El famoso Sloppy Joe's Bar, víctima de la desidia del Estado cubano
El antiguo cuartel general de Hemingway y otras celebridades fue restaurado a un gran costo en 2007
La Habana/El bar Sloppy Joe’s, cuartel general en Cuba –y refugio etílico– de personajes como Ernest Hemingway o Errol Flynn, fue uno de los templos culinarios de La Habana. Ahora, víctima de la desidia estatal, la falta de pan y otros productos afecta su servicio, y en sus instalaciones solo se da banquete el comején, que va royendo la célebre barra de madera oscura.
Este miércoles, el declive del Sloppy Joe’s llegó a la prensa oficial. La columnista gastronómica Silvia Gómez Fariñas –que escribe en Cubadebateuna inverosímil sección de recetas de cocina– lamentó la falta de pan cuando se disponía a impresionar a “unos españoles” que la acompañaban. Lector frecuente de Gómez Fariñas, 14ymedio visitó de inmediato el Sloppy Joe’s, a dos pasos del Parque Central, en La Habana Vieja.
La columnista admite que disfrutó de la cortesía del personal, así como de una cerveza y bocaditos de cerdo. “Todo bien hasta ahí”, anota, pero la alegría “no duró mucho”. El dilema vino cuando le negaron cualquiera de los platos que figuraban en la “variada oferta de bocaditos y entrepanes” –todos en torno a los 500 pesos– con una excusa tajante: “¡No hay pan!”.
Con mejor suerte que Gómez Fariñas, los reporteros de este diario sí tuvieron acceso al pan antes del mediodía de este miércoles, pero con la advertencia de que en pocos minutos todo acabaría. El acompañamiento: un jugo de naranja importado de Turquía, con alto contenido sintético.
La situación es insostenible en un lugar que Gómez Fariñas califica de “emblemático, reconocido en el mundo” y que el Gobierno está “dejando caer”. “¿O es a propósito?”, sospecha, y aunque no argumenta su duda tiene una certeza: a los particulares “no les pasa” esto.
La Ley Seca que Estados Unidos padeció de 1920 a 1933 hizo que muchos bebedores famosos –como Hemingway– buscaran un mojito y un puro junto a la barra que, en 1959, se hizo todavía más famosa gracias a la película Nuestro hombre en La Habana. Castro expropió el bar un año después y, desde entonces, nunca más volvieron sus más célebres parroquianos. El lugar había sido fundado por un emigrado español, José García, Joe, en 1917, y tiene un local “gemelo” –este sí en perfecto estado– en Cayo Hueso, Florida.
En esos tiempos se servía un pan con carne picada que se hizo célebre en La Habana y que Gómez Fariñas, no sin razón, añora. “Los que lo visitaron antes de 1959 dicen que era como la ropa vieja pero muy picadita, un picadillo que se hacía con el cuchillo”, si bien la técnica parece similar a la del moderno steak tartar.
Los reporteros de este diario tuvieron que conformarse con un pan “de bodega” con atún –400 pesos–, que llegó a la mesa sin cubiertos y sobre el cual se había aplicado una espesa capa de aceite. La monotonía de la oferta etílica era notable: en las vitrinas que alguna vez fueron la trinchera contra la Ley Seca, por su calidad y oferta, solo hay monótonas botellas de Havana Club.
El cliente agradece que el Sloppy Joe’s conserve su aire acondicionado, intermitente por la “economía de guerra” que el régimen de la Isla ha implantado. En las vitrinas hay fotos de épocas mejores, y los meseros, desganados, intentan permanecer en su asiento el mayor tiempo posible.
Bajo las mesas, un escuadrón de mosquitos hace de las suyas y solo un cambio de mesa, hacia zonas más iluminadas o cercanas a la calle, mitigan el riesgo de contraer Oropouche o dengue, ambas en alza en La Habana. Sin insecticidas ni medios para combatir al enjambre, los empleados se encogen de hombros y facilitan como pueden la reubicación.
Es en los baños, sin embargo, donde el bar hace triste justicia al adjetivo sloppy –chapucero, descuidado o desaliñado, en inglés–: un boquete en el techo, un urinario deshabilitado, la habitual ausencia de papel y los inodoros en mal estado.
A nadie –ni siquiera a Gómez Fariñas– parece preocuparle el mal más grave y silencioso del bar: el comején. Los surcos de los insectos que devoran la madera del local, restaurado por Eusebio Leal en 2007, son visibles bajo el cristal y los antiguos anuncios publicitarios. Kétchup y mayonesa Heinz, tabaco Bauzá, licores y productos de toda clase evocan un pasado que no volverá al Sloppy Joe’s.
Un cliente que se asoma al bar –solo para marcharse justo a tiempo– ofrece su diagnóstico: “Todo está lleno de recuerdos del capitalismo, pero de capitalismo nada”.