Leandro Naun, un sacerdote en las montañas de Santiago de Cuba
A muchas madres “Dios les parece sordo” porque no ven una salida y se desesperan
La Habana/El cura católico Leandro Naun se ocupa de un puñado de comunidades rurales en Santiago de Cuba. Llega el fin de mes y la gente, de boca en boca, va pasándose un mensaje: la canasta básica demora y ni siquiera se sabe si va a llegar. No importa. A toda velocidad en un Toyota gris, Naun va repartiendo espaguetis, chocolate, harina y guarapo. Tiene un curso para hornear pan con pocos recursos, pone a un escuadrón de niños a fabricar mermelada y sabe que el agua de mayo cura el dolor de barriga.
Nadie sabe de dónde saca la energía; el dinero viene de antiguos feligreses que ahora viven en el extranjero y que lo siguen ayudando. Pocos sacerdotes han registrado tan minuciosamente cómo se vive en las montañas de Santiago. Hace periodismo duro –casi de guerra– sin la menor intención. Mira, graba y reflexiona. Pero si fuera por él, dice a 14ymedio, hubiera pasado todo este tiempo en un claro de la selva de Darién, dando ánimo a los cubanos que se abren paso entre la maleza para llegar al Norte.
Naun nació en El Cobre, el pueblo de mineros donde está el santuario de la Virgen de la Caridad. El Cobre es un lugar extraño y de mezclas: allí converge el catolicismo y las distintas creencias afrocubanas. También es una de las localidades más pobres de Cuba, pese al trasiego de turistas y peregrinos hacia el templo de la patrona de Cuba.
“La violencia seguirá en aumento y es directamente proporcional a la frustración, impotencia y malestar que vive la población”
Criado en las montañas, Naun sigue en ellas. Ve con preocupación adónde va toda la Isla, en general, y la parte de ella que le ha tocado vivir: Oriente. Para ilustrar la tensión del ambiente, cuenta que hace poco descubrió a un “pobre hombre” robando en el huerto de su casa. “Me dejó frío, petrificado”, asegura. “‘¡Tú estás bien y yo estoy mal!’, me dijo. El percibirme en una situación mejor que la suya bastaba para justificar que tenía derecho a robarme. Otros te dirán: ‘¡Tú vas en carro y yo a pie!’. ¡Pero es que yo no soy el responsable de tu situación!”, argumenta.
La clave está en comprender la “impotencia reprimida” que tiene el cubano, que descarga su frustración a golpe de machete si llega el caso. Se nota en las miradas de la gente, en las expresiones duras que, incluso entre vecinos y familiares, se lanzan. No tiene que ir lejos para buscar un ejemplo: hace exactamente un año, tres ladrones enmascarados irrumpieron en la casa de sus padres, en las afueras de Santiago, y en su escapada dieron una paliza a su madre y un machetazo al padre.
“Mi papá sobrevivió a ese ataque que casi le cuesta la vida”, recuerda Naun, y advierte de que “la violencia seguirá en aumento y es directamente proporcional a la frustración, impotencia y malestar que vive la población”.
“El ánimo general está en el piso”, remata. “Quizás los días de fiestas y borracheras sean una pausa en medio de tanto sufrimiento, como los días de asueto del negro esclavo del ingenio: ‘¡Qué bueno es el amo!’, decían mientras danzaban como si el mañana no existiera. Frágil es en el pobre la memoria del ayer”.
Muchos cubanos, aclara, no tienen idea de cómo funciona la información en las zonas apartadas de Oriente. A la mayoría “las noticias les llegan casi siempre por Facebook o las ven en YouTube. Se necesita un tamiz para deslindar lo objetivo y la subjetividad del que informa o trata de informar. Asesinatos, robos, asaltos, desaparecidos, accidentes… tienden al alza en las redes, pero en la calle se vive otra realidad, otra versión de la vida. En los lugares sin acceso a internet es otro mundo narrado por la prensa oficial”.
Las madres que tienen a un hijo preso lo callan, tienen “el clamor de Job –el personaje bíblico que lo pierde todo– atorado en su garganta”. A muchas, “Dios les parece sordo” porque no ven una salida para su situación y se desesperan. “¿Por qué tiene que ser así?”, protesta el cura.
En ese contexto, considera, los templos tienen que ser un lugar para la tolerancia. “En el mismo banco se sienta la responsable de la Federación de Mujeres Cubanas, la jefa del Comité de Defensa de la Revolución y una madre con su hijo preso desde el 11 de julio”. Él tiene el deber de hablar para todos, “como el sol que sale cada mañana sobre justos e injustos”.
¿Y la Conferencia de Obispos? ¿Qué hace y por qué parece estar paralizada? “Solo Dios sabe qué es lo que realmente hacen a esos niveles, qué se dicen, qué se prometen… Lo demás es opinión. Los diálogos y negociaciones al más alto nivel siempre serán secretos y muy poco podemos saber realmente de los temas que hablan”, explica. Eso sí, extraña los tiempos en que la Iglesia tenía dos interlocutores que le daban guerra –uno combativo, el otro diplomático– al régimen en dos frentes: el arzobispo Pedro Meurice, en Santiago, y el cardenal Jaime Ortega, en La Habana.
“Cada día es una aventura. En mis videos trato de hacer crónica de lo que voy viviendo. Es como un archivo de recuerdos de cómo es la gente, que hace, cómo vive”
Muchos curas y monjas también han huido de la miseria en Cuba. Naun no los critica, porque “Cuba no es el centro del mundo” y el que siente que es misionero –como ocurre con muchos religiosos cubanos– tiene que viajar. Irte tampoco te libra de Cuba, explica. Hay una suerte de chip de la nostalgia que encadena al emigrante, por no hablar de la familia que se deja atrás y de la cual nadie se desentiende.
Admira a quienes se han quedado pese a las presiones del Gobierno y la Seguridad del Estado, como Nadieska Almeida o Alberto Reyes. Ellos son “como voces que claman en el desierto” –o en la oscuridad, como dijo Reyes– y tienen que soportar “incomprensiones de un lado y del otro, de una orilla y de la otra”.
“Tener opciones es ser libre”, asegura Naun. Su opción no fue marcharse –ni siquiera al Darién–, sino las montañas de Santiago. “Cada día es una aventura. En mis videos trato de hacer crónica de lo que voy viviendo. Es como un archivo de recuerdos de cómo es la gente, que hace, cómo vive”. Es verdad, afirma, que “cada día debemos improvisar, cambiar y reorientar el camino”.
“Todo es inestable en mi entorno de trabajo. Todo es frágil y efímero como la hierba del campo. Todo es peligroso: decir, pensar o actuar”. No es una vida idílica, pero hay que vivirla –considera Naun– con toda la alegría del mundo. “No hay nada más subversivo que vivir y ser feliz allí donde muchos apenas sobreviven”.