Cómo llegó el hambre a Cuba: memorias de mi familia en Guamacaro

A través de los avatares de su familia, los Febles, la autora recuenta la historia cubana

Casa antigua en El Limonar, valle de Guamacaro. (Facebook)
Casa antigua en El Limonar, valle de Guamacaro. (Facebook)
Ileana Febles

04 de febrero 2023 - 15:51

Trois-Rivières (Canadá)/Dos primos, oriundos de la isla de El Hierro (según fuentes no oficiales), Juan Febles Morales y Luisa Febles Almeida, nacidos allá por el año 1845, decidieron casarse porque soñaban con una familia fuerte, numerosa y próspera, basada en los principios morales católicos que habían aprendido desde pequeños. Empacaron todas sus esperanzas, se montaron en una gran nave y llegaron a Cuba. Eran inteligentes. Sabían leer muy bien y supieron escoger una de las zonas de mayor efervescencia económica de la isla de Cuba para establecerse.

No se sentían emigrantes: llegaban a una provincia de España. Subieron las mangas de sus camisas canarias y se encargaron de un trabajo agrícola duro, pesado y complicado, en una de las colonias cañeras del valle más fértil de Matanzas, las tierras de la finca Las Marías, del valle de Guamacaro. Allí hicieron brotar del suelo los más adorables frutos y hortalizas con sus propias manos. Eran felices. Criaron cuatro hijos y una hija, rodeados de numerosas familias en fincas y colonias vecinas y entre guateques campesinos y canturías: Jabiel, Daniel, Laureano, Nicolás y una hija, Sixta.

Nicolás Febles Febles nació con esa felicidad de sus padres pegada en su rostro. No paraba de sonreír. Fue un niño obediente y cariñoso. Trabajaba como un hombre más de la colonia a los diez años. Y cuentan que a los trece, Maceo le robó el caballito. Pero él lo contaba riendo:

Señores, en la guerrita

me llevaron un caballo.

Y para cubrir el fallo,

me dieron una yegüita.

Como que era criollita

pa' la casa la llevé,

una soga le pegué,

y la amarré en la sabana.

Y a las 10 de la mañana

alzó el rabo y se me fue.

Creció fuerte y sin miedo, Nicolás, seguro de que todo era posible. Se casó, cerca del comienzo del siglo. Escogió a la mujer más vigorosa, alta y bella que había por todos aquellos lares. Isabel González Alemán. Y ella también lo escogió a él. Ella se encargaba de cortar la leña para alimentar el fogón en la chimenea. De sacar el agua del pozo profundo. Y su generosidad se revelaba en el aroma de la comida que alcanzaba a todos los que entraban en la inmensa casa, que Nicolás construyó con el capitalito que hizo en la zafra de las vacas gordas, con el que también arrendó tres caballerías.

Nicolás e Isabel tuvieron ocho hijos y tres hijas que igualaron a sus padres en fuerza, belleza, inteligencia y bondad: Videncio, Cirilo, Pedro, Maximiliano, Servilio, Pepe, Victor, Sabino, y tres hijas, Basilia, Estelina e Isabel. Herederos de la gran sabiduría de Nicolás Febles Febles como colono cañero, Víctor pitaba el camión Fargo nuevecito de paquete del 59, para la recogida de la caña. Videncio, Sabino y Servilio corrían a los surcos para llenarlo, pesarlo en el Central y compartir la liquidación. De esa liquidación de las cuarenta mil arrobas, fruto de la venta de la caña, una pequeña parte le pertenecía al dueño, que nunca vieron. Pues recogía su renta directamente del Central.

Igual pasaba en la colonia de Pedro. Allí Maximiliano y Cheo eran pareja de machetes para la cosecha de la caña. Cheo era el marido de Isabel, la hija de Nicolás.

En tiempo muerto guardaban el camión en la casa carreta y disponían libremente del dinero de la caña vendida al Central, se ocupaban del resto de sus cultivos y de todos sus animales. Y cantaban

En la colonia de Pedro, el guagüí blanco era de exportación. Llegaba a Miami desde Guamacaro, separado por libras y en unos sacos cosidos. Había una oferta copiosa de guagüí en todos los mercados cubanos y en especial en Matanzas, donde sobraba. Todas las fincas del valle lo surtían. La finca Dolores Junco, La Perla, El Diamante, La Julia, entre otras. Pero el mejor guagüí del valle Guamacaro era el de Pedro Febles, de la colonia de la finca Palestina. El guagüí blanco bañado por el río Moreto.

También cumplían todos los años con el plan de arrobas acordado con el Central. Y en tiempo muerto guardaban el camión en la casa carreta y disponían libremente del dinero de la caña vendida al Central, se ocupaban del resto de sus cultivos y de todos sus animales. Y cantaban. Sus hijos estudiaban en la primaria gratuitamente hasta el sexto grado con excelentes maestras normalistas. Hasta que llegaba el tiempo de frecuentar la academia para completar el nivel de la secundaria, con un poco de lo ahorrado por sus padres para pagar esos costos.

Hacia finales de los años 50, Nicolás ya perdía la fuerza de sus pies y dejaba todas las labores del campo a sus hijos. Continuaba sonriendo feliz. Pero el campo se puso malo. Llegaron unos líderes salidos de no se sabía dónde, citando un sinnúmero de leyes de la reforma agraria. Y pusieron encima de las manos callosas de todos los arrendatarios de aquel valle fértil un título de propiedad de la tierra que no era de ellos, ni ellos habían pedido, como si fuese un favor. Un título que les arrancaría toda su libertad, pero que les anunciaban como "el título de la tierra que libraría a los campesinos del yugo de la renta".

