A falta de ómnibus y de combustible, los coches de caballos garantizan el transporte en Cienfuegos
Mucho más baratos que los triciclos y las motonetas, los carretoneros no gozan de la simpatía de las autoridades
Cienfuegos/“Las guaguas del Estado no son competencia para nosotros, porque prácticamente no existen”, se burla un carretonero que espera a cargar su coche justo donde comienza la Calzada de Dolores, en Cienfuegos. Que el entorno de la piquera, donde el gobierno les ha ubicado, lejos del centro, se haya convertido en un vertedero de orina y heces de animales, no impide que la gente se acerque y monte en los carretones desvencijados para dirigirse hacia cualquier punto de la ciudad.
“Nos vendría bien una mejor ubicación. Las personas que están en El Prado, por ejemplo, y van para Tulipán tienen que caminar por lo menos diez cuadras para llegar hasta aquí, pasando por el Parque Villuendas”, explica Jorge, quien maneja su carretón desde hace 18 años.
Lejos de concederles la oportunidad que buscan, estos transportistas denuncian que las autoridades locales han estado “a punto de aniquilar los carretones por completo”. Jorge agradece que, cada vez que la medida ha estado a punto de tomarse, la crisis de combustible y la falta de ómnibus han puesto la balanza a favor de los cocheros. Sin embargo, la actitud del gobierno sigue siendo hostil.
“Lo único que le falta a la dirección del Partido es echarnos la culpa de causar una epidemia, pues junto a la Empresa de Servicios Comunales y al Ministerio de Trabajo, ha cambiado nuestras rutas, nos han subido los impuestos, nos han controlado la tarifa de precios, y todo con el objetivo de que vayamos desapareciendo”, afirma.
Cuando la ley aprieta, explica el hombre, los carretoneros buscan la forma de sobrevivir. Lo más común, asegura mientras le da la cola a un colega que acaba de llegar a la calzada, es alquilar el vehículo. “Cada vez que se puede tenemos que alquilar el coche, porque es la única forma de que la cuenta nos alcance para pagar el fisco, mantener el carretón y cuidar al caballo”, asegura. Pero siendo tantos los que se dedican a lo mismo, no es fácil lograr más de tres o cuatro alquileres por semana.
Jorge también lamenta que las rutas de los carretones no sean tan flexibles como las de los triciclos y motores
Jorge también lamenta que las rutas de los carretones no sean tan flexibles como las de los triciclos y motores que también ofrecen viajes en el centro. Pero el cochero sabe que, frente a los motorizados, su gremio tiene una ventaja: los precios. “No todo el mundo puede alquilar una motoneta hasta La Juanita o Junco Sur, porque fácilmente le cobran 1.000 pesos por el viaje”, valora.
Osmani, el joven cochero a quien Jorge dió el último, coincide en casi todo con el hombre, que se ha convertido en una especie de mentor en el oficio: “Mucha gente se queja de que nuestros trayectos son limitados, pero todos sabemos que los culpables no somos nosotros”.
Hace siete meses que el muchacho comenzó los trámites para por fin poner en circulación su coche. “En vez de facilitar las cosas, lo que hacen es poner trabas burocráticas que desaniman a cualquiera. Y después que se logra sortear las dificultades iniciales, entonces viene la lucha diaria con los inspectores, dispuestos a poner una multa hasta por los excrementos del animal”, se queja.
En la piquera el tiempo es dinero. Por eso los cocheros intentan llenar los carretones rápidamente y, cuando no lo consiguen, los clientes se impacientan. “Cuando te dicen que van para la piquera del Hospital Provincial o de la terminal de ómnibus, en realidad se quedan dos o tres cuadras antes del lugar. No es culpa de los carretoneros no poder llegar hasta ahí, pero los clientes pagamos por un recorrido que nunca se completa”, lamenta Idania desde el asiento de uno de los coches que espera a llenarse. “Cuando me bajo, todavía tengo que coger otro transporte para llegar a mi casa, en el barrio de Reina”.
Con los 20 pesos del pasaje en mano, Idania se lanza a hacer un análisis breve del problema del transporte en la ciudad. Sus conclusiones no son buenas: no hay ómnibus, el transporte alternativo es caro y, el más barato, como los carretones, no abarca todas las rutas que pudiera.
A la mujer tampoco le gusta la idea de que cientos de cienfuegueros se muevan a diario gracias a la tracción animal. “Obviamente estoy a favor de la protección animal, pero en nuestro país no se puede prescindir de este medio de transporte”, refiere. Con el carretón lleno y listo para partir, Idania zanja la conversación con una máxima que el resto de los pasajeros aprueba: “Si no fuera por los caballos, tendríamos que andar toda la ciudad a pie”.