El marabú y el Gobierno hacen de la vida del campesino un calvario
Pinar del Río/El campesino cubano tiene solo dos problemas para producir: el marabú y todo lo demás.
Cuando Raúl Castro promocionó la entrega de tierras ociosas a los campesinos y los invitó a hacerlas producir con bueyes, pasó por alto que esas parcelas llevan, en muchos casos, más de 20 años infestadas de marabú. Esta especie invasora es muy difícil de erradicar porque se expande a través de sus largas raíces y crea numerosos retoños que salen a la superficie y se multiplican en el subsuelo cuando se corta o quema la planta.
Eso significa que es imposible para cualquier productor desmontar manualmente sus dos caballerías de marabú. A la hora de recurrir a la tecnología es donde comienza la odisea. Normalmente, se usa un tractor de esteras con cuchilla frontal para acordonar el marabú y quemarlo, pero el campesino no tiene derecho de contratar directamente este servicio en las entidades estatales que poseen los equipos pesados. Así que se dirige a la dirección de su cooperativa para hacer la solicitud, pero descubre que los tractores están rotos o pertenecen a empresas con las que no pueden hacer contratos. La solución: esperar a que ocurra un milagro mientras va "haciéndole algo" a la tierra por miedo a que se la quiten.
Es probable que, ante las demoras, termine por recurrir a los particulares con sus exuberantes tarifas. A la hora de ir al banco a solicitar los prometidos créditos, el productor descubre que no le darán más de 20.000 pesos si no tiene algo que poner en garantía (con ese dinero quizás pueda pagar la limpieza de la mitad de sus tierras), así que hace un inventario de lo poco que puede empeñar: ¿la casa, el motor, el viejo tractor?
Si logró quemar el marabú, el Gobierno le garantiza, al menos, cinco años de sufrimiento persiguiendo los herbicidas e implementos para controlar los persistentes brotes
Si logró quemar el marabú, el Gobierno le garantiza, al menos, cinco años de sufrimiento persiguiendo los herbicidas e implementos para controlar los persistentes brotes. Cada vez que vaya a preparar su tierra tendrá que recurrir al mercado negro del combustible porque lo que le asigna el Estado es una cantidad casi simbólica. La alternativa legal sería comprar el petróleo que venden por divisa en las pistas de Cupet, pero eso puede costarle 3.000 pesos cubanos por día de trabajo, pues un tractor con un implemento para arar la tierra puede consumir 120 litros de diesel por jornada. Eso, si el productor es dueño de algún viejo tractor, porque si no, vuelve la historia de la imposibilidad de contratarlo con una empresa estatal. Entonces se suman el gasto del acuerdo con el particular y el combustible.
Cuando el campesino, al fin, logre tener sus tierras limpias para la producción, podrá ver que ante sus ojos se abre una cadena de nuevas trabas y problemas. Tendrá que sembrar de secano, pues el bombeo es un privilegio con demasiadas condiciones: disponibilidad de agua superficial o pozo, electricidad o combustible fósil, turbina con capacidad y sistema de riego. Optar por los "paquetes tecnológicos" estatales, que incluyen semilla, fertilizante y controles de plagas, implica vender la producción a Acopio a precios sumamente bajos (en comparación con los compradores particulares). Además, no entregan todos los componentes del paquete en el mismo momento.
A la hora de comercializar los productos se encontrará que, si los particulares no pueden comprarle el total de la producción, el Sistema de Acopio de Productos Agrícolas del Estado dejará que muchos de los frutos se pudran en el campo mientras la población carece de ellos en la ciudad.