Cuando oscurece, al "tétrico" cementerio de Las Tunas no entra ni la Policía

Según los trabajadores y vecinos de la necrópolis, entre las tumbas se refugian saqueadores y "prófugos"

El cementerio Vicente García carece de espacio para lidiar con la cantidad de restos
El cementerio Vicente García carece de espacio para lidiar con la cantidad de restos / Periódico 26
14ymedio

20 de septiembre 2024 - 21:54

La Habana/“Cruel, tétrico, inexcusable”. Con tres adjetivos resume la prensa oficial este viernes el panorama del cementerio Vicente García de Las Tunas, que se ha convertido, según sus propios cuidadores, en tierra de nadie. A la necrópolis no solo la acechan los típicos casos de tumbas saqueadas y huesos a la deriva, sino que, después de la cinco de la tarde, cuando los trabajadores abandonan el lugar y la oscuridad se presta para fechorías y escondite de “prófugos”, ni la Policía se atreve a entrar.

La inusual crónica de Periódico 26 aporta no solo descripciones del cementerio, sino historias de sus visitantes que podrían formar parte de un thriller. La protagonista del artículo, Daysi Aguilera Santiesteban, una tunera que buscaba mover hacia el camposanto de Jobabo los restos de sus parientes, cuenta al periódico que tras exhumar a dos hermanos y a su padre –en un proceso ya de por sí doloroso para las familias–, las cajas plásticas donde fueron depositados desaparecieron. 

Al regresar al cementerio, la mujer encontró los restos de los tres hombres –todos soldados que fueron a Angola o participaron en alguna campaña del régimen– desparramados por el suelo y no había señales, en el panteón de combatientes donde las había dejado, de las cajas funerarias. 

“Una cabeza por un lado y un hueso por el otro”, los restos pasaron todo el mes de agosto, dice el diario, “a la buena de Dios”, mientras Daysi tocaba las puertas de la Policía, los peritos, la Fiscalía, el gobierno municipal y hasta el Partido. La respuesta era siempre la misma: “maltrato” y “poca sensibilidad”, asegura la tunera a Periódico 26. Solo a finales de agosto pudo finalmente llevarse a sus familiares. 

“Después de las 5:00 pm este lugar no tiene seguridad ninguna, y estamos enclavados en un barrio muy complejo”

Podría pensarse que el de la tunera, por excesiva mala suerte, es un caso aislado, pero las confesiones de los propios empleados de la necrópolis –que han perdido todo tapujo frente a la situación– aseguran que no lo es. “Después de las 5:00 pm este lugar no tiene seguridad ninguna, y estamos enclavados en un barrio muy complejo, atendido constantemente por las estructuras del Gobierno y el Partido”, es la primera frase que Jorge Gordales Reyes, administrador del Vicente García desde inicios de este año, dice a Periódico 26.

El directivo asegura que, hasta tiempos recientes, “mucha gente vivía del cementerio”. El administrador habla de los “más de cinco trabajadores” que han debido ser separados de sus puestos, algunos “con más de 15 años de labor”, por “violaciones y delitos detectados”. “Puedo asegurar que hacía mucho tiempo que este sitio no estaba como ahora. Puede recorrerlo y no verá escombros, hay limpieza y somos muy severos con las indisciplinas” asegura, aunque sus propios trabajadores desmienten algunas de sus afirmaciones.

No solo los nichos y tumbas están en su mayoría destartalados y con las losas arrancadas, sino que dos grandes colmenas de abejas cuelgan de la pared trasera y, frente al problema de la falta de espacio, las garitas de custodios se han convertido en los depósitos de restos. “A la (garita) del panteón de los internacionalistas le quitaron las ventanas, la cerraron y está repleta, porque no hay espacio para toda la osamenta”, se queja Ramón Nicolás Delgado, jefe del grupo de custodios que también sufren por el mal estado del lugar.

Cuando el cementerio cierra, el custodio de guardia no solo se queda sin un lugar de descanso, sino que queda sumido en la oscuridad. “El jefe de sector nos ha solicitado que las mujeres no hagan guardia de noche por temor a lo que pueda pasarles. Esto está oscuro totalmente. Existía una torre con focos (dirigidos) hacia varios perímetros, pero ya no”, explica.

