"Esto parece más un cementerio que un zoológico"
El parque de la avenida 26 reabre con menos animales: han muerto el rinoceronte, la boa, la tortuga Galápagos
La Habana/"Se nos ocurrió la idea de venir desde la madrugada", comentaba animada una mujer este viernes en la cola a la entrada del Zoológico de la avenida 26 en La Habana. La estrategia, pensada para entrar al recinto, que recién abrió tras meses cerrado por la pandemia, no funcionó bien porque la oferta de alimentos y la cantidad de animales en exhibición resultaron ser muy pobres.
La instalación, más cercana a los residentes de la capital que el Zoológico Nacional -mayor en extensión pero en la periferia de la ciudad- lleva años deteriorándose sin que lleguen las esperadas inversiones en su infraestructura. No obstante, tras más de un año sin abrir al público, "cualquier cosa que sea respirar aire fresco y pasear se agradece", al decir de un padre.
Los primeros rayos de sol iluminaron una fila que congregaba a unas 200 personas y comenzaba en la caseta donde se venden las entradas. La cola se extendía por la acera de la avenida en medio de la algarabía de los niños, impacientes por ver a los animales. La música infantil que brotaba de un altavoz ayudaba a tapar las quejas que emitían los padres mientras los minutos se prolongaban.
La lentitud para acceder al zoológico estaba motivada, en parte, porque la empleada de la caseta debía contar a cada menor de edad para poder entregar por cada uno un ticket especial que permite comprar en la cafetería. "Uno, dos, tres", enumeraba la trabajadora y entregaba a los padres una pequeña tarjeta de cartón numerada. "Los adultos no están incluidos en la oferta", añadía.
El trozo de cartulina debía ser entregado para comprar un módulo de confituras que este viernes incluía una bolsa de refresco y un paquete de dulces de chocolate por el valor de 20 pesos. Nada más atravesar la entrada, algunas familias aceleraban el paso o echaban una ligera carrera hacia el local gastronómico para alcanzar la oferta, que ya cerca del mediodía se agotó.
Mientras los padres se concentran en los alimentos, los niños buscan con la mirada los animales en exhibición, pero muchas jaulas y estanques están simplemente vacíos. "Cuando venía de chiquito recuerdo que había más cocodrilos, pequeños y también adultos" comenta con tono nostálgico un hombre que contabiliza solo "tres cocodrilos en toda el área" diseñada con una zona interior en forma de isla de Cuba rodeada de agua.
Al adentrarse más en el parque se echan de menos otras especies, el rinoceronte ha muerto, también la boa y la tortuga Galápagos. "Esto parece más un cementerio que un zoológico" exclama un hombre ante la enumeración que hace un trabajador de los animales que ya no están. Algunos fallecieron de vejez, otros por falta de los alimentos específicos que necesita cada especie, añade el empleado.
En algunos de los espacios donde antes se mostraba un ave, un mamífero o un reptil aún se puede leer el cartel de la especie que allí habitaba. Pero el deterioro no queda solo en las áreas vacías, sino también en aquellas en las que todavía se ve algún animal, con las pocetas vacías, sin alimentos aunque ya el reloj supera las once de la mañana y algunos emiten sonidos ante los visitantes para pedir algo de comer.
Un watusi muge sin parar, otros ejemplares se encuentran sucios y con mal olor, sobre todo los monos. "Pobres, al menos podrían tenerlos limpios y con agua para tomar, no se ven bien cuidados", comenta una señora que se compadece de los animales. En pocas jaulas se ven frutabombas, que aún no han madurado, y cebollinos como único plato.
La hipopótamo Paula se mantiene por horas parada en dos patas cerca de unos sacos de malanga que le sirven de alimento, pero durante toda la mañana ningún empleado viene a entregarle su comida. "Se ve que tiene hambre, pobrecita", le dice una niña a su abuelo ante la mirada del animal que se muestra muy sociable con los visitantes.
Un trabajador que pasa frente al lugar explica a un grupo que algunas personas inconscientes dejan las bolsas de plástico tiradas en el suelo, les dan de comer dulces a los animales y también lanzan piedras. La gente no se queda muy satisfecha con la explicación mientras el animal sigue frente a los sacos de malanga sin abrir.
Además del módulo gastronómico para niños, en la cafetería principal del zoológico solo venden polvorones y arroz blanco con huevo frito para almorzar, aun así hay una fila. "Cuando abrimos teníamos también frituras, pero se acabaron enseguida", le explica una empleada a los clientes. Algunos precavidos han traído alimentos de la casa y se sientan bajo los hermosos árboles del parque a hacer su picnic.
Los comerciantes privados son los únicos que parecen tener algo de variedad en sus mesas de venta donde ofrecen máscaras para protegerse del covid por 300 pesos, además de juguetes artesanales y otros divertimentos, en su mayoría manufacturados con plástico reciclado, latas de refresco o pedazos de madera.
Para los que se frustran por la pobre oferta de comida y la disminución de los animales en exhibición, siempre queda el parque de diversiones con aparatos tradicionales y otros juegos gestionados por privados, también quioscos que tienen una mejor oferta de alimentos y bebidas aunque los precios son altos. Sin ese pequeño oasis, la visita al parque sería tiempo perdido.
Los niños se divierten en las viejas canales de metal, las mismas que hace unas décadas sus padres usaban. Los columpios chirrían y el tiovivo deja mareado a más de uno. En los bancos, los familiares sacan cuentas del dinero que les queda, hacen algunas fotos para el recuerdo y empiezan a planificar la vuelta a casa.
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