Llevar negocios privados en Cuba sigue siendo tan difícil como cuando Fidel Castro los aniquiló
El Estado cobra impuestos y multiplica las inspecciones, pero no ofrece servicios a cambio y los apagones arruinan los comercios
Cienfuegos/En las últimas tres semanas, Amaury, el portero de un restaurante en Cienfuegos ubicado cerca del malecón, dejó de trabajar cinco días. El motivo no fue la solicitud de unas vacaciones ni una urgencia médica, sino el cierre del local por los apagones. “Los dueños están haciendo hasta lo imposible para mantenerlo en funcionamiento. Tratamos de aprovechar al máximo la luz del día, porque la planta eléctrica está consumiendo bastante combustible, pero sin electricidad para cocinar, tener agua corriente o refrigerar los alimentos es bastante difícil mantener el servicio”, cuenta a 14ymedio.
La planta, con combustible comprado por la izquierda a precio de oro, se reserva para el servicio nocturno. “Y gracias que tenemos esa opción, porque de lo contrario habríamos tenido que parar en ese horario también”, explica el cienfueguero, que sabe que cada hora que pasa en su casa por un apagón es dinero que deja de ganar.
Los mismos problemas que laceran el bolsillo de Amaury tienen desesperado a Ismael, el dueño de una cafetería en la calle Argüelles, que define al apagón como el detonante de un círculo vicioso de carencias que conduce a la pérdida de mucho dinero. “Estamos trabajando de manera limitada, haciendo lo mejor que podemos. Tuvimos que suspender el servicio de infusiones y coctelería, quedándonos sólo con las bebidas refrigeradas y pizzas para llevar”, lamenta.
"Tuvimos que suspender el servicio de infusiones y coctelería, quedándonos sólo con las bebidas refrigeradas y pizzas para llevar”
Este pequeño empresario añade que ni siquiera la venta de preelaborados es posible en algunos casos. “Por mucha congelación que haya, después de tantas horas sin electricidad llega el momento en que la descomposición es casi inevitable. Paradójicamente, mi casa está ubicada en uno de los llamados ‘circuitos protegidos’, donde rara vez quitan la corriente. Conclusiones: me paso gran parte del día llevando mercancía de un lugar a otro, tratando por todos los medios de resolver el problema, aunque yo creo que ni el mismo Gobierno sabe cómo va a arreglar esto”, zanja.
La ausencia de servicios vitales para su cafetería, como el agua o la electricidad, que sufre cada vez que se va la luz, no solo vacía sus arcas sino que lastra las ganancias de su negocio. “Esto representa un retroceso para nosotros, e incluso nos hemos visto forzados a quedarnos por el momento con un solo turno de trabajo. También decidimos abrir de lunes a sábado y cerrar los domingos, pues ese día el consumo es tan bajo que el dinero a duras penas alcanza para pagar los salarios”.
Tanto Ismael como Amaury han notado una bajada considerable en el número de clientes que acuden a sus respectivos negocios. El portero tiene, al respecto, una teoría: “La gente no quiere salir de sus casas y menos si es de noche. Nada más pensar en el peligro de que te asalten, lo malo que está el transporte o lo caro que sale un triciclo a uno se le quitan las ganas de ir a cualquier parte”.
A Ismael son los resultados de la falta de clientela los que le preocupan. La inversión que hizo para montar su negocio no fue pequeña, y requirió ayuda de su familia, como su hijo que puso desde Estados Unidos gran parte del fondo inicial. En el último año, ha visto a varios colegas cerrar sus establecimientos y teme que todo el trabajo y dinero que puso en su cafetería caigan en saco roto por lo difícil que es ser empresario en la Isla.
Felipe, otro propietario cienfueguero, no puede estar más de acuerdo, pero sabe muy bien que, si no le va mejor, es porque a las autoridades les importa poco el aporte de los privados.
Incluso con las leyes implementadas hace años para ser trabajador por cuenta propia o crear una mipyme, llevar un negocio en Cuba sigue siendo tan difícil como cuando Fidel Castro desapareció a los privados de la economía cubana. A menos que se tenga “mucho billete” o un “padrino de altura”, a los pequeños comercios particulares los golpean no solo la persecución y fiscalización estatal, sino también los apagones y la falta de recursos.
“En honor a la verdad, los particulares somos los que mantenemos activa la gestión comercial hasta donde alcanzan nuestras posibilidades. Qué más quisiera yo que mantener abierto mi bar las 24 horas. Pero además de todas las dificultades que existen, entiendo que no hay condiciones para mantener empleados en varios turnos porque cuando lleguen a sus casas a todos los recibe un señor apagón”, expone Felipe con su voz casi inaudible por el sonido de una planta eléctrica.
El empresario lidia, “como debe ser”, con las tareas que le exige mantener a flote su comercio: buscar proveedores, administrar, pagar salarios, cumplir con sus obligaciones tributarias y mantener un servicio de calidad y con todas las licencias necesarias. En cambio, la parte que debe garantizar el Estado casi nunca se cumple. “Nos exigen cumplir al pie de la letra sus leyes y no son capaces de garantizar lo indispensable para que trabajemos. Saben a la perfección cobrar impuestos, hacer inspecciones sorpresa y poner multas, pero cuando se trata de dar, enseguida se desentienden”, alega.
En un país desabastecido, a Felipe le cuesta imaginar cómo podría sobrevivir la gente si los privados no pusieran a disposición del público alimentos y otros productos
En un país desabastecido, a Felipe le cuesta imaginar cómo podría sobrevivir la gente si los privados no pusieran a disposición del público, y en pesos, alimentos, servicios esenciales y otros productos muy demandados. Reconoce que a veces los precios son muy elevados, pero también defiende que con políticas menos nocivas para los emprendedores habría más negocios y oferta, y los precios serían más competitivos.
Negociante al fin, ha aprendido a entender el mercado y sabe que con menos persecución y más apertura legal se podría crear en la Isla una sector privado fuerte. Pero entiende que eso no está en los planes del Gobierno. “Yo no quiero que me regalen nada. Sólo pido un poco de respeto”.