6- Encuentro con Ángel, el marero que huyó de la delincuencia
"Mira, cubano, prueba esta fruta". En la finca tenían puercos, aves, conejos, de todo. Yo ahí comí frutas que nunca había comido en mi vida, que ni sabía que existían
La entrada a México fue increíblemente tranquila, era como si estuviésemos llegando a nuestra casa. Allí había también uno de estos mafiosos, supongo que esperando un pago. Al rato el guía regresó con un Nissan muy moderno y nos llevó a una bodega a esperar.
Ahí conocí a unos nicaragüenses con los que hablé y que empezaron a contarme las barbaridades que Ortega hacía con las elecciones. Que si el país se estaba jodiendo, que si pronto iba a ser la nueva Venezuela, que si estaban con miedo y decidieron salir a probar fortuna a los Estados Unidos... Ellos iban con la intención de ganar dinero dos o tres años y volver, que yo no lo entiendo, porque si piensan que su país está hecho leña...
Pasamos un par de horas hasta que nos vinieron a buscar y nos llevaron a Palenque por una carretera increíblemente larga, donde había muchos túmulos, que es como decimos en Cuba a los policías acostados, esos que ponen para controlar la velocidad de los conductores.
El hombre aceleraba y yo pensaba: "¡Dios mío, nos vamos a matar!". En ese coche íbamos sin un cinturón: delante el chofer, al lado dos mujeres, una sentada encima de la otra, y atrás cuatro, tres nicaragüenses y yo, muy incómodos. A 180 kilómetros por hora, el auto roza una piedra en el camino y yo me hubiera matado, así sin preguntar mucho.
Después de cuatro horas, llegamos a Palenque, que fue donde cambiamos de nuevo de camioneta. Nos tuvieron parqueados aproximadamente una hora y veinte minutos, los siete apretados. Yo estaba desesperado, por bajarme y por la incertidumbre, porque ahí ya operan directamente los cárteles con nosotros.
Finalmente, la camioneta salió y, de pronto, de estar solos, entramos en una caravana inmensa, inmensa, que yo no veía ni la punta ni la cola: todas eran camionetas de estas de nueve plazas, todas cargadas con migrantes.
En Palenque nos llevaron a una bodega, que es como llaman a los sitios donde dejan a los migrantes, una casa de tres plantas pero muy estrecha. Aquel lugar era simplemente horrible, y me perturbó. Había muchos cubanos dentro. Estaba lloviznando y entramos allí, todo encharcado por el ir y venir de zapatos, muy sucio, muy oscuro, con muchísimos niños.
Estaba lloviznando y entramos allí, todo encharcado por el ir y venir de zapatos, muy sucio, muy oscuro, con muchísimos niños
Los niños jugaban unos con otros sobre unas colchonetas muy finitas de espuma y las madres estaban desesperadas. Una se acercó y nos dijo: "Oigan, ustedes tienen que entrar, no se pueden quedar ahí", porque según contaban, la migra y la Federal pasaban constantemente y no podía ver a nadie afuera. Pero en realidad todo el mundo sabe lo que pasa ahí. Todo lo que vi en México fue mucho.
Por suerte, el chofer nos sacó para su casa, que estaba en las afueras, y tenía una bodega de estas vacía, así que éramos los únicos ahí. La mujer era muy amable, nos trató muy bien. Nos hizo unos pescados fritos y nos dio bebida. Me decían: "Mira, cubano, prueba esta fruta". En la finca tenían puercos, aves, conejos, de todo. Yo ahí comí frutas que nunca había comido en mi vida, que ni sabía que existían.
Dormimos en una cama cada uno, con aire acondicionado. Y eso que ya se empezaba a sentir el frío mexicano.
Al día siguiente era 14 de febrero, día del amor y la amistad, y allí hicieron una celebración con serpentinas y tequila. Me dieron a probar cervezas de México y me preguntaban por Cuba. Yo ahí quería ser más discreto, pero conté algunas cosas. Aquel hombre pertenecía a un cártel, según decían otros migrantes, de los Zetas, que sabrá Dios las cosas que habrá hecho, porque tenía buena posición dentro del cártel. Con todo, ese hombre se solidarizó mucho con la situación cubana de la que le hablaba: no sabía nada y me decía que ojalá pasara todo pronto, porque Cuba debía de ser un país lindísimo.
Ellos estaban haciendo la ruta de ir a Cancún, porque de Palenque distribuyen migrantes hacia Villahermosa y hacia Cancún
Esa noche llegaron tres cubanos, dos muchachas y un muchacho, que se sorprendieron porque pensaron que yo había llegado muy rápido hasta allí. Ellos estaban haciendo la ruta de ir a Cancún, porque de Palenque distribuyen migrantes hacia Villahermosa y hacia Cancún. Ahí tenían que abordar estos famosos vuelos de Mexicali, de donde cruzas la frontera caminando. O sea, ahí no hay río, te abren una puertecita, cruzas y ya estás en Estados Unidos.
Al otro día llama el hombre y le dice a la esposa que acomode, porque van 80 cubanos para la casa. Y yo no me lo podía creer, ¡si ahí había como mucho sitio para 30! Pero me puse con ella a organizar y hasta ayudé a hacer comida para todos, que incluso pensaron que era uno de ellos y yo les tenía que contar que no, que yo era un cubano más.
