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Lechugas de plomo

En la agricultura urbana, lo verde no es sinónimo de saludable

Organopónico en Miramar, La Habana (flickr)
Rosa López

01 de marzo 2015 - 06:05

La Habana/El cantero exhibe sus lechugas rizadas a pocos metros del tosco edificio de concreto. Falta una hora para que el organopónico cercano a la calle Hidalgo, en el municipio Plaza, comience la venta, pero ya los clientes se agolpan para conseguir vegetales frescos y precios más baratos. Ninguno sabe que los productos que comprará aquí no son ni tan orgánicos ni tan seguros para su salud.

La agricultura urbana es un fenómeno que despuntó en Cuba a partir de los años noventa con los rigores del Período Especial. Al decir de un humorista, “los habaneros nos metimos a guajiros y sembramos ajo porro hasta en los balcones”. La crisis económica y la ineficiencia de las granjas estatales obligaron a aprovechar los solares yermos para cultivar verduras y vegetales.

La iniciativa ha ayudado todos estos años a paliar el desabastecimiento y tiene numerosos defensores que enarbolan su carácter comunitario, tan alejado de la mecanización de la agricultura moderna. Sin embargo, junto a sus innegables méritos, se esconden serios problemas que apuntan a la contaminación de los cultivos con residuos característicos de las áreas urbanas.

Se esconden serios problemas que apuntan a la contaminación de los cultivos con residuos característicos de las áreas urbanas

En todo el país, alrededor de 40.000 personas laboran en proyectos de agricultura urbana en unas 33.500 hectáreas, que se dividen en 145.000 parcelas, 385.000 patios, 6.400 huertos intensivos y 4.000 organopónicos. Estos últimos bajo la égida del Ministerio de la Agricultura, aunque con cierta autonomía para la gestión de los cultivos.

Con esos terrenos sembrados dentro de zonas pobladas, se ha buscado reducir la inseguridad alimentaria, brindar un mayor acceso a productos frescos y ampliar los espacios verdes en zonas urbanas.

La Habana cuenta con 97 organopónicos de alto rendimiento. Entre ellos uno de los más conocidos está ubicado en la barriada de Alamar y es gestionado actualmente por una cooperativa de 180 miembros. La capital también cuenta con 318 huertos intensivos, de cultivos sembrados directamente en el suelo, además de 38 de cultivos semiprotegidos y sobre suelo enriquecido.

En el enriquecimiento de esos suelos se utiliza una técnica conocida como vermicompostaje, que consiste en transformar residuos sólidos a partir de la acción de lombrices y microorganismos. El problema es que muchos de los residuales urbanos que sirven de base al proceso se sacan de la basura doméstica y tiene una fuerte carga de metales pesados que con posterioridad se acumulan en las verduras y los vegetales.

“Los compost obtenidos a partir de la basura doméstica presentan contenidos de cadmio y plomo por encima de los límites máximos permisibles”

Un estudio realizado en 2012 por varios investigadores del Instituto de Suelos y que incluyó muestras de organopónicos en La Habana y Guantánamo, sacó a relucir que “los compost obtenidos a partir de los residuos sólidos urbanos provenientes de la basura doméstica extraída de los vertederos sin previa clasificación y los sustratos preparados a partir de estos, presentan contenidos de metales pesados, especialmente cadmio y plomo, por encima de los límites máximos permisibles”.

La ausencia de un efectivo sistema de catalogación y procesamiento de la basura se vuelve contra nosotros mismos, pues mucho de los desechos utilizados para el compost en los organopónicos han tenido previo contacto con materiales como latas, pinturas y baterías, arrojadas indiscriminadamente en los vertederos de todo el país.

Por otro lado, el proceso para lograr el compost muchas veces no se realiza de manera adecuada, por lo que no llegan a destruirse los patógenos contenidos en los desechos. Aunque una parte de la materia utilizada en este proceso provienen del propio huerto, se agrega también basura de asentamientos cercanos, merma obtenida en los mercados y residuos agroindustriales.

Los patios y las huertas familiares cubren cerca del 90% del consumo de verduras de la población, de manera que la ingestión de altas dosis de metales pesados podría estar afectando a un gran número de cubanos.

El riego es inadecuado por el alto contenido de cloro y otros productos potabilizadores

El riego de los organopónicos contribuye a agravar el problema, ya que viene de las redes de abastecimiento de la población y afecta la cantidad de agua disponible para el consumo humano, además de ser inadecuado para el cultivo por el alto contenido de cloro y otros productos potabilizadores.

La cercanía de las calles y avenidas con los cultivos empeora la contaminación, pues los metales pesados les llegan también a través del suelo y el aire. A eso se suma el uso de pesticidas y fungicidas para el control de plagas en los organopónicos. Una práctica no confesada, pero extendida.

Lo más alarmante es que el Ministerio de Agricultura guarda silencio sobre este asunto y no promueve investigaciones sobre la presencia de agentes químicos y perjudiciales para la salud en productos que los consumidores imaginan frescos y orgánicos. ¿Complicidad o desidia? Nadie lo sabe, pero hay muchos motivos para desconfiar de ese mazo de lechugas con sus atractivas hojas verdes.

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