Padrinos para saltarse la cola en las casas de cambio en Cuba
Los que esperaban en la fila de la Cadeca de 23, en La Habana, arremetieron contra los que intentaron colarse
La Habana/"A mí no me engaña nadie", refunfuña un anciano frente a la Cadeca de 23, en La Habana, este martes. "Yo no soy bobo". Tiene la cara hinchada y roja, suda y arrastra con dificultad una muleta. Junto a él, un mulato en camiseta y con diente de oro asiente, comprensivo. "Pasó delante de mí y entró, así de sencillo", grita el hombre, a quien varios miembros de la cola auguran un ataque cardíaco si no se tranquiliza.
Más allá, en la puerta, una señora exige explicaciones al policía que vigila la casa de cambio: "No es la primera vez que esto pasa hoy", le espeta. El oficial la mira con desgano, como si no entendiera, y remite la queja al "organizador" de la fila de Cadeca que va llamado a los clientes según la lista.
Todo el mundo presenció cómo un individuo llegaba al establecimiento, avanzaba distraído por la escalera y se aproximaba haciendo señas a través del cristal. La puerta se abrió y el hombre logró escurrirse entre el policía y el organizador, que no le dirigieron la palabra.
Quienes no cuentan con el "padrino" deben someterse al turbio sistema de las "listas", elaborado ilegalmente desde la noche anterior, y que pretende ser una forma espontánea de organización frente a la corrupción institucional
Los ojos de los clientes siguieron el acontecimiento en detalle, pero no se inmutaron hasta que el sujeto entró a la Cadeca. Primero fue un zumbido de comentarios, luego alguien increpó al organizador de la cola y por último estalló el hombre de la muleta, que abandonó su lugar y comenzó a gritar.
Ante los gritos y los dedos que le apuntan, el policía se queda tranquilo.
"Ese tenía un 'padrino' dentro de Cadeca", teoriza alguien. El apadrinamiento consiste en poseer un contacto dentro del establecimiento, un amigo o pariente que espante los obstáculos y facilite el acceso al primer lugar de la línea.
El cliente puede aguantar el sol, el calor y el hambre, pero jamás que alguien "no reconocido" se acerque al lugar y, misteriosamente, penetre en el edificio sin necesidad de espera, es intolerable.
Los trabajadores de la Cadeca de 23 –los de cualquier casa de cambio en Cuba– tienen su negocio de influencias. Los "elegidos" son familiares o amigos, y también coleros que pagan por que se les garantice un sitio privilegiado.
Quienes no cuentan con el "padrino" deben someterse al turbio sistema de las "listas", elaborado ilegalmente desde la noche anterior, y que pretende ser una forma espontánea de organización frente a la corrupción institucional. En ellas se anotan los compradores solitarios, pero también las "pandillas" de clientes, grupos de cinco o diez personas que pretenden asaltar Cadeca.
Sin embargo, pasar la madrugada en las inmediaciones de un establecimiento es considerado, por la Policía, como una violación. De modo que están autorizados para multar o arrestar a los coleros nocturnos. Pero es un riesgo que están dispuestos a correr los compradores de dólares: de todos modos, sin los pocos billetes que accede a vender el Gobierno tampoco es que se viva con decencia.
Por eso el hombre de la muleta se calma, avanza hasta el policía y le dice con serenidad: "Oficial, usted si quiere me arresta, pero esta noche yo voy a dormir aquí, a ver quién me va a quitar mañana el primer lugar de la cola".
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