Galerías Paseo en La Habana, un palacio del consumo convertido en ruina
En los años 90 las tiendas y el Jazz Café tuvieron su glamur y atraían a muchos extranjeros
La Habana/"¡Cuidado!", alcanzaba a decirle este viernes una mujer a un niño que apuraba el paso por la rampa de entrada de las Galerías Paseo, en El Vedado habanero. Las losas del suelo, llenas de huecos, obligaban a los clientes que iban hacia el mercado, ubicado en el primer piso, a caminar con sigilo para evitar caer o torcerse un tobillo. El deterioro del que fue uno de los palacios del consumo de la capital cubana en los años 90 parece no conocer límite.
Hacia donde quiera que se dirija la vista solo se hallarán destrozos, mugre y la pintura desconchada. Con apenas iluminación a la entrada, el día nublado no ayudaba mucho a quienes accedían al local de tres pisos ubicado justo frente del hotel lujoso Cohiba y a pocos metros del Malecón. La mayoría de los que llegaban se dirigían al mercado, en moneda libremente convertible (MLC), de la primera planta, gestionado por la Cadena Caribe del conglomerado militar Gaesa.
En el interior del comercio, el piso está en mejor estado y las lámparas al menos tienen la mayoría de sus bombillos funcionando, pero la presentación de los productos recuerda más a un almacén que a una tienda. "Está todo amontonado, para mirar un precio a veces hay que meterse entre las montañas de sacos o latas", se quejaba un cliente que llegó en busca de leche en polvo. En la parte posterior, el área de venta de cárnicos tenía una pequeña cola.
"Da grima este lugar, pero es lo que tengo más cerca de mi casa y vine a comprar mantequilla", comentó a 14ymedio Moraima, una jubilada que recibe remesas en su tarjeta en MLC de un hijo residente en Suecia. "Esta barrita chiquita [90 gramos] cuesta 1,70 MLC", criticaba la mujer. A sus espaldas la tablilla de precios anunciaba "pulpo baby" a 16 el kilogramo, siete unidades de morcilla asturiana por 4,25 y 200 gramos de salmón ahumado por 35.
"Todo está carísimo y el lugar es deprimente. Cobran en divisas y maltratan en pesos cubanos", sentenciaba Moraima. "Este carrito con aceite, chícharos, un paquete de garbanzo, salsa de tomate, harina, mantequilla y un poco de jamón ya me va saliendo en más de 50 MLC", explicó a este diario. "Con esto se me va más de la mitad de lo que me manda mi hijo mensualmente que tiene que trabajar muy duro para enviarme 100 MLC".
"Todo esto está así porque saben que aunque sea una cueva oscura, la gente va a tener que seguir viniendo aquí a comprar", decía en voz alta otro cliente que aguardaba porque apareciera un empleado para abrir una bolsa con paquetes de chucherías para niños. "Dicen que hasta que no lean el código de barras no me pueden decir cuánto cuesta", se impacientaba.
"No venden nada fresco y hay un olor asqueroso en el mercado, huele como a pescado podrido, no sé cómo pueden estar abiertos así", cuestionaba otro comprador. "Yo solía venir aquí, incluso me compré hace años una olla de presión española que me ha salido muy buena, pero este lugar ya ni se parece a aquello, esto está en decadencia total".
Para los que no quieren jugarse la vida bajando o subiendo por la rampa de acceso al supermercado, queda arriesgarse en la escalera también con varios escalones rotos en sus bordes y que no ha visto el paso de una escoba hace meses, quizás años.
El Jazz Café ubicado en un mezzanine con una impresionante vista al mar se asemeja ahora a una casa embrujada, llena de polvo y telarañas. "Cerró un poco antes de la pandemia y nunca más abrió, una pena porque esto se llenaba siempre y era un lugar único en La Habana", lamentaba un trabajador que trataba de empujar un carrito con mercancías sin que las ruedas cayeran en los baches de la rampa.
