La miseria y el hambre se extienden en Cuba
Una vecina le imploró por comida "aunque fuera pellejos de pollo, porque no pudo comprar nada"
La Habana/La crisis que vive Cuba no se refleja solamente en los datos oficiales, los informes independientes o el éxodo que no se detiene. En las calles, a cada paso, se evidencia la miseria. Ana María, vecina de Centro Habana de mediana edad, menciona un ejemplo: "Hace unos días, en la calle Infanta, un hombre como de unos 50 años iba a recoger unas croquetas del piso, y cuando vio que lo vi, embarajó. La verdad es que me dio a mí más vergüenza que a él".
Las escenas son comparables a la anterior gran crisis, que al menos fue bautizada con uno de los más grandes eufemismos que ha dado el castrismo: "período especial en tiempos de paz". Era frecuente entonces, en los años 90, ver sus huellas en el cuerpo de los cubanos, ajados y delgados en extremo. Miles de ellos llegaron a sufrir padecimientos tan graves como aquella neuropatía que los dejaba ciegos, detrás de la cual estaban la desnutrición y el abuso del alcohol casero.
La crisis de hoy no tiene nombre, pero sí el mismo rostro. El de las ciudades cada vez más vacías, sobre todo de jóvenes. El de la gente que cae al piso inconsciente por intoxicación de chispa e' tren. El de los ancianos (y no tan ancianos) que rebuscan en los contenedores o piden limosna.
"Hoy estaba merendando una pizza y un refresco en un lugarcito particular y llegó mendigando un señor de unos 70 años con muletas, que no podía ni caminar, y le compré lo mismo que estaba comiendo yo"
Y no solamente ocurre en La Habana. Jorge, de Holguín, cuenta que todos los días se encuentra el mismo tipo de situaciones. "Ha aumentado muchísimo, pero muchísimo, la cantidad de gente en la calle que está revisando la basura y que pide dinero. Hoy mismo estaba merendando una pizza y un refresco en un lugarcito particular y llegó mendigando un señor de unos 70 años con muletas, que no podía ni caminar, y le compré lo mismo que estaba comiendo yo. Ayer una mujer que me vio contando un dinero en la calle, se me acercó y me dijo: 'ay, regálame algo para los chícharos'. Justo después, otra mujer me preguntó si le podía comprar una fritura de yuca. Le quise dar 100 pesos pero me pidió que yo se las comprara: 'a mí me estafan', me dijo llorando. Y lo que más me parte el corazón, los niños que imploran: '¿podrías regalarme cinco pesos?'".
Jorge achaca la escasez principalmente a la inflación, que no cede: "Una libra de carne de puerco son 400 pesos, y compras cuatro libras y son dos de carne y dos de hueso y de gordo, que no dan resultado. Un cartón de huevos aquí vale 1.500 pesos, un litro de aceite 1.300. La gente llega a fin de mes casi sin aceite, sin arroz".
Así, las familias van reduciendo las cantidades, comen arroz con un poquito de verdura, almuerzan solo un plátano pelado, se van acostumbrando a no tener pieza de proteína animal. "Tengo una vecina que deja de almorzar para dárselo a su hijo, que está en la secundaria. Muchas veces veo que comen arroz congrí con dos ruedas de tomate porque no tienen plato fuerte", detalla Jorge.
Algo parecido relata Lisandra, de Sancti Spíritus. "Hace poco le llevé a una amiga un picadillo que yo cocino, ya pasada la hora de comer, y me di cuenta de que al niño le habían dado arroz con frijolito y ella no había comido nada".
Por tener algo que llevarse a la boca, la gente se come incluso lo imposible. "Mi mamá desechó un picadillo horroroso que había hervido en agua caliente porque alguien le dijo que quedaba como jamoncito y se lo quiso dar a los perros de la vecina, que la paró en seco porque lo quería para ella".
A veces, como le pasó a Ana María con el señor que recogía croquetas en Centro Habana, la vergüenza se instala entre ambas partes
A veces, como le pasó a Ana María con el señor que recogía croquetas en Centro Habana, la vergüenza se instala entre ambas partes. "Otra vez que fui a saludar a una amiga de la universidad, a la hora de la comida, los niños la interrumpían todo el tiempo mientras conversábamos: 'mamá, tengo hambre'. Y me di cuenta de que no quería que yo viera lo que iban a comer", prosigue Lisandra, quien asevera: "La gente no lo dice, pero está pasando hambre".
Desde San Antonio de los Baños, Artemisa, el epicentro de las protestas multitudinarias del 11 de julio de 2021, Caridad es rotunda: "La hambruna está generalizada. Dentro de poco no vamos a existir, porque nos van a matar de hambre y no vamos a tener médico que nos asista".
