Palacio del grafiti
La Habana/El escultor italiano Giovanni Nicolini dejó en Cuba cinco obras emplazadas, pero dos de ellas han ganado notoriedad por razones extraartísticas. Una es la dedicada al exmandatario Tomás Estrada Palma, colocada en 1921 en la intersección de la Avenida de los Presidentes y la calle Calzada, que fue arrancada de su pedestal tras el triunfo revolucionario de 1959. Hoy quedan solo los zapatos.
La otra, una colosal obra levantada en 1936 en la misma Avenida para homenajear al expresidente y mayor general José Miguel Gómez. La primera humillación que sufrió este enorme monumento fue que, en la misma época en que arrancaran a Don Tomás, se retirara la figura de bronce que representaba al homenajeado. Por esta causa, durante años el lugar se convirtió en un urinario público, zona de tolerancia sexual y, ya a finales de los ochenta, en el palacio habanero del grafiti.
Conmovedores mensajes de amor como el antológico "Lina, Carlos aún te busca", humorísticos como aquel de "La marihuana produce amnesia y otras cosas que ahora no recuerdo", los clásicos corazones enlazando nombres y cuanta obscenidad pudiera escribirse, llenaron los muros y columnas. Curiosamente no había evidentes reclamos políticos.
Un buen día de finales de los años 90, el señor Eusebio Leal, historiador de la ciudad, tomó cartas en el asunto. Para sorpresa de muchos se recolocó la ultrajada figura en su pedestal, hicieron una limpieza a fondo, pusieron un sistema de luminarias y contrataron vigilantes. Varios medios criticaron tardíamente el pillaje ya superado y a partir de entonces proliferaron los llamados a la disciplina social para evitar que se repitieran los hechos vandálicos.
Casi veinte años después, la falta de fijador ha propiciado que el desorden vuelva a enseñorearse sobre los maltratados mármoles. Dicen que no hay presupuesto para pagar custodios aunque también está la versión de que nadie está dispuesto a cumplir esa labor por el miserable salario que se ofrece. En los planes ya está incluida una nueva tarea de reparación y mantenimiento a cargo del Grupo de Inversiones de Malecón y Extramuros.
Se pudiera argumentar que José Miguel, por su nefasta reputación de permitir la corrupción a gran escala, no era digno de tanta fanfarria, incluso que el monumento en su conjunto resulta desmesurado y hasta kitsch. Sin embargo, las figuras femeninas con pretensiones helénicas no merecían el "maquillaje" agregado por los vándalos, y el amor entre Pablo y Lianel o entre Roberto y Alexis puede expresarse sin dañar el patrimonio nacional.