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La jaba, el pomo y el pozuelo

Jabas secándose en la tendedera. (Rebeca Monzó)
Boris González Arenas

15 de febrero 2015 - 17:45

La Habana/Los primeros pomos plásticos de litro y medio que conocí eran de Pepsi Cola. No recuerdo cómo llegaron esos pomos a mi casa, pero debe haber sido a mediados de los noventa, cuando mi abuelo comenzó a trabajar en el turismo para una empresa que traía viajeros canadienses a Cuba.

Eran pomos plásticos de dos piezas, el pomo y la base. El pomo era transparente como los de hoy, pero con una base pegada que, al menos en aquellos pomos de refresco, era negra. Fueron un bien que conservamos con esmero, pues hacerse con un pomo de refresco era difícil aunque estuviera vacío. También por eso puedo narrar con detalle su decadencia.

La base de aquellos pomos era lo primero que comenzaba a deteriorarse. El deterioro del pomo no era tan lamentable como perder la base negra. La razón es que en aquellos pomos, a diferencia de los actuales, en los que base y pomo son una misma cosa, el fondo era redondo y una vez que perdían la base no podían pararse. Cuando los pomos se hicieron más cotidianos, era normal ver refrigeradores con varios de estos pomos siempre acostados.

Antes del pomo plástico de refresco, en Cuba solo eran conocidas las botellas y las latas. Las latas las conocimos, como mismo nos pasó con los pomos, con las bebidas extranjeras.

El agente Fraile, un espía cubano de origen guatemalteco, se las traía del extranjero o quizás de las tiendas de diplomáticos

Recuerdo que las primeras latas que conocí las llevaba a la escuela Persi Alvarado Sariol, mi gran amigo de la primaria, pues su papá, que luego resultó ser el agente Fraile, un espía cubano de origen guatemalteco, se las traía del extranjero o quizás se las compraba aquí mismo en las tiendas de diplomáticos.

Hablo del año 87, mucho antes de la legalización del dólar y la apertura para los cubanos de las tiendas donde se podía comprar con aquella moneda. Las latas vacías eran objetos de colección y cuando una vecina que trabajaba en embajadas y por ello podía tener cosas como refrescos y cervezas enlatadas, comenzó a botarlas en el patio de su casa, algunos amigos que detectamos el malbaratamiento de aquel caudal buscábamos a ratos en su basura para engrosar nuestro patrimonio.

Que yo recuerde, la primera lata que vi con bebida cubana era de refresco TropiCola, estaría yo en sexto grado, así que debió ser también en el 87 o el 88. Y si mi memoria no me falla, pero la memoria falla con facilidad, aquellas latas especificaban que habían sido fabricadas en el extranjero.

Pero la lata no era de la utilidad del pomo plástico, aunque en la actualidad muchas cafeterías particulares la usan como molde para pequeños flanes. Solo que estoy hablando de una época en que vender flanes estaba prohibido.

El pomo plástico me permitió comprar el refresco que vendían en el Ferreteros, el club de 1era y 20 en Miramar, y llevarlo cómodamente en jaba a la casa. Antes de eso usaba unos pozuelos que no cerraban herméticamente y transportarlos llenos de refresco era incómodo.

Recuerdo que en las Tiendas INTUR (Instituto Nacional de Turismo), a las que también se les llamaba diplotiendas, había unas jabas blancas que tenían un caracol amarillo. Creo que decían en letras azules Tiendas INTUR y abajo easy shopping, de donde debe haber salido la palabra chopin que se usaba popularmente para llamar aquellos establecimientos y sirve aún para nombrar las tiendas en dólares o CUC.

Esas jabas de nailon no eran comunes, precisamente porque para los cubanos comprar en estas tiendas estaba prohibido

Pero esas jabas de nailon no eran comunes, precisamente porque para los cubanos comprar en estas tiendas estaba prohibido. Hasta su legalización a mediados de los 90, tener un dólar en el bolsillo era un delito que llevaba a la cárcel, y las diplotiendas o chopin eran lugares cerrados a los que los cubanos no podíamos entrar. No es que difícilmente entrábamos, sino que, de acompañar a un extranjero a comprar algo, los cubanos teníamos que permanecer afuera.

Sin embargo, cuando se pudo tener dólares y se nos permitió entrar a esas tiendas –las acciones no eran coincidentes, los hoteles también eran en esa moneda y no se nos permitió hospedarnos en ellos hasta muchos años después–, la jaba de nailon se hizo popular.

Quizás muchos ya no lo recuerden, pero en el momento de abrir las tiendas para los cubanos, los precios subieron drásticamente de un día para otro. Es decir, los extranjeros, que ganaban en dólares, pagaban los productos más baratos. En cambio, los cubanos con un salario equivalente a 2 dólares —la divisa estaba entonces a 150 pesos, no a 24 como hoy— fueron castigados con precios más altos.

Las jabas de aquél entonces no eran jabas blancas como las actuales. En un principio, por la jaba se identificaba la cadena de tiendas a la que pertenecía. Había una cadena de tiendas cuyas jabas decían TRD, que quería decir Tienda de Recaudación de Divisas. Estas eran jabas blancas con las letras azules. Estaban las tiendas CIMEX y no recuerdo si las Tiendas Caracol, que eran unas jabas que tenían el antiguo caracol amarillo de las Tiendas INTUR, pero rediseñado en función de su nueva denominación. A CIMEX pertenecían las Tiendas Panamericanas, y con los años apareció PALCO, también con sus tiendas y sus jabitas con logotipo, y TRASVAL, cuyas jabas desaparecieron junto con la compañía, al poco tiempo de haber despuntado de manera formidable y sospechosa.

La jaba, el pomo y el pozuelo son compañeros inseparables de una tarea fundamental e inaplazable que nos obsesiona: conseguir la comida del día

La falta de identidad de las jabas actuales solo es achacable al hecho de que en nuestro país todas las tiendas están bajo control del Estado, y al monopolio no le importa atraer al cliente con reclamos hermosos, diversos o complacientes.

Pero la jaba de nailon ha merecido un lugar especial en nuestro imaginario técnico. Con jabas de nailon los plomeros sellan los empates de las tuberías, los albañiles hacen relieves que imitan la piedra tosca para cubrir fachadas y los tapiceros rellenan colchones e imitan el mullido de los cojines.

Nos protegemos de la lluvia con ellas y, estirada, una jaba de nailon es un magnífico lazo. Se las puede ver afianzando puertas sin cerraduras, cerrando cajas de herramientas o aguantando cualquier objeto a la parrilla de una bicicleta. Conocí incluso quien rellenó con jabas de nailon la goma de su bicicleta para sustituir la cámara y el aire.

Cuando en el mundo comenzó la campaña para disminuir el consumo de plásticos, y proliferaron los envases reciclables y la bolsa reutilizable, no pocos cubanos se sintieron pioneros en el último hallazgo de la economía de la prosperidad.

Pero la nuestra es una economía de la miseria, y la jaba, el pomo y el pozuelo son compañeros inseparables de una tarea fundamental e inaplazable que nos obsesiona: conseguir la comida del día.

Los detalles de la miseria no se recuerdan con gusto ni se exhiben con complacencia. El intelecto, extraordinario como es, nos procura sin que se lo pidamos el olvido de episodios que pueden producir dolor o vergüenza. Cuando todo un Estado basa su gobernabilidad en la miseria general, rememorar se convierte en una acción social. Por eso, por significar a la vez un episodio ingrato pero también una denuncia colectiva, recordar es de los más heroicos actos de subversión contra el castrismo.

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