La debacle gastronómica del Habana Libre alcanza un nivel inédito
La inflación y la escasez de productos no dan tregua a quien se acerca a estos locales, en otro tiempo lustrosos
La Habana/La cafetería La Rampa, con su terraza amparada del flujo callejero de la 23, ha conocido tiempos mejores. Ubicada en el hotel Habana Libre, ha sufrido la misma suerte que el establecimiento que la acoge y ha pasado a ser una fonda de poco abolengo, cuyos precios no dan tregua al ciudadano hambriento.
El antiguo Hilton, destinado a ser uno de los más lujosos del continente, abrió sus puertas en 1958 y fue nacionalizado por Fidel Castro solo dos años más tarde. El tiempo y el subdesarrollo le rebajaron muchas veces la categoría, pero nada, ni siquiera el rotundo Período Especial, se compara a la debacle que atraviesa hoy y que ya ha alcanzado a sus locales gastronómicos sin que los precios se adecúen a la pobreza de la oferta.
En la entrada de La Rampa, los dependientes colocan desde bien temprano una pancarta negra y maltrecha con el menú del día rotulado en tiza. Un sándwich de jamón y queso cuesta 250 pesos; un jugo, 100; según la cantidad, el café valdrá 30, 60 o 70, y para el que esté de humor, a esa hora, para despachar un trago de 150 pesos, podrá escoger entre un mojito, un daiquirí y un cubalibre.
No hay nada más. La inflación y la carencia de productos tiran cada cual por su lado, de manera que no solo la oferta cuesta cara, sino que no hay oferta en lo absoluto.
Una camarera, muy ocupada en espantar a dos extranjeros que han elegido su lugar, tarda en anotar el pedido de los cubanos. "Esta mesa está sucia", riñe la mujer, "ahí no se pueden sentar". "Pues límpiela", increpan ellos, para quienes el estado de la cafetería es inconcebible.
"Esta mesa está sucia", riñe la mujer, "ahí no se pueden sentar". "Pues límpiela", increpan ellos, para quienes el estado de la cafetería es inconcebible
Al fin es posible demandar algo para comer y cuando, tras una larga espera, el alimento llega a la mesa, el cubano lo devora rápido y con amargura. El jugo "natural" es en realidad un preparado artificial al que han agregado demasiado hielo, el minúsculo pan, horneado con harina integral, está pálido e insípido. Lo peor: el cocinero no tuvo escrúpulos en freír lascas de boniato "picado", es decir, mordido por insectos, y las chicharritas tienen el borde negro.
El costo total de un almuerzo es de 400 pesos. Como el hotel es manejado parcialmente por la empresa Gran Caribe y no por la todopoderosa Gaviota, aún existe la opción de pagar en efectivo. De lo contrario, habría que entregar una tarjeta magnética que no todos los cubanos poseen.
Sin salir de allí, se encuentran otros ejemplos del triste declive del Habana Libre. La dulcería 25 y L, antes de dulces exquisitos, incluso a pesar de la pandemia, ofrece las neveras vacías, y apenas se ofertan unas pequeñas piezas deslucidas. "¡Y gracias que hay cuatro dulces!", exclamaba una clienta irónica este miércoles. "Ahora si quieres comprar cake, tienes que venir a la hora a la que abren".
El restaurante El Polinesio, que en otro tiempo fue el orgullo gastronómico del hotel, sigue la misma ruta que la cafetería y la dulcería.
Nada más acercarse a la entrada del local, el cliente es golpeado por el olor a humedad y grasas acumuladas que almacena la alfombra. Donde antes estaba la zona de asado de su mítico pollo a la barbacoa, que los comensales podían ver mientras se doraba sobre la leña, ahora solo hay un área inútil y llena de polvo. Del decorado que recordaba la vida salvaje de la Polinesia quedan unas pocas máscaras en la pared y unos troncos de madera cubiertos de moscas.
Nada más acercarse a la entrada del local, el cliente es golpeado por el olor a humedad y grasas acumuladas que almacena la alfombra
Pese a ello, es preciso hacer reserva para comer en el local. "Hay que llamar por teléfono o venir el día antes", aclara uno de los meseros. Después de la decepción culinaria en La Rampa, leer el menú de El Polinesio basta para no comer allí. Todos los platos rebasan los 300 pesos, y el famoso pollo alcanza los 500, aunque poco tiene que ver con la receta de antaño.
Pedir un café o un sándwich en la cafetería de un hotel y pasar el rato en un ambiente distinto era algo asumible aún para algunos cubanos capaces de hacer el esfuerzo económico a cambio de engañar a la rutina y al calor habaneros.
La inflación y las recientes medidas del Ministerio de Economía para captar toda la divisa posible han convertido esta opción en un imposible para la mayoría de la población, a la que ni siquiera varios salarios le bastan para cubrir un almuerzo.
"¿Por dónde se revienta la soga? Por el lado más débil", comentaba este viernes en redes un usuario que atribuía al "loco reordenamiento monetario" su decisión de no volver a consumir en los prestigiosos hoteles Manzana, Parque Central, Packard o Paseo del Prado. "Bye bye, cubanitos; bye bye, terrazas de La Habana", escribió. En el caso del Habana Libre, el lujo se paga, pero no se encuentra.
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