La exclusión como política

La bandera cubana sirve como símbolo de una sola nación. (14ymedio)
La bandera cubana sirve como símbolo de unidad. (14ymedio)
Fernando Dámaso

17 de mayo 2015 - 16:20

La Habana/El Gobierno cubano, desde su instalación en el poder en enero de 1959, ha mantenido una política autoritaria y excluyente. Patriotas, cubanos y ciudadanos, han sido considerados sólo aquellos que apoyan incondicionalmente al poder. Quienes no lo hacen o simplemente lo critican son apátridas, traidores y antisociales.

El esquema, por su simplicidad, resulta primitivo, pero le ha sido útil. Este posicionamiento absurdo y antinatural se ha aplicado a todo: democracia, libertad, derechos humanos, unidad, oposición y otros muchos términos han sido redefinidos según los intereses ideológicos y políticos de quienes gobiernan, dando la impresión de que la Isla existe en un espacio geográfico y político irreal, fuera del planeta Tierra.

La diferencia nunca ha sido aceptada y sí reprimida: un triste ejemplo lo constituyeron las llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), donde fueron internados y obligados a realizar trabajo forzado miles de ciudadanos por sus ideas religiosas, sus preferencias sexuales e indumentarias o su rechazo a las autoridades.

Sólo hace algunos años, más por conveniencias políticas coyunturales que humanitarias, se aceptaron oficialmente las diferencias religiosas y de preferencia sexual, aunque en la práctica cotidiana continúan viéndose con reticencia por parte de muchas autoridades. Sin embargo, nunca han sido aceptadas las diferencias ideológicas ni políticas; según las autoridades, “por la necesidad de mantener la unidad nacional ante las agresiones del enemigo”.

Últimamente, a tono con el ambiente de diálogo entre los Gobiernos de Cuba y Estados Unidos, aunque no han disminuido ni el lenguaje agresivo ni la violencia, se han puesto sobre la mesa algunos temas considerados tabúes durante años. El de la sociedad civil, que estaba desterrado del lenguaje oficialista, al igual que el de la democracia y el de los derechos humanos, se han hecho presentes. Claro, y no podía ser de otra manera, se habla de “nuestra sociedad civil” al igual que desde hace tiempo se habla de “nuestra democracia” y de “los derechos humanos que defendemos”. Parecen ser propiedad privada del Gobierno, el cual, irónicamente, siempre la ha visto con malos ojos. Otra vez se manifiesta la exclusión.

Tratar, como se hace ahora, de legitimar internacionalmente a las organizaciones gubernamentales como la única sociedad civil cubana resulta aberrante

La sociedad civil es una sola y pertenece al país, e incluye tanto a las organizaciones y asociaciones que apoyan al Gobierno como a las que lo cuestionan, lo rechazan o, simplemente, no les interesa la política y se dedican a cuestiones ecológicas, religiosas, artísticas y otras. Tratar, como se hace ahora, de legitimar internacionalmente a las organizaciones gubernamentales como la única sociedad civil cubana resulta aberrante.

La cuestión no estriba en rechazar las actuales porque apoyan al Gobierno, sino porque constituyen órganos de este, quien las organiza, dirige, controla y financia. Nadie acepta que las mismas, con lo que recaudan de sus miembros, puedan sostenerse económicamente, mantener sus voluminosos aparatos burocráticos, inmuebles, transportes, sufragar intensas campañas propagandísticas y gastos de viajes, organizar y realizar reuniones, talleres y hasta congresos, con la participación de decenas de invitados extranjeros, a los cuales les sufragan todos sus gastos.

La nación cubana también es una, aunque las autoridades hayan pretendido apropiarse de ella, considerando sólo a sus adeptos y excluyendo a todos los demás.

Peor aún, esta mala práctica gubernamental, tal vez por haber vivido demasiados años bajo su influencia, ha sido adoptada por algunos opositores, aplicándola tanto a las autoridades como a quienes, en sus propias filas, no comparten sus opiniones políticas, sin valorar seriamente el daño que se causan ellos mismos ni, más importante, el que le causan a la oposición y, por ende, también a Cuba. Hoy es necesario echar rodilla en tierra, dejar a un lado las diferencias personales y buscar la unidad para salvar al país. Unidad real y responsable de todos los cubanos, piensen como piensen, sin exclusiones, en bien de la nación.

En este mes los cubanos recordamos dos fechas importantes: el 19 de mayo, con el 120 aniversario de la caída en combate de José Martí, y el 20 de mayo, los 113 años de la fundación de la República. En la historia de Cuba nadie ha sido más inclusivo que el Apóstol. Su pensamiento “la patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie” y su sueño de “una nación con todos y para el bien de todos” aún constituyen asignaturas pendientes. Dediquemos nuestros mejores esfuerzos a su consecución.

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