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Llegaron con el 'parole' y quieren volver a Cuba cuando las cosas cambien

La crisis arruinó el próspero negocio que tenían en La Habana, pero Adelina y Luis sueñan con reabrir su cafetería

Un total de 105.000 cubanos han sido beneficiados por el programa de 'parole' humanitario desde enero de 2023 / Giorgio Viera/ EFE
José Antonio García Molina

07 de julio 2024 - 15:53

Miami/Adelina llegó a Miami hace un año con su esposo y 15.000 dólares –la ganancia de un negocio familiar– para rehacer su vida en Estados Unidos. Tiene 48 años y dejó asuntos pendientes en Cuba: familia, intereses, una casa, un carro. No quiso quemar las naves o, como prefiere decirlo, “cerrar la puerta”. Se acogió al parole humanitario que su yerno tramitó, pero siente que está esperando a que el “aguacero” escampe: “Las cosas cambiarán en Cuba cuando menos uno lo imagine”. 

Abel, el yerno de Adelina, tiene 58 años y en Cuba se graduó en Economía. Se fue en 2002, después del Período Especial y ya es ciudadano estadounidense. “Las cosas se fueron poniendo malas. Cada vez tenía menos pincha. Un día me uní a un grupo de amigos y nos fuimos en una lancha”. Su historia –típica en aquellos años– es la de muchos patrocinadores; la de Adelina, patrocinada que “resistió” entre una crisis y otra, es la otra cara de la moneda. 

Si el bolsillo lo permite y los trámites avanzan, cualquiera con un 'santo patrón' en el Norte tiene posibilidades de emigrar.

El parole humanitario, implementado en enero de 2023 por el Gobierno de Joe Biden en el momento más agónico de la crisis migratoria, benefició hasta el pasado 31 de mayo a más de 105.000 cubanos. Desde entonces, el tándem patrocinador-patrocinado ha redefinido las relaciones de quienes residen todavía en la Isla con sus familiares en el exterior. Si el bolsillo lo permite y los trámites avanzan, cualquiera con un “santo patrón” en el Norte tiene posibilidades de emigrar. 

El problema, alega Adelina, viene después, cuando el cubano llega a suelo estadounidense. No es fácil rehacer su vida cuando se tiene “cierta edad”, ni irrumpir en la realidad de la familia que reside en EE UU. Para su esposo Luis, diez años mayor, los achaques y problemas para habituarse a un nuevo entorno se duplican. 

Luis vive dividido entre dos ciudades: La Habana, donde dejó la cafetería que administraba con Adelina, y Miami, en la cual trabaja ahora como custodio en un condominio. La mujer, por su parte, es cajera en un supermercado de El Doral. 

'Las ofertas del Estado eran pocas y malísimas', recuerda Adelina

Fue duro para ambos dejar la cafetería. Cuando la abrieron, en 2010, el cuentapropismo era sinónimo de prosperidad. “Las ofertas del Estado eran pocas y malísimas”, recuerda Adelina. Ellos aprovecharon, desde luego. Vendían desayunos y alguna merienda. Todo el mundo en el barrio era cliente. “Nos fuimos ampliando. La casa tenía un espacio con piso de cemento, pero sin techo. Le hicimos un murito alrededor, con una entrada, y compramos unas sombrillas con sus sillas”. Lo que empezó como una cafetería se transformó, con el tiempo, en un bar. 

Tanto Adelina como Luis se resisten a dar por perdido ese proyecto común. La pandemia fue una estocada mortal para el negocio. “La gente empezó a irse por montones. El barrio se fue vaciando. Pero nosotros aguantamos allí esos años”. Sus hijos no. La mayor, Nidia, estudiaba el tercer año de la carrera de medicina; su hermano, Kendry, iba al Instituto Politécnico. Ambos cruzaron la frontera mexicana. 

Hubo que inventar. “Había que comprar una buena parte de la mercancía en el mercado negro. Todo era una locura y muy arriesgado. No se sabía qué era legal y qué no”, lamenta Adelina. En el momento más desesperado se anunció la posibilidad de salir con parole y su yerno empezó el trámite. 

