se rompió una tubería y con todos los plomeros en cuarentena tuvimos que apelar a nuestros conocimientos de ingenieros sin diplomas para resolver el problema. Reinaldo logró tapar la rotura con el viejo truco de la jabita de nylon, pero falta esperar a que esta tarde enciendan la bomba de agua del edificio a ver si el remiendo aguanta.
Nada más terminar con las labores de plomería, llamó un amigo angustiado porque lleva un mes sin trabajo. Nuestro teléfono suena constantemente. Llaman desde las cárceles, desde los hospitales y desde lejanos pueblitos que ni sabíamos que existían. Algunos quieren reportar un hecho, otros saludar y muchos contarnos su angustia. Así que vivimos en un espacio físico que comparten una casa, una redacción periodística y un consultorio de psicoterapia.
Mi amigo es empleado de un centro estatal que fue cerrado tras la llegada del covid-19 a la Isla
Mi amigo es empleado de un centro estatal que fue cerrado tras la llegada del covid-19 a la Isla. Ahora recibe la totalidad de su salario al menos durante las primeras cuatro semanas. Dicho así parece la panacea: quedarse con su familia y cobrar el sueldo. El problema es que, como muchos cubanos, su entrada principal es lo que consigue "por la izquierda" en su puesto laboral. De manera que en pocos días sus ingresos reales (no los oficiales) se han desplomado.
Como él, miles de personas que habitan esta Isla se han quedado "colgadas de la brocha": el cocinero que completa su magro salario con el queso sacado del hotel que luego oferta en el mercado negro; la bibliotecaria que vende sus turrones de maní a los estudiantes de la secundaria y el custodio del almacén de una empresa que llega a fin de mes sacando furtivamente una tina de helado cada semana.
En el país del desvío de recursos, el cierre de un gran número de centros de trabajo corta abruptamente el salario invisible que sostiene a muchas familias. Es una entrada económica no declarada pero crucial. De ahí que la sensación de asfixia de mi amigo sea tan comprensible.
Después de atender otras llamadas y antes del mediodía tuvimos que ir a "reportar el pollo liberado-racionado", la manera burocrática de decir que no alcanzamos el producto y ahora necesitamos estar en una lista para la próxima vez que vuelva a la carnicería. Durante tres días estuvimos con la duda de si hacer o no la larga cola para comprarlo, pero optamos por nuestra salud y perdimos el pollo. Ahora, habrá que esperar.
La dirección de residencia, el número de la libreta de racionamiento, el nombre completo con dos apellidos y otros datos del núcleo familiar fueron necesarios para rellenar la planilla de reclamación. La empleada del local tuvo que dedicar tantos minutos a nuestro caso que se generó cierta molestia entre quienes esperaban para adquirir el yogurt de soya que venden a los mayores de 65 años. "Parece que se va a comprar un carro en lugar de reportar un pollo", se quejó un vecino.
Pero ni auto ni pollo, el resto del periplo para buscar comida fue a pie. En el camino saludé a varias personas, pero no sé bien si las conocía porque las mascarillas complican la identificación.
Este virus nos ha robado también el rostro. Algo que tiene sus ventajas. Podría combinar pelucas y mascarillas para evadir a la policía política
Este virus nos ha robado también el rostro. Algo que tiene sus ventajas. Podría combinar pelucas y mascarillas para evadir a la policía política, si no fuera porque no hay lugar a dónde ir, actividad pública que cubrir informativamente ni reunión clandestina a la que asistir. Justo en el momento en que el "camuflaje" nos podría ayudar más a los reporteros independientes, es cuando no sirve para nada.
Esta vez, en el mercado agrícola cercano, conseguí jengibre fresco y zanahorias. Algo es algo y los productos que van apareciendo a cuentagotas en las tarimas del barrio también me obligan a explorar nuevas combinaciones. Así que nada más regresar del extenuante calor de la calle y de sus peligros de contagio, rallé un trozo de esa raíz, le agregué aloe vera del jardín y preparé un licuado. Me di un trago largo… a la salud del futuro.
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