En la oficina central de Correos en Cienfuegos, un solo empleado atiende al público

"Hoy serán dos horas, por lo menos", estima Antonio, un jubilado que viene a cobrar su chequera

La oficina de Correos de Cuba en la calle San Carlos de Cienfuegos bulle con los clientes insatisfechos.
La oficina de Correos de Cuba en la calle San Carlos de Cienfuegos bulle con los clientes insatisfechos. / 14ymedio
Julio César Contreras

30 de septiembre 2024 - 22:07

Cienfuegos/A pocas cuadras de la bahía de Cienfuegos, la oficina de Correos de Cuba en la calle San Carlos bulle con los clientes insatisfechos. No tienen donde sentarse y, a medida que el sol azota la avenida, sube el voltaje de la molestia. Vienen a resolver algún trámite o a comprar sellos, pero antes de pedir el último hay que calcular si se cuenta con el tiempo y la paciencia suficientes. 

“Hoy serán dos horas, por lo menos”, estima Antonio, un jubilado que viene a cobrar su chequera, mirando la cola como un cañaveral que tuviera que machetear. El tiempo le sobra y la paciencia la ha ido adquiriendo –qué remedio le queda– con los años. Ya tiene su “quicio”, es decir, un espacio en el contén de la acera sobre el que se sienta con mucha dificultad. Desde ahí, la cola avanza. El sol y el malestar también. 

Si Correos pusiera a sus empleados en más de una ventanilla la historia sería distinta, asegura Antonio. Por el contrario, hay una serie de “trincheras” –un mostrador, un aparador de cristal, una butaca vacía– que impiden el paso y regulan el movimiento de la cola. Todos deben ir “por la canalita” hasta el único puesto disponible. 

La oficina es lúgubre. Del techo cuelgan varias lámparas de luz fría, que no mejoran el aspecto del local. La pintura –de un gris verdoso– absorbe la claridad y da al lugar un ambiente sofocante. Los cristales de la fachada están cubiertos de precinta carmelita, la conocida y poco útil medida contra los ciclones, y alguien –es difícil imaginar para qué– se robó la cabina plástica de uno de los teléfonos públicos. 

Todos deben ir “por la canalita” hasta el único puesto disponible

En un lugar como este prosperan los “negocitos” de coleros, pero Antonio –por vergüenza, afirma– no se involucra. "Yo no tendría cara para hacerle la cola a cinco o seis más después de mí". No sin cierta tristeza, asegura que guardar un turno se paga a 500 pesos por persona. Es el precio de evitarse la incomodidad, el bochorno y no pocas veces el insulto de quienes sí sufren la cola. 

No es frecuente que los jubilados –sus colegas de vejez y chequera– le paguen a un colero. El trato no es económico si tiene que repetirse cada mes, y con lo exiguo de la pensión estatal no vale la pena. “Los que sí pagan son quienes buscan sellos, por eso es normal que una sola persona marque la cola para cobrar la chequera y al mismo tiempo le ‘resuelva’ la compra a otro. Así espera y se gana un dinerito”, cuenta Antonio. 

Pero no hay dinero en el mundo que justifique el “calvario” de estar en el Correo. Cuando solo hay un trabajador en la ventanilla –y es lo habitual–, hay que empezar a hacer la cola a las 5:00 am para salir, con suerte, a las 10:00 o las 11:00 am. No vale la pena, insiste el jubilado, y vuelve a su “quicio”. 

A Vilma –cuentapropista y con mucha menos paciencia que Antonio si de colas se trata– lo que le molesta es que a dos cuadras del Correo “un señor” tenga todos los sellos habidos y por haber para la venta informal. “¿De dónde los saca?”, pregunta. La respuesta la ofrece ella misma y quienes la escuchan, apuntando al interior del lugar: “De aquí mismo”. 

La oficina es lúgubre. Del techo cuelgan varias lámparas de luz fría, que no mejoran el aspecto del local.
La oficina es lúgubre. Del techo cuelgan varias lámparas de luz fría, que no mejoran el aspecto del local. / 14ymedio

La corrupción es notable, opina, porque el sujeto que vende sellos también tiene modelos para hacer trámites de la Onat (Oficina Nacional de la Administración Tributaria), siempre desaparecidos, según Vilma. Hace años que la mujer prefiere no saldar sus cuentas con la Onat a través de Correos. Cada trámite es engorroso y el único cuño que la oficina se apresura a poner sobre sus papeles, lamenta, es “el de la ineficiencia”. 

Correos ya ni siquiera le sirve para recibir la prensa nacional en su casa, señala. “Cancelé mi contrato”, dice con orgullo. “Además de aguantar que los periódicos solo publiquen lo que les conviene, me llegaban con tres y cuatro días de retraso. Cuando venía a quejarme por el mal servicio, se justificaban diciéndome que los trabajadores son insuficientes para cubrir la demanda de la ciudad”. Ahora se informa a través de las redes sociales. 

Las deficiencias de la paquetería –prosigue Vilma– ya son palabras mayores. “Hace poco me hicieron un envío desde España. Cuando pasaron tres meses y vi que no llegaba, hice la correspondiente reclamación. Le echaron la culpa a la falta de combustible, de transporte y, como es lógico, al bloqueo”. El asunto no quedó ahí. Si el paquete estaba, como suponía, en territorio nacional, podía “mover influencias”. Con dinero de por medio, enseguida apareció el paquete. 

Vencer la cola no garantiza nada, puesto que la atención en la ventanilla trae obstáculos propiamente institucionales

En la calle San Carlos, no importa si se viene a cobrar la chequera, a mandar una carta –práctica cada vez más desaparecida– o a enviar un giro nacional: la cola, advierte el custodio, es “una sola”. La defensa a sangre y fuego de esa “unidad” parece ser la verdadera preocupación del personal, asegura Antonio. 

Vencer la cola no garantiza nada, puesto que la atención en la ventanilla trae obstáculos propiamente institucionales, como el hecho de no poder enviar más 2.100 pesos en un giro. “Es un límite tras otro”, se queja Vilma. 

La de San Carlos es la “oficina central” de Correos en Cienfuegos. Si su funcionamiento deja mucho que desear, el de los estanquillos es todavía más alarmante. Cerradas a cal y canto, las casetas conservan una única función: dar sombra a quienes, agobiados por la incompetencia y el calor cienfueguero, buscan su minuto de tregua.

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