Flores para uno de los numerosos cajeros difuntos en Cuba
El dispensador del Banco Metropolitano de Estancia y Conill, en La Habana, era un espectáculo este lunes
La Habana/Una flor encima del teclado de un cajero automático en el Banco Metropolitano de Estancia y Conill, en La Habana, era el espectáculo que encontraron los clientes que este lunes llegaron desde temprano para intentar sacar efectivo en la sucursal. Los dos dispositivos dispensadores de billetes del lugar estaban fuera de servicio, y la espontánea ofrenda confirmaba que habían perecido ante las roturas y el déficit de pesos cubanos.
Poco después, uno de los aparatos fue rellenado y la fila fue creciendo a medida que avanzaba la mañana. Hasta el banco de Nuevo Vedado habían llegado residentes en la cercana barriada de El Cerro, caminantes pertinaces que venían desde las cercanías del río Almendares por la avenida 26 y algún que otro vecino del municipio Boyeros, donde "no hay dinero en ninguna sucursal", como explicó uno que pagó 200 pesos en un almendrón con tal de poder cobrar su jubilación.
La cola se movía muy lentamente. Pasado el mediodía algunos de los que aguardaban se desesperaron y se fueron, pero también llegaron trabajadores de los cercanos ministerios y dependencias estatales que abundan en la zona. "Es mi horario de almuerzo pero me lo voy a gastar en intentar sacar mi salario del mes pasado", comentaba una empleada que, finalmente, desistió ante la prolongada espera agravada por una interrupción para recargar el aparato con efectivo a la que obligó el rápido agotamiento de los billetes.
El murmullo de inconformidad de los clientes se mantuvo hasta que un grito captó la atención de todos: "¡Se acabó el dinero!"
Después de la una de la tarde una gritería invadió la fila. Dos empleadas del propio Banco Metropolitano, que tenían un puesto en la cola, aunque habían pasado la mayor parte del tiempo dentro del local climatizado, salieron, cada una con varias tarjetas en sus manos, para también extraer dinero. "Es que nos tienen prohibido sacar efectivo de la ventanilla y tenemos que cogerlo, como todo el mundo, del cajero", se defendió una de las mujeres ante las numerosas quejas por el tiempo que tardaban con tantas operaciones y el peligro de que acapararan los pocos pesos que ya quedaban en ese momento.
Finalmente, las trabajadoras bancarias tomaron sus decenas de billetes y volvieron a entrar a la sucursal. El murmullo de inconformidad de los clientes se mantuvo por un rato hasta que un grito captó la atención de todos: "¡Se acabó el dinero!". Un anciano frustrado, parado frente a la pantalla del cajero, recogía su tarjeta magnética expulsada sin dar ni un billete a cambio. "¡Mañana me espera otro día perdido", se lamentaba el hombre.
La estampida no tardó en producirse. Como en esos velorios donde se termina el café y los sillones para balancearse frente a la caja del difunto están rotos o incómodos, la gente fue dejando solos a los cajeros, con sus pantallas apagadas, su interior vacío y su ofrenda floral ya marchita por el paso de las horas.