La Puntilla, un centro comercial en divisas desabastecido y con precios elevados
Empleados desganados, estantes donde se repite un mismo producto y pisos rotos resumen la situación de las tiendas en moneda libremente convertible
La Habana/Empleados desganados, estantes donde se repite un mismo producto y pisos rotos en varios lugares, el Centro Comercial La Puntilla, en el habanero barrio de Miramar, resume la situación de las tiendas en moneda libremente convertible (MLC) en Cuba. Los mercados abiertos hace dos años, para vender alimentos y productos de aseo, zozobran entre el desabastecimiento y los elevados precios.
La cola era pequeña la mañana de este sábado a las afueras del que una vez fuera el palacio del consumo del municipio de Playa. La cercanía del mar y la belleza de una costa en la que desemboca el río Almendares contrastan ahora con el deterioro del local. Lo que hasta hace unos años mostraba una intensa vida comercial, con vendedores informales fuera del recinto, taxistas a la caza de los clientes que salían con las bolsas repletas y una cafetería con las mesas llenas de consumidores, ahora parece una mole fantasma.
"Entren, entren todos", dice el custodio a los pocos que aguardan para entrar al supermercado en la planta baja del edificio. Un grupo pequeño atraviesa el salón principal, donde un trabajador dormita con los brazos cruzados sobre el mostrador donde antes se despachaban pizzas, hamburguesas y cuartos de pollo frito. A pesar de que el sol brilla afuera, el área está en una tenue penumbra, sin ningún bombillo encendido.
Al entrar al mercado, algunos clientes que ya conocen el lugar se lanzan en una carrera hacia los pocos carritos de compras que hay en una esquina. Los que no alcanzan tendrán que conformarse con llevar la mercancía en las manos pues no se permite usar bolsas propias y tampoco hay cestas pequeñas para colocar los productos. Pero pocos se quejan de esa dificultad pues saben que compran poco, apenas un par de mercancías que caben en las manos.
Frente a ellos los estantes, sin señalizar, almacenan hileras de un mismo producto. En una zona se amontonan bolsas de más de un kilogramo de gelatina, mientras que en otra se repite la escena pero con cremas instantáneas de un formato pensado más para un restaurante que para un hogar. "¿No hay puré de tomate?", preguntan con ansiedad varios de los clientes. "Hace rato no entra", responde una empleada que ni siquiera se detiene para pronunciar la frase.
"¿No hay puré de tomate?", preguntan con ansiedad varios de los clientes. "Hace rato no entra", responde una empleada
En la carnicería se repite el rostro desanimado de otra trabajadora, que se apoya en una vitrina de cristal donde solo hay algunos trozos de mantequilla a granel y un paquete de un bacón que parece llevar semanas en el mismo lugar. El resto de los congeladores de exhibición están vacíos, a no ser por unos tubos de "carne de pavo picada mecánicamente" que nadie se atreve a llevar.
El acceso al pasillo de las bebidas lo han bloqueado parcialmente con dos enormes cajas de cartón y unas finas barras de acero en el piso que impiden pasar con el carrito de compras. "Ayer se metieron tres tipos aquí y se robaron varias botellas", justifica un empleado cuando los clientes se quejan de los obstáculos entre ellos y las botellas de ron, vodka o vino. La mercancía estrella que todos buscan para aliviar el calor de este septiembre brilla por su ausencia. "Cerveza no tenemos hace meses", sentencia el mismo trabajador y una pareja se decanta por un rioja que les hará sudar la gota gorda en este tórrido verano.
Además del desabastecimiento de la carnicería, no hay ningún tipo de pastas a la venta, tampoco productos cárnicos enlatados y, si de pescados se trata, solo se ven algunas opciones de atún. Faltan también los refrescos, las maltas y la mayoría de las especias que más se usan en las recetas cubanas. Si alguien llega buscando aceite vegetal tendrá que conformarse con una botella de oliva extra virgen que supera los 15 MLC.
Panes y galletas, ya sean saladas o dulces, tampoco se han visto hace semanas en La Puntilla, donde han desaparecido también muchos productos lácteos. La pregunta por quesos o yogures provoca un mohín de asombro entre los empleados que se limitan a negar con la cabeza. Arroz, frijoles y harina han cedido su lugar a unos sacos de chícharos verdes partidos y a unas lentejas en conserva. Los precios de ambas legumbres espantan a los curiosos que se acercan.
En menos de diez minutos se recorre todo el lugar, sin sorpresas ni frustraciones puesto que las expectativas al entrar eran bajas. Aunque inicialmente las tiendas en MLC fueron anunciadas como mercados para productos de "alta gama" se quedan muy por debajo de cualquier tienda de pueblo en Centroamérica. Comparadas con los desabastecidos locales en pesos cubanos pueden parecer surtidas de mercancías pero ese espejismo dura hasta que se cruza el umbral.
La pregunta por quesos o yogures provoca un mohín de asombro entre los empleados que se limitan a negar con la cabeza. Arroz, frijoles y harina han cedido su lugar a unos sacos de chícharos verdes partidos y a unas lentejas en conserva
En silencio, como quien está siendo beneficiado por un privilegio y lo sabe, los clientes van haciendo la fila para pagar en la caja de La Puntilla. Todavía no están seguros de si podrán salir con la compra en las manos porque las interrupciones de la conexión entre los dispositivos lectores de tarjetas magnéticas y el sistema bancario cubano son frecuentes. La zozobra acompaña a todos en esa espera hasta que llegan ante la empleada.
"No tenemos jabitas, solo esto", advierte la mujer y muestra unas diminutas bolsas de nailon en las que apenas cabe una lata de conservas. Finalmente, una pareja que ha comprado un paquete de pañales desechables para bebé, una lata de sardinas en salsa picante (aunque aclaran que no les gusta el picante pero es la única que hay) y un limpiador para suelos, logra pagar la mercancía con una tarjeta Visa de un banco extranjero.
La empleada aprovecha para decir al resto de la cola que hay cambio de turno y que tienen que esperar a que el relevo "reciba la caja". La pareja va hacia la puerta aliviada de haberse librado de la demora pero justo cuando van a salir una voz les grita con molestia: "¡Mami, y el vale de compra dónde está. Tienes que enseñármelo!" Una empleada indica a los clientes que le muestren la factura y mientras lee el papel va enumerando en voz alta lo que llevan en las manos. "Ya, ya pueden salir", les advierte cuando termina con la pesquisa.
Afuera del supermercado el salón en penumbras los recibe y la mujer tiene la tentación de subir al segundo piso para mirar la tienda de muebles y útiles del hogar también en divisas. Pero la escalera eléctrica no funciona y con los productos que cargan en las manos no podrán entrar en el local. Se deciden a salir de La Puntilla y la brisa marina les da en la cara nada más comenzar a bajar las escaleras. En la acera solo hay un hombre parado tratando de vender unas frazadas para limpiar el piso a 400 pesos. Tras ellos, el empleado vuelve a cerrar la puerta del centro comercial a la espera del próximo grupo al que autoricen a entrar.
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