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Frutas en extinción

Ciclones, plagas y burocracia han acabado con una gran variedad de productos de la tierra

Puesto de venta ambulante con mamey. (14ymedio)
Luzbely Escobar

19 de agosto 2014 - 14:30

La Habana/A las afueras del mercado de Carlos III un ciego recita una lista de frutas cubanas. Algunos transeúntes se asombran de su prodigiosa memoria y le regalan unas monedas. La gran mayoría de quienes lo escuchan no ha probado ni la mitad de esas exquisiteces y sólo sabe de ellas por algunas referencias que oyeron en boca de sus abuelos.

Gloria Matos creció en la provincia de Matanzas y su padre era un agricultor privado. "En mi casa no faltaba el mamoncillo, la guanábana y el canistel", recuerda con nostalgia mientras recorre la vista por uno de esos cuadros de frutas, o bodegones que adornan las paredes de tantas cafeterías privadas.

Basta transitar por los mercados agrícolas de La Habana para notar la ausencia de algunas delicias, como el zapote, el níspero y el caimito. La guanábana, el mamey y el anón sólo se asoman de vez en cuando a precios exorbitantes. La idea de Cuba como un vergel de frutas y sabores ha quedado reducida a la literatura, las canciones antiguas y las artes plásticas.

La oferta de cítricos ha caído en picada y ya no se exporta naranjas, mandarinas y toronjas. Miles de hectáreas de tierra y los campamentos destinados a esas frutas están abandonados o han sido destinados a otras funciones. La Isla de la Juventud, también conocida como Isla de Pinos, ha visto desaparecer su principal riqueza económica en apenas veinte años.

"Antes uno pasaba por estos campos y era puro olor a azahar", cuenta Miguel Ángel, quien trabajó durante años en una empresa pinera de cítricos. Sólo en 1990 el país exportó 456.689 toneladas métricas de cítricos frescos, según la Oficina Nacional de Estadísticas. Miles de estudiantes extranjeros pasaron por escuelas donde alternaban las clases con el trabajo agrícola en ese sector.

Ahora, algunos hoteles enfocados al turismo internacional deben importar las naranjas de República Dominicana o de México. El Gobierno justifica esta caída en la producción por la entrada en Cuba de la plaga del dragón amarillo y por los daños provocados por los ciclones.

En la Isla de Pinos, miles de hectáreas de cítricos están abandonadas

La fábrica Río Zaza, especializada en jugos naturales, utiliza mayoritariamente materia prima traída de otros países. Sin embargo, algunas frutas como el mango y la guayaba mantienen buenos ritmos de producción. "Yo vivo de estas matas de mango", explica Manso Rodríguez, campesino de la provincia de Cienfuegos. Cada verano saca hasta mil frutos de su patio. A un precio mínimo de 5 pesos cada uno, Manso logra una pequeña fortuna.

Lázaro García no ha tenido tanta suerte. Lo suyo es la venta de mamey, pero el huracán Sandy le tumbó al menos tres de sus robustos árboles. Ahora debe esperar varios años para que las nuevas posturas alcancen la edad de dar cosechas.

A las plagas y los ciclones se le suman las deficiencias burocráticas que lastran el almacenamiento, el transporte y la comercialización de los productos agrícolas. Plátanos apolismados, papayas que llegan golpeadas a los puntos de venta e incontables quintales de frutas que se pudren antes de alcanzar las manos del consumidor. La reutilización de esta merma es prácticamente nula.

Sin embargo, algunos testarudos logran mantener su huerto bien surtido y variado. Camila tiene una pequeña finca a las afueras de La Habana. Ha destinado el terreno a rescatar frutas como la guanábana, la cereza china y el zapote. Cosecha además hierbas aromáticas y cítricos. Ella y su familia pertenecen a un movimiento orgánico todavía muy incipiente en Cuba. "Mi patio es una fiesta para el paladar", dice con orgullo. Y tiene razón para sentirse satisfecha, pues la mayoría de los cubanos de su edad ni siquiera recuerdan esas delicias.

Quienes tienen menos de treinta años apenas conocen el dulzor del plátano manzano o la astringente sensación del marañón. Sólo saben de su existencia gracias a unos pocos patios privados y a la voz de un ciego en la puerta de un mercado.

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