"Se les fue la guagua, qué pena"
¿Piensan los funcionarios en las consecuencias de su desidia para la ciudadanía?
La Habana/Los pacientes y sus acompañantes quedaron sorprendidos. Una hermosa caravana de 16 autobuses azules nuevos, de la empresa Ómnibus Nacionales, pasó festivamente a toda velocidad delante de ellos, encabezada por dos motos de policía que le facilitaban el paso. El público notó admirado los buses semivacíos, en medio de las restricciones económicas agudizadas por la pandemia.
El hechizo se rompió cuando la asistente social del hospital Calixto García, una mujer negra, robusta, de 30 años, con bata blanca, lycra beige y nasobuco de rigor, salió corriendo desde la entrada del hospital hasta la calle Universidad con las manos en alto intentando detener la caravana que descendía vertiginosa en busca de la avenida de los Presidentes. El rostro de los pacientes y sus acompañantes se contrajo y un grito unánime salió de aquellas 20 gargantas. ¡Nooo! No lo podían creer. Los autobuses que debían recogerlos y llevarlos a sus provincias de destino acababan de pasar y tendrían que esperar más de 48 horas para volver a tener esa oportunidad.
Los autobuses que debían recogerlos y llevarlos a sus provincias de destino acababan de pasar y tendrían que esperar más de 48 horas para volver a tener esa oportunidad
Todo empezó un mes antes, cuando nadie sospechaba que el transporte interprovincial sería suspendido. Víctor Manuel, un paciente diabético, tuvo que ser ingresado de urgencia y operado. Le fue amputada la pierna izquierda. Adulto mayor, vive solo, en un solar de puntal alto y baño colectivo de Centro Habana. Ahora necesita asistencia, por eso una de sus hermanas, que vive en Bayamo, vino a acompañarlo en su desgracia.
Luego de cuatro semanas y de una atención esmerada por los profesionales del hospital, se le dio de alta, pero Víctor Manuel tendría que trasladarse al oriente del país con su hermana. Para solucionar la situación el familiar contactó con la asistente social, y esta, previo recibo de una carta de viaje, realizada por el médico de cabecera del paciente, asentada en el archivo central y con el visto bueno del director del hospital, haría la reserva para dos personas.
Cuando se decretaron el aislamiento de las provincias y la suspensión del transporte público interprovincial, muchos viajeros varados decidieron probar fuerza con las trabajadoras sociales de los hospitales y de más esta decir que ofrecieron villas y castillas con tal de abordar el próximo bus a su destino. No estaban solos en su empeño. Según las trabajadoras sociales consultadas por 14ymedio, los policías que enfrentaban al público en la Terminal de Ómnibus Nacionales en La Habana sugería a los viajeros frustrados que se dirigieran a los hospitales y trataran de "resolver", o sea sobornar.
No obstante, unos por los juicios sumarios y ataques personales en los medios de comunicación a supuestos corruptos y acaparadores, y otros por dignidad y honestidad, los desdichados viajeros tuvieron que echar mano de las artimañas insulares más rebuscadas para llegar a su destino.
Tras el abandono sufrido por los ómnibus, la trabajadora social comprendió que tenía tres tareas por delante. Primero, calmar a los indignados pacientes y a sus acompañantes. Segundo, contactar con el puesto de mando del Ministerio de Transporte. Tercero, según la respuesta que dieran los transportistas, dar garantías de que el problema sería resuelto o desanimar de forma tan contundente que los afectados comprendieran que no había salida posible ni posibilidad de solucionar el problema en ese momento.
Víctor Manuel parecía estar en el grupo de los más comprensivos y, desde su silla de ruedas, aguardaba optimista el retorno del transporte.
El puesto de mando, insensible y apático, dictó sentencia: "Se les fue la guagua, qué pena. Vuelvan a ingresar a los pacientes hasta la próxima salida dentro de 48 horas".
¿Cuál fue el costo humano y económico de la extravagante decisión de no recoger a los enfermos y sus acompañantes? Todas esas preguntas se quedarán sin respuestas
¿Pensó la persona más allá del auricular del teléfono móvil todo el andamiaje que habría que desmontar? ¿Imaginó a la asistente social encarando a los enardecidos enfermos y sus acompañantes? ¿Calculó el gasto por cama ocupada y tratamiento médico a los pacientes, además de la alimentación? Todo a costa del erario público.
¿Y la parte del bolsillo del acompañante? Logró abstraerse, el puesto de mando, para comprender cómo se desarma una valija, donde van silla de ruedas, cubo, ventilador, ropa de cama y otras insondables pertenencias que los pacientes y sus acompañantes llevan a los hospitales. ¿Por qué la caravana no pudo volver sobre sus pasos? ¿Cuál fue el costo humano y económico de la extravagante decisión de no recoger a los enfermos y sus acompañantes? Todas esas preguntas se quedarán sin respuestas.
Víctor Manuel volvió "sobre sus pasos" y agradeció a la trabajadora social llamándola por su nombre, mientras ella apuntaba su número de teléfono por si se presentaba una nueva oportunidad. Blasfemó entre dientes, y se alejó empujando la silla de ruedas, mientras la hermana, tan vieja como él, cargaba con lo demás.
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