El habanero Cervantes
La Habana/Los Quijotes y los Sanchos que habitan esta isla fueron indiferentes este 22 de abril a la fecha que recuerda la muerte de don Miguel de Cervantes. En el parquecito de la esquina de 23 y J algunos esperaban el ómnibus y otros hacían cola en uno de los pocos baños públicos que funcionan en la ciudad, mientras el desaforado "Quijote de América" seguía apuntando su amenazante espada a los imaginarios molinos de viento en el rumbo Norte.
En la calle Obispo, gozador y cervecero, Sancho disfruta el paso de los turistas, en medio del pragmático resurgimiento de las iniciativas privadas que pugnan por establecerse frente a los residuos de la mentalidad utopista. Allí venden cachorros de perros de todas las razas y falsos rastafaris merodean con su invisible mercancía.
Ajeno al trasiego, Don Miguel escucha el trinar de los pájaros que anidan en los pocos flamboyanes de la calle Empedrado en La Habana Vieja. De espaldas al feo edificio del MINCIN, que los bromistas han bautizado como Ministerio del Comercio Inferior (en lugar de Interior), el abuelo de las novelas escritas en español dirige su oblicua mirada a la ciudad que nadie sabe cómo se mantiene en pie.