En el nuevo Ten Cent de La Habana, "nada de 10 centavos, esto es de cientos y miles"
Crónica
A pesar de la reminiscencia con una de las más famosas tiendas de los años 50, esta no guarda relación alguna con aquellos locales que fueron bastante populares en La Habana
La Habana/No por esperada la apertura de la tienda privada ubicada en el número 704 de la calle Carlos III, en Centro Habana, ha dejado de causar revuelo. La tienda, gestionada por una mipyme y que comparte inmueble con una farmacia estatal, ha abierto este lunes con un catálogo digno de Nueva York o Los Ángeles, en cuanto a los precios.
En medio de las cálidas temperaturas que han marcado los últimos días en Cuba, los cristales limpios, los carteles recién colocados y la promesa de un interior climatizado, bastaron para que algunos curiosos se arremolinaran esta mañana alrededor del comercio que administra la pequeña empresa Mexohabana y que en su fachada utiliza la marca Ten Cent, una reminiscencia de una de las más famosas tiendas de los años 50.
Con un amplio surtido de quesos, que van desde el más conocido gouda pasando por el mozzarella hasta llegar el exquisito parmesano, la tienda tiene también entre sus ofertas galletas con avena, chorizos, jamón ibérico y numerosos productos “made in USA”. “Se ve que esto es para gente con billete”, sentenciaba una vecina de un edificio cercano que llevaba días “cazándole la pelea a la inauguración”. Los vecinos del lugar llevan esperando el acontecimiento más de dos meses, desde principios de marzo, que se empezó a correr la voz de que el establecimiento estatal compartiría espacio con el privado.
“Ha quedado muy bonita y se ve que invirtieron bastante en la decoración, parece otro país cuando uno entra”, consideró la mujer, que finalmente se fue con las manos vacías. Cerca de ella, un hombre compró dos paquetes de arroz de un kilogramo cada uno, algo de jamón loncheado, comino molido y unas galletas con salvado de trigo. Por la pequeña factura que cabía ampliamente en una bolsa mediana desembolsó más de 4.500 pesos.
“Nada de 10 centavos, esto es de cientos y miles", explicaba otro cliente que adquirió solo un pequeño encendedor por 400 pesos. A los compradores que llevaban una factura más abultada, los empleados les obsequiaron en esta jornada inaugural un Chupa-Chupa, sobre el que aclaraba una de las trabajadoras: “también se puede comprar otro” por 50 pesos.
“Todo se ve muy yuma, hay muchas confituras, aderezos, salsas y galletas”, le contaba a la salida una mujer a otra que prefirió esperar afuera porque el local ya estaba lleno. Para su amiga, la cliente describía cómo se había sentido: “La atención es buena pero desde que uno entra te empiezan a preguntar si quieres algo y me sentí un poco acosada, yo prefiero tener más tiempo para mirar los productos y decidirme”.
Lo que sí quedaba claro para quienes entraban era que el uso de la marca Ten Cent era solo un truco comercial. El local no guarda relación alguna con aquellos locales que fueron bastante populares en La Habana de la primera mitad del siglo XX, filiales de la matriz norteamericana F. W. Woolworth Company. En este caso, de aquellos atractivos precios no queda nada, solo el recuerdo.
Pared con pared, la parte del inmueble que se ha conservado en su tradicional función de farmacia, parecía este lunes el lado opuesto de la luna en comparación con la mipyme. Mientras que la empleada estatal respondía con un monosílabo negativo a quienes se acercaban indagando por medicamentos para la presión arterial, las alergias y los nervios, en el comercio privado un cartel recomendaba: "¡Come y bebe, que la vida es breve!".
El tipo de clientes también era muy diferente. Si a las afueras del Ten Cent se veían personas con ropa y calzado importados, gafas de sol y hasta con cierto aroma a perfume, los que llegaban al dispensario llevaban una vestimenta mucho más modesta y alguna jaba raída colgada del hombro. En unos pocos centímetros las diferencias sociales afloraban con todas sus aristas.
“¿Y esto qué es?”, indagaba un anciano al ver el nuevo local particular. El hombre, que llevaba meses sin pasar por el amplio portal del edificio, quedó asombrado ante “los recursos que se han puesto aquí”. Pero ni siquiera el asombro lo llevó a intentar entrar. “¿Para qué si voy a tener que salir con las manos vacías?”, opinaba.
Dos adolescentes que pasaban no aguantaron la tentación. Por unos breves minutos, en el interior del Ten Cent, se refrescaron del intenso sol exterior, pasaron los ojos por los estantes llenos y salivaron ante los paquetes con carne de res en bistec o picadillo que, probablemente, no habían visto de esa forma en toda su vida, también se rieron ante un trozo de queso azul que valía miles de pesos cubanos.