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La Navidad de Emilio, Jorge y Carmelo, tres mendigos que duermen en las calles de Matanzas

La falta de comida y el frío no son peores que la falta de esperanza de los más vulnerables estos días

Las asociaciones e instituciones religiosas celebran galas e impulsan iniciativas culturales, pero los pobres de Matanzas no están para fiestas. / 14ymedio
Fabio Aecio Ettore

24 de diciembre 2024 - 13:34

Matanzas/“Duermo donde puedo”, es la carta de presentación de Emilio, uno de los mendigos que deambulan por Matanzas cuando cae el sol en busca de un portal para refugiarse. Hombre silencioso, pide 20 pesos como requisito para empezar a hablar. “Con esto me voy a comprar un café”, dice guardándose el billete en el bolsillo. “Anoche hubo bastante frío y la madrugada se me complicó”. 

Su peor enemigo es el frente frío. “Cuando entra alguno pienso que me voy a morir”, dice. “Hasta ahora no ha pasado nada. Trato de salir adelante. Vendo cosas que encuentro en la basura o si no pido algo para comer”. 

Su base de operaciones, al menos por hoy, han sido las inmediaciones de la catedral de Matanzas. Las dos torres del antiguo templo, de un color amarillento y húmedo, lo protegen contra el resplandor. “Dicen que antes de la Navidad van a hacer una cena y darán una jaba de comida”, asegura, señalando el portón de la iglesia. “Estoy invitado, después veremos qué pasa”. 

Como en otras diócesis de la Isla, los obispados y parroquias suelen organizar iniciativas para los mendigos de la ciudad, a los que Cáritas –la asociación solidaria internacional de la Iglesia católica– ofrece comida y algo de ropa. También celebran galas e impulsan iniciativas culturales, pero los pobres de Matanzas, admite Emilio, no están para fiestas. 

Basta caminar por el centro de Matanzas o en torno a la catedral para constatar que el número de mendigos ha crecido. / 14ymedio

Basta caminar por el centro de Matanzas o en torno a la catedral para constatar que el número de mendigos ha crecido. Con sus “tarecos” y puestos de venta improvisados, su misión es “buscar unos pesos para pasar el día”, como afirma Emilio. 

Para Jorge, que sufre desde hace años esclerosis lateral amiotrófica (ELA) –una enfermedad degenerativa que conduce a una parálisis muscular progresiva y, finalmente, la muerte–, la caridad ajena es indispensable. Si quiere desayunar acude al comedor del centro Kairós, una institución gestionada por la Iglesia bautista. De vez en cuando, también va a otros centros religiosos. 

Basta caminar por el centro de Matanzas o en torno a la catedral para constatar que el número de mendigos ha crecido. / 14ymedio

“Ni eso, sumándolo a la chequera, me alcanza para llegar a fin de mes”, lamenta. En sus condiciones físicas “cada bocado cuenta”. Cada minuto también. 

Matanzas hace honor a su nombre, impuesto según la leyenda tras una masacre de españoles a manos de los indios en 1510. La vida no solo es dura para los habitantes de la ciudad, sino también para los animales. Como en el Período Especial, vuelve a correr el rumor de que, cuando no hay qué comer, se sale a cazar gatos o perros. 

Tampoco es raro que de los desperdicios de una familia –usados habitualmente para confeccionar el “sancocho” de los puercos– se alimenten los mendigos que, cuando tienen fuerzas, se dedican a la recogida de materia prima. Se les ve a menudo en los vertederos de la ciudad “buceando” entre la basura para llenar un saco de viejas latas o trozos de chatarra. A veces la búsqueda la realizan familias enteras, incluyendo a los niños. 

El peor enemigo de los mendigos en la ciudad es un frente frío. / 14ymedio

Vivir así acaba, a la larga, con el cuerpo. Lo sabe bien Carmelo, de oficio “vendedor de ratoneras y otros útiles”, que padece úlceras sangrantes en uno de sus pies, herido tras un accidente. Hace años que usa las mismas mudas de ropa y sus manos, llenas de callos, son todo un testimonio. 

Carmelo solía ser bicicletero. En su triciclo de carga, un artefacto criollo, transportaba lo que sus clientes le pidieran. Después del accidente tuvo que buscarse otra manera de ganarse la vida. Ahora vende lo que encuentra, y si “la cosa está mala” recala en la célebre Calle del Medio a pedir limosna. 

No le gusta, afirma, ir a comedores sociales. Este fin de año planea encerrarse en su diminuto cuarto. La tranquilidad del cubículo, sin visitas, es lo más parecido que tendrá a una fiesta.

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