“El panteón de los combatientes, por poner un caso, tiene un chucho de 200 voltios y no se puede encender porque no hay un breaker. La entrada principal está oscura porque no se ha logrado sacar un cablecito para que el custodio tenga luz ahí”, resume. En situaciones difíciles, como la de un aguacero, “el custodio quita la bandera, coge el teléfono y se va a pedir a los vecinos que le permitan guarecerse. Y esto se queda solo, completamente solo”, advierte el hombre.

Muchos nichos y tumbas están destartalados y con las losas arrancadas
Muchos nichos y tumbas están destartalados y con las losas arrancadas / Periódico 26

La falta de seguridad ha acarreado los consecuentes robos. “Se roban las jardineras, los libritos, las cajitas que la gente compra para los restos del familiar. Muchas llegan a valer 3.000 o 4.000 pesos. Las vacían y las venden otra vez”, refiere. 

La vida de los trabajadores –que Periódico 26 asegura que tampoco cuentan con merienda, guantes u otras herramientas básicas para su labor–, no es la única que gira en torno al Vicente García. Alrededor de los muertos ha crecido un barrio lleno de vecinos que conviven con la “fetidez” y dejan jugar a sus hijos en el cementerio con naturalidad. De hecho, una de las trabajadoras de la necrópolis le adjudica en parte a los residentes en la zona la destrucción del lugar. 

“Los niños vuelan sus cometas, se meten a correr y cuando les sales al paso o los regañas, los padres entonces te caen arriba como si fueras tú la que estuvieras invadiendo un espacio sagrado”, asegura. La mujer, no obstante, sabe que esa no es la única causa. Al Vicente García le falta mantenimiento, más espacio y muchas manos, pero la empleada confiesa que “nadie quiere esforzarse por 2.527 pesos en medio de tantas carencias, sin iluminación y en una comunidad diversa y complicada”. 

Periódico 26 recuerda que, no hace tantos años, las autoridades de la provincia anunciaban la construcción de otro cementerio y una planta incineradora. Los planes, sin embargo, nunca se han concretado pese a la promoción que tuvieron entonces, algo que el diario adjudica al “exceso de entusiasmo” de los dirigentes. 

El terreno que se había previsto para expandir la necrópolis, donde ya habían comenzado los movimientos de tierra, se lo dieron a unos particulares

Por el momento, el Vicente García carece de espacio para lidiar con la cantidad de restos, y la sobreexplotación del lugar es otra de las razones del mal estado de las instalaciones. De las nuevas obras, “el crematorio está parado por falta de materiales”, el incinerador ya está, pero no se ha instalado y el terreno que se había previsto para expandir la necrópolis, donde ya habían comenzado “los primeros movimientos de tierra, se lo dieron a unos particulares”, lamenta Eiser Prieto Pons, subdirector de Higiene y Necrología en la provincia.

En Las Tunas, el Vicente García no es el único que está en esa situación. “En Puerto Padre, por ejemplo, cuyo su cementerio principal se encuentra igualmente sobreexplotado, están detenidas las labores por temas burocráticos; una pena, porque podríamos cumplir la norma de edificar este sitio al lado del vertedero con la distancia que requiere”, dice el dirigente, sin explicarse el porqué de las decisiones que vienen de arriba. Aunque, añade, el Partido ha favorecido la fabricación de ataúdes y pronto podrán sumar cuatro carros fúnebres a los seis que tienen para toda la provincia.

Sin embargo, eso no basta para frenar el deterioro de los cementerios de la provincia como el Vicente García, que sirve, según sus vecinos, de almacén de restos que luego se venden en miles de pesos para rituales de santería, en dependencia “del hueso que sea, y del muerto en cuestión, porque si es niño, extranjero o combatiente, el monto es de los más altos”.

Las anécdotas de prófugos y delincuentes que se refugian en la necrópolis, de Policías “lastimados” y de la debacle del cementerio, ponen el punto final a la crónica oficial, que cierra sin una alusión directa a la dejadez estatal que ha propiciado ese entorno. Sin embargo, el recordatorio de que, de una forma u otra, cualquiera puede terminar siendo parte de la plantilla de restos perdidos y dislocados del cementerio no pasa desapercibida en el artículo: “La muerte es el camino que llevamos todos”.

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