Parecían ignorar que los colonos tenían allí una asociación de colonos arrendatarios en la finca Dolores Junco, con abogados que los podían ayudar en caso de conflictos con los dueños. Aunque en el valle de Guamacaro lo que reinaba, antes de la llegada de líderes socialistas, era la paz y no el conflicto, en contraposición a lo que pretendían hacer creer, encontraron su justificación amoral en la muerte de Niceto Pérez en el año 1946 por un conflicto puntual, para convertir a todos los campesinos cubanos en esclavos del Estado, mucho antes de cumplirse el primer año del triunfo apocalíptico de los barbudos.

A mediados del año 1959, el Estado cubano redujo el límite de las caballerías que podía poseer un ciudadano a treinta, sin repartir las caballerías expropiadas ya injustamente a sus dueños legítimos, entre todos los ciudadanos interesados, arrendatarios o trabajadores agrícolas, como habían prometido.

Por el contrario, todos los asalariados agrícolas cubanos continuaron trabajando la tierra como obreros agrícolas asalariados después de la reforma, y en el tiempo muerto trabajaban en la industria de la fabricación de dulces que comenzaba a crecer, o en otros cultivos. Solo que esta vez, en lugar de hacerlo para un latifundista, lo harían para el Estado, que se había apropiado de casi la totalidad de las tierras. Y la revolución fue en realidad una revolución hecha contra los campesinos, los verdaderos héroes de Cuba y que hacían mover toda su economía y garantizaban los alimentos de toda la nación.

Con respecto a los colonos arrendatarios, aquel título de propiedad no era más que el anuncio del fin del colonato. Una vez que los usurpadores del poder les hacían el "favor" de convertirlos en dueños de su tierra, tendrían que acometer el plan de Acopio y venderle solamente al Estado, y utilizar la libreta de racionamiento y cuidar de no comprar fuera de su CDR. Tampoco podrían exportar. Entonces el Estado se convertía en el propietario de todas las decisiones del agricultor. Acababan de robarle así toda la libertad al campesinado con las leyes de la reforma, mientras anunciaban a todas voces que les regalaban precisamente eso, la libertad.

Para rematar la debacle socialista, el Estado ejercería muy pronto una presión descomunal y maquiavélica para que todo el campesinado entregase sus tierras "voluntariamente"

Para rematar la debacle socialista, el Estado ejercería muy pronto una presión descomunal y maquiavélica para que todo el campesinado entregase sus tierras "voluntariamente" a las cooperativas estatales, que siempre fueron totalmente ineficientes como sus gemelas rusas, salvo para la celebración de las mediocres asambleas de emulación y pedir donaciones a las delegaciones internacionales que venían a visitarlas y caían en el engaño de su falsa propaganda.

La implantación de las leyes de la reforma agraria trajo varias pérdidas. Sus consecuencias no solo fueron el desarraigo que significó la eliminación casi total en Cuba de la figura del guajiro, en un país mayormente agrícola, sino el fin de una economía floreciente. Nicolás fue apresado, ya inválido, junto a los abuelos de las familias más respetadas del valle de Guamacaro y algunos de sus hijos, siendo todos totalmente inocentes.

Los comunistas mantuvieron en cautiverio a Nicolás y a los otros campesinos durante todo el tiempo que duró el combate en Playa Girón, para que sus hijos, colonos jóvenes, no pudieran rebelarse en contra del yugo socialista que querían implantar. Los tiraron entre burlas, como si fuesen animales de granja, dentro de la pollera de la Conga de Matanzas, una granja de criar pollos cerca de la carretera central, para humillarlos. Allí los dejaron hasta que los liberaron. A Maximiliano lo acusaron injustamente de colaborar con los llamados "alzados", y lo encarcelaron más de un año en la cárcel de Sandino, en la provincia de Pinar del Río, junto a varios de sus primos.

Pedro Febles migró a la ciudad con su familia. Luego Nicolás e Isabel recibieron el golpe más fuerte de su vida cuando su hijo Sabino emigró a Estados Unidos. No sobrevivieron más de tres años a la ausencia del poeta, atleta, jinete experto y galán de Guamacaro. El más pequeño de sus hijos hombres y toda su esperanza en el futuro. Servilio no aguantó la injusticia socialista y el peso y la frustación que le ocasionó el suicidio de su hermano Maximiliano, varias décadas después de las torturas que recibió en prisión y de que le decomisaran absolutamente todas sus propiedades, sus animales y que lo trataran como un delincuente por medio de la difamación. Luego de que murió su mujer, Servilio escogió el mismo camino que su hermano querido y terminó con su propia vida.

Hoy, la mayoría de los numerosos bisnietos de Nicolás Febles Febles han sido adoctrinados dentro de la revolución socialista y comunista cubana y muchos de ellos idolatran la figura de Fidel Castro. Muchos de ellos también dieron el sí para la aprobación de la Constitución del año 2019 que ratificaba como irrevocable el carácter socialista de la nación, convirtiéndose en cómplices de los criminales que metieron a su bisabuelo Nicolás en una pollera y del hambre generalizada en Matanzas.

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