Ahí, porque el mundo es tan pequeño como un pañuelo, encontré a una persona que hacía la cola de Trimagen, una tienda de mi barrio en La Habana. El hombre se puso a hablar conmigo, que sí, que hacía de colero, pero que la pandemia, "ya tú sabes", y el hijo estaba en EE UU, así que logró dinero para salir, él con la mujer. Todo ese grupo, completo, los 80, iban por la vía de la visa a Cancún. Ellos protestaban mucho, porque decían que los trataban como vacas con el dinero que habían pagado: unos 5.000, otros 7.000 dólares. Cada uno distinto.
Entre los 80 había uno que resultó ser uruguayo, con el acento que tenía. Así que yo le pregunté. Este tipo viajó a Cuba en 2021 y ahí resolvió para tener una identidad cubana. No me quiso explicar cómo lo hizo, solo que le costó 11.000 dólares, y me contó que así podía obtener los beneficios que tenemos los cubanos para quedarnos en EE UU. Él había salido el 11 de julio, pero no a protestar, sino a mirar. El uruguayo decía eso, pero Alison y yo especulábamos que habría tenido algún problema en su país, o era un fugado. Parecía una buena persona, pero uno nunca sabe.
Aquella tarde por fin nos llevaron a Villahermosa. La caravana era como de ocho vehículos e íbamos evadiendo algunos controles, pero la verdad es que todo fue a las mil maravillas, todos conversando: el chofer, Alison y los tres cubanos.
Había dos nicaragüenses más callados, eso sí. El chofer pensaba también que Cuba era la perla del Caribe, pero una de las muchachas le contó que era de Las Tunas, donde trabajaba de maestra, y que no le daba el dinero para dar de comer a su hijo. El chofer decía: "Bueno, pero si viven en una isla por lo menos, peces deben tener, tienen que tener pescado". Me eché a reír.
Nosotros le contábamos que en Cuba había una dictadura, y él decía que había vivido momentos duros en México, pero nunca se había tenido que preocupar por lo que iba a comer mañana.
Salí de aquel carro bastante deprimido, después de tanto recordar las cosas de mi país, pero llegué a Villahermosa a una bodega y desde entonces ya no vi a ningún cubano más. Aquello era una casa muy grande y muy bonita, muy moderna, en la que estuve cuatro días con 50 o 60 hondureños. Todas las mañanas, los encargados nos traían comida y nosotros nos distribuíamos las tareas de la casa: unos limpiaban, otros cocinaban, otros recogían.. Lo único que no podíamos era estar en el patio, por si nos veían.
El chofer decía: "Bueno, pero si viven en una isla por lo menos, peces deben tener, tienen que tener pescado". Me eché a reír
Ahí, en uno de los cuartos que me tocó dormir, teníamos unas colchonetas de estas que tienen el forro azul, como de piscina, con una colcha, y en cada cuarto, por ejemplo, en el mío dormíamos 12 o 13 personas, los hombres abajo y las mujeres arriba, separados.
Yo ahí pensaba, como no había ningún cubano, que con quién iba a hablar, pero fue muy agradable. "Mira, un cubano", decían muchos, porque nunca habían visto a un cubano, de hecho, creo que ninguno. Entonces empezaron a preguntarme cosas y conversamos y tuvimos mucha afinidad. Ese equipo llegamos juntos a la frontera y nos ayudamos muchísimo unos a otros, todo el tiempo.
Hice mucha amistad con Ángel. Él tenía 21 años y dos hijos pequeños, por eso se sintió identificado conmigo, porque yo también tengo dos. Él me contó que era del norte de Honduras, un área grande de San Pedro Sula y sus pueblos aledaños, donde operan mucho las maras, la MS-13 y el Barrio 18. Ángel se juntó con malas personas y acabó siendo sicario. Me aclaró que no mató, que era chofer.
Entonces me contó que tenía que llevar a los sicarios a matar gente y una vez tuvieron que secuestrar a uno por orden del hermano, al parecer por un problema de drogas. El hermano pagó como 10.000 dólares no solo para que lo mataran, sino para que lo torturaran. Quería que lo colgaran en un lugar y lo desollaran vivo. Cuando vio eso, no pudo aguantar y se tuvo que ir a vomitar.
Entonces empezaron a preguntarme cosas y conversamos y tuvimos mucha afinidad. Ese equipo llegamos juntos a la frontera y nos ayudamos muchísimo unos a otros, todo el tiempo
Él vio cosas horribles, uno de los de la otra mara contrincante tuvo problemas con él y al final terminó hablando con sus amigos sicarios para ir a matar a todos aquellos que estaban amenazándolo. Así que sí, finalmente, sí terminó disparando una pistola y matando, matando gente. Y por esa razón se fue. Primero se escondió y, al cabo de un mes, se fue.
Ángel tiene un hermano que vive en California que lo estaba ayudando a salir de aquel ambiente de película. Por mucho que me cuenten, yo no me imagino algo así en la vida real.
Lo de las maras en Honduras es terrible. Escuché cosas horribles de ese país, como que si usas un calzado específico que llevan los de la mara 18 sin ser de ella te dan un tiro, o que no puedes pasar con los cristales del carro tintados... Alison, la muchacha que viaja conmigo, tiene 17 años y toda su vida allá, pero uno que estaba metido en una mara se encaprichó de ella y le hizo la vida un yogur, como decimos en Cuba. La persiguió, intentó violarla... Entonces ella le dijo al padre, que vive en EE UU desde hace 13 años: "Papi, yo necesito que me saques de aquí, porque me van a violar". Y él, claro, sacó dinero de debajo de la tierra.
Mañana
Hasta Ciudad de México, un viaje de 17 horas, de pie en un ómnibus
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