Lugar de confluencia de músicos, clientes nacionales y extranjeros en busca de compañía, el Jazz Café cobraba unos diez pesos convertibles, en los tiempos en los que el CUC todavía circulaba, que incluía una cena básica y un espectáculo musical. Hasta pasada la medianoche el lugar se mantenía lleno, especialmente los fines de semana y la escalera de acceso se convertía en una improvisada pasarela de jovencitas que se mostraban ante los turistas.
Con un diseño cuidado y esculturas que remedaban a jazzistas en plena improvisación, el Jazz Café se convirtió en un espacio singular en la noche habanera. "La cercanía del hotel Cohiba garantizaba que esto estuviera lleno, pero ahora mismo hay poco turismo y los que llegan preguntando si está abierto el club lo que se encuentran es con esto, un lugar abandonado", reconoció un taxista que cobraba 2.000 pesos por llevar a quienes salían este viernes del supermercado hasta los municipios más cercanos.
Para los clientes más empoderados, las Galerías Paseos reserva su zona de tiendas boutique con vestidos que superan los 200 MLC y zapatillas de marcas famosas. Pero incluso esos locales de supuesto glamur no escapan a la suciedad y crisis del entorno. Así, alternan los zapatos Adidas con los cristales manchados, los perfumes caros con los pisos resquebrajados y los bolsos de piel con las paredes manchadas.
Al menos tres de esos comercios estaban cerrados este viernes sin explicación. Con la luz apagada en su interior, las tiendas, ubicadas en el tercer piso, daban la impresión de haber sido abandonadas con la mercancía dentro y ningún empleado del complejo podía dar fe de cuándo volverían a abrir. "Lléguese el martes o miércoles a ver si ya están vendiendo otra vez", recomendaba un custodio a una adolescente que indagó sobre la peletería.
Las caras de los trabajadores también está surcada por la apatía. Lo que una vez fue un lugar muy atractivo para trabajar ha dejado de generar interés. "Todo se paga con tarjeta, los clientes casi nunca dejan propina y cuando lo hacen es en pesos", reconoce un empleado que este viernes ayudaba a una pareja a llevar sus compras hasta el auto.
"Se ha ido mucha gente también porque le ha llegado el parole o se fue por la ruta de los volcanes", reconocía el hombre. Si al abrirse las tiendas en divisas para los clientes cubanos en los años 90, trabajar en uno de esos locales era, automáticamente, comenzar a formar parte de una clase social más pudiente, ahora la situación es bien diferente.
"Inspecciones, trabajo duro y poco estímulo", resumía el empleado la situación de la plantilla laboral de Galerías Paseo. "Esto se ha puesto malísimo, yo estoy buscando trabajo en una de esas mipymes que pagan mejor y no hay tanto drama como aquí, que lo mismo me tengo que quedar hasta el otro día por una auditoría que aguantar las quejas de un cliente que tiene toda la razón porque este lugar lo que tendrían es que cerrarlo, no puede estar funcionando en estas condiciones".
En el baño del último piso solo estaba abierto el destinado a las mujeres que tiene tres cubículos y al menos uno de ellos fuera de servicio. Un cartón con un cubo colocados sobre la taza impedían usar el sanitario y el olor que salía desde su interior hacía desistir a parte de los urgidos clientes que llegaban hasta esa área. Tampoco había suministro de agua para lavarse las manos ni descargar los inodoros.
Pero la mejor "sorpresa" estaba a la salida. Un cartel colorido daba la bienvenida a Mundo Mágico, un local que hace unos años era la tienda infantil. "No, ya aquí no vendemos juguetes, ahora solo comercializamos el módulo de productos básicos para la gente de esta zona", respondió malhumorada una empleada a un cliente despistado que buscaba unas muñecas.
Sobre la cabeza de la trabajadora unas letras azules, rojas y amarillas recordaban aquella etapa cuando las Galerías Paseo eran el palacio del consumo de una Habana que podía permitirse ir de compras y disfrutar del periplo.