Fidel Castro pidió a Frei Betto "biblias para los comunistas"

La sumisión del dominico brasileño al dictador se refleja en una dedicatoria insólita

Cuando Frei Betto relató su conversación con Carneado a Fidel Castro, el caudillo también se antojó de una biblia
Cuando Frei Betto relató su conversación con Carneado a Fidel Castro, el caudillo también se antojó de una biblia / Minrex
Juan Izquierdo

16 de agosto 2024 - 23:09

La Habana/Por extraño que parezca, regalar biblias ha sido uno de los signos más claros de la buena salud diplomática entre la Iglesia católica y el régimen de La Habana. Lo dejó claro este viernes el dominico brasileño Frei Betto, viejo huésped de las casas de protocolo del Partido Comunista y el interlocutor más célebre de Fidel Castro. 

Autor de la entrevista-monólogo Fidel y la religión –una suerte de examen de conciencia sobre la infancia católica de Castro y el origen jesuítico de su educación–, Betto escribe una columna en Cubadebate en la que da su punto de vista (desde la comodidad del extranjero) sobre el estado de la Isla. Esta semana hizo una excepción para homenajear a su entrevistado, cuyo natalicio –el pasado 13 de agosto– forma parte del santoral del régimen.

En un contexto de suma frialdad entre la Conferencia Episcopal de la Isla y el Gobierno, Betto recuerda que el dictador no solo nunca persiguió a los religiosos, sino que una vez le pidió “biblias para los comunistas”. 

El episodio ocurrió en 1987, durante el “proceso de apertura religiosa” que Betto, entre otros curas brasileños afines al marxismo y a la llamada Teología de la Liberación –que identifica la utopía comunista con la cristiana–, se atribuyen haber facilitado. Un paso para lograr esa apertura, argumenta el dominico, fue que Castro accediera a conversar con él. 

Los trámites para el envío del cargamento coincidieron con una nueva petición, pero no de los obispos, sino de un solicitante inusual: José Felipe Carneado

Aprovechando la amistad de Betto con cuadros del Partido Comunista y sus constantes viajes a la Isla, los obispos cubanos, cuenta, le pidieron conseguir biblias para las comunidades del país. Después de 1959, las librerías del país se habían desprovisto de libros religiosos, una  situación que se radicalizó tras la declaración del carácter socialista de la Revolución y finalmente la fundación del Partido, en 1965. 

La desesperación de la Conferencia Episcopal cubana era patente: habían recurrido a un cura de un país en el que se habla portugués, bromea Betto, que tuvo que interceder para que un sacerdote de la congregación del Verbo Divino –famosa por sus proyectos editoriales– consiguiera en España un contenedor de biblias.

Los trámites para el envío del cargamento coincidieron con una nueva petición, pero no de los obispos, sino de un solicitante inusual: José Felipe Carneado, el incombustible jefe de la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido. Carneado quería la encíclica Sollicitudo rei socialis, un documento del papa Juan Pablo II dirigido a los católicos de todo el mundo como una suerte de directrices para la vida pública.

Betto no lo dice, pero el interés de Carneado no era en modo alguno inocente: Sollicitudo rei socialis, publicada en pleno declive de la Unión Soviética, es uno de los últimos martillazos ideológicos del Papa polaco –conocido por su activismo anticomunista– contra el Kremlin y sus aliados. 

El documento, por tanto, no traía buenas noticias para Betto, a quien el Vaticano llamó la atención más de una vez por su afición a la Unión Soviética

También era una advertencia institucional contra Betto y otros teólogos de la Liberación. Contra la afinidad de este grupo de religiosos con el marxismo, el Papa advertía que “la doctrina social de la Iglesia no es una ‘tercera vía’ entre el capitalismo liberal –que Betto y sus compañeros anatematizaban– y el colectivismo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones menos contrapuestas ideológicamente”, tampoco era “una ideología”. 

Juan Pablo II afirmaba que la Iglesia siempre sería “crítica” con el comunismo e ironizaba afirmando que el marxismo era “una peculiar interpretación de la historia”. El documento, por tanto, no traía buenas noticias para Betto, a quien el Vaticano llamó la atención más de una vez por su afición a la Unión Soviética, cuyo “imperialismo” denuncia el polaco. 

En su oficina del Comité Central, Carneado le mostró a Betto, tras realizar su petición, un libro del historiador español Ricardo de la Cierva –Oscura rebelión en la Iglesia, precisamente sobre los teólogos de la liberación y el comunismo– en la que se mencionaba a Betto como “activista guerrillero” y “reciente interlocutor de Fidel Castro en el diálogo estratégico entre cristianos y marxistas en América”.El diálogo era, en efecto, estratégico: La Habana, de perseguir a los religiosos en casa, se convirtió en referencia –y no pocas veces en santuario– para los curas marxistas extranjeros. 

Carneado, sin embargo, dijo que estaban justamente esperando por él, para que fuera quien los entregara la Conferencia Episcopal

De Carneado dependía la autorización de que las biblias de la Conferencia Episcopal entraran en Cuba, por lo que –Betto lo dice ahora, fallecido el dirigente en 1993– a ambos les convenía la amistad. El dominico preguntó si ya el cargamento había llegado (había pasado un año desde que hiciera la petición) y Carneado lo condujo a través de los “umbrosos pasillos” del Comité Central hasta un almacén. El cuarto estaba “repleto de cajas de libros con cuños de la compañía de aviación Iberia”, retenidos por el Partido. 

Eran 30 cajas, no solo con biblias sino también “libros de teología, obras catequéticas, manuales de evangelización” cuya entrega, aunque tampoco lo diga Betto, hace suponer que la censura del Partido obstaculizó, por la variedad del cargamento. Carneado, sin embargo, dijo que estaban justamente esperando por él, para que fuera quien los entregara la Conferencia Episcopal. 

La conclusión de Betto sobre su mediación causa más que sorpresa al lector: “La Iglesia católica de Cuba nunca había soñado que su trabajo de evangelización contara con la generosa colaboración del Partido Comunista, en especial de Fidel, que me estimuló a llevar los libros y facilitó su introducción en el país”, asevera. 

El entusiasmo de Betto llega al paroxismo con la última parte de la anécdota: cuando le relató su conversación con Carneado a Fidel Castro, el caudillo también se antojó de una biblia

Para rematar lo que quiere ser una suerte de fábula sobre la “santidad” de los “compañeros” del Partido, Betto narra que Carneado le dijo que las biblias –unas 1.000– habían desaparecido porque sus colegas se las habían llevado. 

“Unos dijeron tener una abuela o un abuelo muy religioso al que le gustaría tener una nueva edición de la Biblia, porque la que tenía en casa era muy antigua. Otros, que la hija o la nieta había estudiado en la escuela un discurso de Fidel en el que comparaba la lucha del pueblo cubano contra el imperialismo con la resistencia de David frente a Goliat, y quería saber de dónde había sacado el Comandante esa imagen bíblica”, relata. 

Atendiendo a un principio suyo –”la Biblia le hace más bien a los comunistas que los católicos”–, Betto indicó a Carneado que no tenía de qué preocuparse. Los del Partido podían tener biblias nuevas porque, al fin y al cabo, “los cristianos de Cuba tienen acceso a ella, aunque en ediciones antiguas”. 

El entusiasmo de Betto llega al paroxismo con la última parte de la anécdota: cuando le relató su conversación con Carneado a Fidel Castro, el caudillo también se antojó de una biblia. Pletórico –faltaría más– Betto le regaló la suya con una dedicatoria que es lo más desconcertante de la columna en Cubadebate: “Para Fidel, en quien Dios tiene mucha fe”.

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