En Manzanillo, el agua llega a las casas cada 30 días y una parte se pierde por los salideros
Las obras en curso para cambiar la tubería maestra están destrozando las acometidas secundarias
Manzanillo (Granma)/Con órdenes de la empresa municipal de Acueducto, una retroexcavadora abrió una larga zanja en la céntrica calle Martí, en la ciudad portuaria de Manzanillo. El objetivo: instalar una nueva acometida central para sustituir la antigua, con múltiples salideros. Pero el remedio –valoran ahora los vecinos, ante la grieta que ha hecho intransitable la calle– ha sido peor que la enfermedad.
A su paso, la pala del vehículo no solo arrancó el pavimento y los restos de la vieja tubería, sino que arrambló con las acometidas secundarias que llevan el agua hasta las casas. Preguntados por 14ymedio, los obreros de Acueducto se desentienden: “Esas acometidas no son prioridad, luego se verá qué hacer con ellas”, alegan.
Según los obreros, “se pierde mucha agua en las tuberías maestras”, de ahí que los directivos de la estatal hayan fijado como objetivo su reemplazo. “Tenemos orientado eliminar los salideros para no perder agua en el proceso de bombeo”, explican.
Comentando el desabastecimiento, el programa oficialista Mesa Redonda aseguró este miércoles que el ciclo de agua –la frecuencia con que se bombea a los hogares– es de 10 días. La realidad, sin embargo, es que el agua está llegando una vez al mes. El intervalo es penoso y obliga a las familias a cargar el agua o, si el bolsillo lo permite, comprarla. La sustitución de la acometida de Martí y de otras calles del centro de la ciudad complica la situación y ha provocado múltiples quejas en el barrio.
“Acabaron con las tuberías de todas las casas”, denuncia Orlando, de 47 años, mientras señala una suerte de pequeños túneles a ambos lados de la zanja. Por allí pasaban las acometidas de cada hogar y en muchos de ellos pueden verse aún fragmentos de los tubos. “No sé qué problema resolvieron. Se sigue saliendo el agua de la maestra y no nos llega aunque haya”, lamenta.
En efecto, debajo del nuevo tubo plástico se acumulan charcos, que ya empiezan a llenarse de espuma, piedras y hierbajos. Los vecinos saben lo que toca hasta que el arreglo esté terminado: “Cargar agua”, asegura Magaly, ama de casa y también residente en la calle Martí. Lo que muchos temen, añade, es que el Estado retrase la solución del problema y tengan, a la larga, que resolverlo quienes allí viven.
Cerca de allí, en casa de un vecino con pozo, un grupo de muchachos se reúne en torno al surtidor para llenar galones y tanquetas, que luego transportan de vuelta a sus casas en carretillas de construcción.
“No nos han dicho cuándo van a rehacer lo que han destrozado. Como están los precios hoy en día, es imposible que podamos arreglar esto con nuestros propios medios”, advierte. Otros miran con recelo la estructura plástica y le auguran poco futuro. “Todavía quedan salideros ahí”, insisten, entre las montañas de tierra excavada que ya llevan varios días bloqueando el tránsito por Martí.
La situación del agua, atizada por el pésimo estado de las tuberías y la ineficiencia del Gobierno, va de un extremo a otro de la Isla. La crisis no desvela a ningún dirigente, a quien –desesperados por la falta de abasto– acuden en primer lugar los vecinos. En Santa Fe, uno de los barrios más pobres de Guanabacoa, en La Habana, los funcionarios no se ponen de acuerdo para justificar la escasez. Desde la sequía de las presas hasta la contaminación del agua, no se escatiman pretextos para pelotear a quienes exigen una explicación.
En boca de dirigentes en los que nadie cree, múltiples causas se atribuyen a un mismo fenómeno. Por las malas, las familias han aprendido que los dirigentes solo reaccionan cuando las mismas vasijas que usan para conservar el agua resuenan durante un cacerolazo.
La esperanza de muchos son las pipas, que el Estado envía esporádicamente y sin los equipos necesarios para bombear a los tanques que las familias suelen instalar en las segundas plantas. Los ancianos del barrio van hasta el camión cisterna, carente de mangueras, y cargan lo que pueden como pueden, porque no quieren resignarse –contaron a este diario los vecinos– a “tomar agua hasta de los charcos”.
En el caso de Santa Fe, el agua viene con mayor frecuencia pero el servicio es inestable. Es “abusivo”, explican los vecinos, que el Estado envíe solo una pipa para toda una cuadra. De Santa Fe, en la periferia habanera, hasta el municipio oriental de Manzanillo, el sentimiento es unánime: “Lo tienen a uno muy cansado”.