La mujer, de unos treinta años y una hija pequeña, arremete contra el Gobierno: "No sé cómo hay ese aferramiento si no pueden resolver un problema, y quieren que sigamos eligiendo a personas que ni siquiera sabemos quiénes son. La semana pasada no se fue la luz porque había elecciones, ¿y ahora que no hay elecciones? A comernos todos los apagones que nos dejaron de quitar".
El recuento de Caridad es largo, y pasa por la electricidad ("sin luz no se puede vivir"), el agua ("aquí no la han puesto en cinco días todavía"), la comida ("la leche es un producto prohibido", "para qué vamos a hablar de los frijoles a 200 pesos") o los servicios cada vez más precarios de salud ("no hay asistencia médica porque los médicos no tienen con qué curar y no son magos"). "No me puedo explicar realmente cómo estamos subsistiendo", remata.
"Entre mi hermana y yo compramos un yogur que nos cuesta más de 250 pesos cada pepino [litro y medio] y hay que pagarlo en el mercado informal. Cuando viene un camión estatal, ahí hay matados, y eso por coger un yogur a un precio que no está muy lejos de los 100 pesos (70, 80, 90 pesos una bolsa). No tienes una vianda, un muslo de pollo, un pedazo de puerco. La cebolla no hay quien la pague", desgrana, y prosigue con su rosario de penas.
El arroz, asegura, es un "tema caliente": "Aquí en este pueblo están vendiendo un arroz picoteado, que no sé de dónde lo están sacando y que tiene trozos de piedras dentro, como transparentes. Eso llora ante los ojos de Dios. No solamente hay que meterse dos horas escogiéndolo para quitarle una cantidad de semillas negras, sino que encima, ese tipo de partículas te puede partir una muela, ¿y a qué dentista vas? Todo está combinado, ahora está cerrado el dominó".
Para Caridad, el momento que vive Cuba lo denominaría "el minuto cero", porque "no tenemos opciones de nada".
Hay otro comentario generalizado: lo que más preocupa son los niños. "Yo sufro amargamente porque tengo una niña menor de siete años y me preocupa el día a día. Ya ni las escuelas pueden funcionar, los maestros no quieren trabajar porque tienen también hambre", dice Caridad.
"Yo sufro amargamente porque tengo una niña menor de siete años y me preocupa el día a día. Ya ni las escuelas pueden funcionar, los maestros no quieren trabajar porque tienen también hambre"
Para Ana María, la situación con los niños es "la debacle", y relata el tormento de sus nietos, que no solamente tienen que soportar un insípido arroz con chícharos diario sino toda clase de contenidos propagandísticos. "La niña tiene que exponer mañana, después de una semana enferma con asma, un trabajo era sobre el sistema tributario, nada más y nada menos, y otro sobre la vida de Fidel de niño y hasta que ya fue un líder revolucionario", desgrana la mujer. "Y el niño tenía que exponer sobre el Pacto del Zanjón y la actitud de Martí en aquella época y también sobre las elecciones. ¡Dime algo!".
Ni la propaganda ni el servilismo ni un trabajo ordinario libran de los padecimientos. "Un familiar mío, militar jubilado y médico, o sea, con un retiro por encima de la media, acaba de celebrar su cumpleaños 80 y entre cuñados y sobrinos juntaron algo para celebrar, porque apenas podía comprar", menciona Ana María, junto a otra muestra, su propia hermana, jubilada del sector estatal, "en el huesito y pellejo habiendo sido una mujer hermosa".
Otra vecina de Ana María, trabajadora de la salud, fue a su casa hace poco a implorar si tenía "aunque sea pellejos de pollo para comer, porque no pudo comprar nada".
Por si fuera poco, tampoco es consuelo tener dinero para gastarlo en las tiendas en moneda libremente convertible (MLC): "Incluso los que tienen gente en el extranjero pueden tenerlo en MLC, porque las tiendas están vacías. Todo hay que pagarlo a las personas que se lo roban de los lugares estatales, que lo compran en La Habana o no sé en qué lugar y los venden aquí para que la gente pueda vivir", protesta Caridad, la joven de San Antonio de los Baños.
Con todo, ella, como Ana María, Jorge y Lisandra, forman parte de ese 30% de familias cubanas que se diferencia del resto porque reciben ayuda del extranjero, la desigualdad más paradójica creada en 64 años de comunismo. El resto, la mayoría, tiene que conformarse solo con lo que llega a través del mercado racionado, que no alcanza para terminar el mes.
Ana María, que no tiene cómo abandonar la Isla, lamenta: "Ya me deprime salir a la calle, la pobreza, el churre, la gente miserable, los animales muertos de hambre. Quiero que los aliens me lleven, porque me dan ganas de llorar".
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