Abel celebra que el choque de Adelina y Luis con el american way of life fuera, hasta cierto punto, leve. Ellos llegaron con dinero y eso les daba cierto margen de comodidad. Su historia fue muy diferente, aunque él tuvo ayuda de su hermano, que ya vivía en Florida. “Si no hubiera sido por su apoyo, me hubiera quedado sin techo y sin trabajo. No tenía dinero ni para comprarme comida”. 

'El idioma abre puertas en el Norte'

Su única ventaja: sabía inglés. Nunca, hasta su llegada a EE UU, había tomado conciencia de la frase gastada entre cubanos: “El idioma abre puertas en el Norte”. Era verdad, y gracias a poder comunicarse con las amistades de su hermano –no sin antes pasar dos años “doblando el lomo” en la construcción y en un taller de automóviles– fue avanzando. 

Lo emplearon en un concesionario en Coral Gables. Con su “chispa”, necesitó pocos años para convertirse en gerente principal en el área económica. “En cuanto supe lo del parole, mi mujer y yo nos pusimos para eso y enseguida hicimos todo lo que había que hacer para traer a mis suegros”, cuenta. 

¿Dinero? No hizo falta demasiado, explica Abel. El pasaje de La Habana a Miami costaba 121 dólares. El resto consistía en demostrar la capacidad de respaldo económico y rellenar correctamente el formulario. El “aterrizaje” tampoco iba a ser forzoso, pues Adelina y Luis “traían su dinerito”. 

Su casa, por otra parte, tiene habitaciones que han visto a mucho familiar ir y venir, en el proceso de establecerse en EE UU. “Ahora la familia está unida”, dice satisfecho, si bien pretende sacar también al padre de Adelina, un anciano que vive en condiciones precarias. “Como la mayoría de los cubanos”, acota. 

Luis espera la primera oportunidad que tenga para ir a Cuba, admite Adelina. “Quiere reabrir el negocio si las cosas mejoran y asegurarlo con suministros desde Miami. Sería cosa de ir allá de vez en cuando. La verdad es que prefiero mi vida como la teníamos allá a la que pudiera tener aquí. Además”, dice, no sin cierta picardía, “Miami siempre nos quedará cerca”. 

Cuba, sin embargo, está muy lejos ya para Amelia, de 64 años, que se fue hace dos décadas de La Habana. Desde Pinar del Río, donde vive su sobrino Ernesto, llegó el año pasado la llamada de socorro que la convirtió, de la noche a la mañana, en patrocinadora. El trámite, sin embargo, se encuentra pendiente de aprobación desde enero de 2023. 

Es muy consciente de la situación desesperada de su país y no quiere que Ernesto, de 25 años y maestro de secundaria, desperdicie la juventud en la Isla. Su padre –hermano de Amelia– cobra 1.800 pesos por su jubilación y sigue trabajando, por cuenta propia, haciendo labores de plomería y arreglos eléctricos. 

Las elecciones en Estados Unidos, el próximo noviembre, mantienen en vilo a los solicitantes de parole

Amelia –que vive holgadamente de las rentas de dos apartamentos– cree que su sobrino merece una oportunidad porque es “brillante” en varias materias, sobre todo en matemáticas. Si logra salir, quizás se abra paso en alguna universidad de Florida, valora. “Lo mío es estudiar”, coincide el joven, “y ayudar a mi papá, que se quedará en Cuba”. Tanto ella como él consultan religiosamente la página web del Gobierno de EE UU y la aplicación Inmigreat donde se publican los resultados de las solicitudes de parole. Hasta ahora no han tenido noticias.

Las elecciones en Estados Unidos, el próximo noviembre, mantienen en vilo a los solicitantes de parole. Tanto patrocinados como patrocinadores opinan que su futuro estará ligado al del inquilino de la Casa Blanca durante los próximos cuatro años. 

Mientras, los beneficiarios que arriban a Florida lo hacen no sin cierta crispación. Muy pocos quieren hablar con la prensa y algunos ya tienen planes –en cuanto tengan dinero y estabilidad migratoria– para visitar Cuba. No obstante, la mayoría pretende establecerse en EE UU y prosperar. La historia de la Isla demuestra que los patrocinados de hoy serán los patrocinadores del mañana. 

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