Las 'mulas' cubanas galopan hacia la frontera sur de Estados Unidos
Panamá se convierte en punto de salida para quienes han visto su negocio de reventa ilegal naufragar por la pandemia
La Habana/Ciudad de Panamá/Nunca pesan menos las maletas que cuando salen de Cuba. Eso lo saben bien María Carla y su hermana que la segunda semana de diciembre subieron a un vuelo que partió desde La Habana rumbo a Panamá. Era la enésima vez que hacían el trayecto, hasta ese momento habían ido para comprar mercancías para revender en la Isla pero ahora las mulas no piensan regresar: galopan hacia el norte.
"El negocio iba bien hasta que llegó la pandemia", cuenta a 14ymedio María Carla que, para disimular y que los oficiales de inmigración de Panamá no sospechen de sus planes, ha comprado boleto de ida y vuelta, carga con una lista falsa de supuestos productos a comprar y ha reservado siete noches de hotel cerca del Albrook Mall de Panamá, un gigantesco centro comercial.
Las hermanas comenzaron su travesía en el poblado de Corralillo, en Villa Clara, donde nacieron hace más de tres décadas. Primero pensaron en solicitar la nacionalidad española a través de la llamada Ley de Nietos, por ser descendientes de canarios, pero el proceso les dio más angustias que resultados. Al final, lograron la visa de turismo de cinco años para visitar y comprar en Panamá.
"Nos cambió la vida, en menos de dos años nos mudamos para La Habana y abrimos una boutique ilegal donde vendíamos desde móviles hasta calzoncillos", comenta la hermana
"Nos cambió la vida, en menos de dos años nos mudamos para La Habana y abrimos una boutique ilegal donde vendíamos desde móviles hasta calzoncillos", comenta la hermana. "Volamos tanto que teníamos un montón de puntos en el programa de fidelidad de Copa Airlines y era raro el viaje que no fuéramos en primera clase".
Al ser dos personas en cada vuelo, la inversión era mucho más lucrativa. Las cifras de beneficios con la venta "oscilaban", reconoce María Carla, pero en un fin de año "yo levanté 6.000 dólares de ganancia y mi hermana otros tantos". "No nos hemos casado, aunque las dos tenemos parejas, pero con eso de los viajes siempre preferimos no hacer una unión sólida".
Spa los fines de semana, tratamiento facial con frecuencia, cuota de gimnasio, apartamento en Centro Habana cerca de la línea que divide al municipio con la zona de El Vedado, ropa de marca, celulares del año y perfumes que se quedaban en el aire alertaban a los vecinos de que las dos villaclareñas no vivían de los productos de la bodega del racionamiento.
La burbuja estalló en abril de 2020 cuando les cancelaron un vuelo de salida debido a la pandemia. "En este tiempo nos comimos todos los ahorros y vendimos casi todos los electrodomésticos que teníamos de uso en nuestra casa", reconoce la joven.
Contra viento y marea, lograron comprar un par de boletos para la primera quincena de este mes. "Entre las dos pagamos más de 3.000 dólares porque tuvimos que adquirir el viaje redondo, ida y vuelta, para no levantar sospechas". Sin mucho revuelo, remataron el apartamento, armaron un par de maletas, más de utilería que de realidad, y partieron.
Ahora están en Panamá junto a otra decena de migrantes cubanos que llegaron alrededor de los mismos días. Este fin de semana estaban en la Gran Terminal Nacional de Transporte (Terminal de Albrook) de donde salen ómnibus para todo el país, pero también para Centroamérica y México.
"Cuando salí después de casi dos años sin poder viajar me sentí que podía volver a respirar", confiesa María Carla. "Si estando allá adentro tomamos una decisión, la hemos confirmado ya aquí afuera. Pa' atrás ni para coger impulso. Este viaje no es para llevar pacotilla, es para lograr un futuro".
Cerca de las hermanas, en la misma estación de Albrook, hay otra familia cubana con dos niños. Rehuyen hablar con desconocidos y todas sus pertenencias las llevan en un par de mochilas. Junto a las dos villaclareñas, planean partir hacia Costa Rica e ir "subiendo de país en país hasta llegar a la frontera de Estados Unidos", comenta brevemente el padre de los pequeños.
Trasladarse en grupos, aunque pueden ser fácilmente identificados por las autoridades migratorias, también les ayuda a protegerse entre ellos. Pero no todos están decididos a emprender la ruta, especialmente desde que se restableciera el programa "Quédate en México", una política implementada durante la presidencia de Donald Trump que obliga a los solicitantes de asilo a esperar en ese país mientras procesan sus casos en cortes estadounidenses.
José Alberto, un habanero de 42 años, lo había planificado todo "para arremeter ahora" y no regresar a la Isla. Después de ganarse la vida por más de seis años importando electrodomésticos, ropa y dispositivos tecnológicos, siente que es hora de "hacer una vida de verdad, darle un futuro a mi hijo".
Desde la reforma migratoria de 2013, que eliminó el requisito de una carta de invitación y el engorroso permiso de salida para viajar fuera de la Isla, se ha desarrollado un próspero negocio de importación
Desde la reforma migratoria de 2013, que eliminó el requisito de una carta de invitación y el engorroso permiso de salida para viajar fuera de la Isla, se ha desarrollado un próspero negocio de importación de mercancías en las maletas de los viajeros. Esos productos nutren fundamentalmente las redes informales de compraventa pero también son parte de la materia prima de muchos negocios gastronómicos, de cuidados corporales y de otro tipo.
Junto a su esposa y su niño de tres años, José Alberto había planificado meticulosamente la escapada. Cuando su mujer quedó embarazada pudieron viajar a Panamá, donde ella tuvo el bebé que ahora tiene esa nacionalidad. Desde entonces han estado yendo y viniendo de Cuba para vender mercancías en el mercado informal. Pero la crisis económica en la Isla les ha hecho tomar una decisión.
"Dentro de Cuba ya no se puede vivir medianamente bien aunque tengas dinero. Todo está destruido", sentencia el habanero. "Yo no hago nada con tener ciertas comodidades en mi casa y viajar frecuentemente si a la calle no se puede ni salir, ese no es el país en el que yo quiero que mi hijo crezca".
Sin embargo, tampoco quiere "hacer las cosas a lo loco". Después de una semana en Panamá ha decidido tratar de quedarse más tiempo en el país a la espera de que la situación en la frontera estadounidense cambie. "Mi hijo es panameño, yo he trabajado un poco aquí en la construcción y esperamos poder obtener los papeles, pero a Cuba ya no volvemos".
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