El Estadio Panamericano, otra ruina de cemento y acero oxidado en el paisaje cubano
Como una suerte de símbolo de la debacle, el complejo deportivo construido por Fidel Castro en 1991 ha reflejado el vaivén histórico del país
La Habana/Tres décadas de abandono pesan sobre el Estadio Panamericano de La Habana. Piedra angular de un faraónico complejo deportivo construido por Fidel Castro en 1991, tras cumplir su propósito inicial –demostrarle al mundo que la Cuba socialista era capaz de organizar un evento de alto calibre– su declive ha sido imparable.
El despliegue logístico para los XI Juegos Panamericanos, muy por encima de las posibilidades de la Isla, y la caída del campo socialista meses después de la celebración del encuentro, aceleraron la llegada del llamado Período Especial. Desde entonces, como una suerte de símbolo de la debacle, el estadio ha reflejado el vaivén histórico del país.
Dos factores han acentuado la decadencia del local: la pésima calidad de los materiales con que fue construido –atizada por las prisas de Castro– y la cercanía de la costa y el salitre, que lleva años desgastando la estructura. El resultado, que ahora observan quienes atraviesan la Vía Monumental rumbo a Alamar, Cojímar y Guanabo, es una mole despintada, con las gradas carcomidas por el óxido y sin luces en su torre.
Dos trabajadores –un hombre y una mujer, ambos de unos 40 años– matan el tiempo en el vestíbulo del estadio. No tienen qué hacer, pero les han orientado estar "de guardia" por las malas condiciones de la verja que rodea las instalaciones. "Llevamos años pidiendo que la arreglen", dice el hombre, que apoya su pesado asiento de cabilla en la pared.
La mujer, que descansa sobre una colchoneta en mal estado, coincide con su compañero. "Aquí entra la gente por la noche", advierte, incorporándose. "No es extraño que uno se encuentre con una situación desagradable o algún 'regalito', como condones usados y excrementos".
Aunque el aspecto del Estadio Panamericano es el de una ruina, todavía entrenan en él muchos deportistas, además de los miembros del equipo nacional de atletismo. Cuando terminan de correr –a pleno sol y sin el equipamiento adecuado, precisan los trabajadores– es "normal" que las duchas no tengan agua y que los jóvenes tengan que volver, sudados, a sus hogares.
La prensa oficial publicó el pasado marzo un reportaje sobre el paquete de "arreglos" de las instalaciones que el Gobierno había financiado. Según Cubadebate, las autoridades habían trabajado duro para "rescatar" el otrora coloso del deporte en Cuba. La reparación, a juzgar por las fotos del propio medio, consistió en la construcción de un "moderno gimnasio" –en realidad, con solo una decena de equipos– y la remodelación parcial del vestíbulo.
Mildred Pérez, directora del estadio, advirtió entonces de que la rehabilitación será "gradual" y que estaría marcada por "las limitaciones económicas que sufre el país de manera general, lo que impide contar con un mayor presupuesto". No obstante, la funcionaria subrayó su fe en que, con "la voluntad de hacer un poquito cada día", el estadio cambiará. "Para bien", aclaró.
La realidad del edificio, que alguna vez tuvo capacidad para 35.000 espectadores, es otra. Lo único con aspecto renovado en sus alrededores es un cartel del Che Guevara, que sobresale entre la mala hierba. El estadio no está solo en su declive: lo acompañan otras instalaciones del Parque Panamericano, como el complejo de piscinas Baraguá, parte de la Villa que albergaría a los 5.000 atletas visitantes, las canchas de tenis 19 de Noviembre y el velódromo Reinaldo Paseiro.
Las fotos de 1991 muestran a Castro eufórico, frente a las delegaciones internacionales, en las mismas gradas que hoy están despintadas. Las pistas por donde corrieron los legendarios Ana Fidelia Quirós y Alberto Cuba se encuentran en un estado inaceptable para un campeón olímpico.
"Una pinturita hoy; unas butacas mañana, pero nada que resuelva el problema real. El Estadio Panamericano ya no le va a dar a este país ni un dólar, y ellos lo saben", remata la trabajadora del estadio antes de volver a la colchoneta. Sobre la puerta del vestíbulo, con una sonrisa de confianza en el futuro del socialismo, un dibujo de Tocopán –el tocororo mascota de los juegos– sigue dando la bienvenida a los visitantes.
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