Los parques infantiles en las provincias cubanas son cementerios de juguetes rotos
Los jardines que hace años sirvieron de zoológico, como los de Caibarién y Santa Clara, no corren mejor suerte
Villa Clara/Toboganes de lata torcida, aviones oxidados y columpios con los cables herrumbrosos; más que lugares de esparcimiento, los parques infantiles de Villa Clara parecen cementerios de juguetes rotos.
Por su parte, los jardines que hace años sirvieron de zoológico, como los de Caibarién y Santa Clara, no corren mejor suerte: las plantas carecen de cuidado y los animales que quedan –leones, cebras y monos– están famélicos y han tenido que cambiar radicalmente su dieta.
Municipios como Camajuaní –y sus poblados rurales– tenían su parque infantil al lado del paseo o plaza central. Ante la rotura de los aparatos y el descuido del terreno, cunde el aburrimiento y los padres no se atreven a dejar que sus hijos trepen por destartaladas escaleras ni a que se columpien en los carritos colgantes.
En Taguayabón, Rosalía, Palenque o Vueltas, las familias llevaban a los más pequeños a correr y jugar en lo que ahora es un solar baldío. Los aparatos que aún quedan en pie son peligrosos, y el latón con el que están fabricados puede cortar a los niños y provocarles alguna infección por el óxido del metal.
Cuando los antiguos aparatos, de manufactura estadounidense o soviética, acabaron por desaparecer, la solución de los burócratas fue levantar nuevas atracciones con molestas cabillas de construcción
Al parque de Taguayabón, construido en la década de 1980, nunca se lo ha reparado. "Lo único que se hace es chapearlo", lamenta María, habitante del caserío. "Le hace falta un buen mantenimiento, ni sombra tiene y es peligroso", añade.
Los parques podían estar delimitados por cercas de mampostería en los municipios más poblados, o por vallas de menor altura en el campo. Los huracanes y el descuido se han encargado de derribarlas, al igual que los árboles, que han sido talados o, en el caso de los más antiguos y frondosos como la ceiba de Camajuaní, sus raíces han destrozado el asfalto desde el parque hasta la acera.
Cuando los antiguos aparatos, de manufactura estadounidense o soviética, acabaron por desaparecer, la solución de los burócratas fue levantar nuevas atracciones con molestas cabillas de construcción, inapropiadas para los niños, o abrir una abertura en balas de gas y tanques de oxígeno, que fueron decoradas para remedar aviones o vehículos.
Durante décadas, el enorme tiovivo camajuanense fue perdiendo piezas hasta que quedó completamente destartalado sobre la arena, al modo de un viejo paraguas.
Es frecuente que los padres, agobiados por la falta de opciones para sus hijos, se trasladen hasta pueblos cercanos como Caibarién –que tiene playas– o a la cabecera provincial, Santa Clara. Ambas ciudades cuentan con parques zoológicos que, desde luego, han visto tiempos mejores.
Más allá del portón del zoológico de Caibarién, que antes era uno de los espacios más animados de la provincia, esperan montañas de chatarra: una "estrella" que no funciona, aviones que no se columpian y ningún lugar para merendar.
Pero quienes peor la pasan son los animales, que no solo no entretienen a nadie sino que producen preocupación y hasta rabia por parte de los visitantes. Las presiones y protestas de los pobladores han logrado que algunos ejemplares sean trasladados a Santa Clara, donde teóricamente podrían cuidarlos mejor.
En varias entrevistas ofrecidas a la prensa oficial, los trabajadores del centro han denunciado que carecen de presupuesto suficiente para el mantenimiento de las instalaciones y que a nadie importa la supervivencia de los animales.
Ya no están los leones –los han trasladado a Santa Clara–, que eran alimentados cuando los cuidadores "se acordaban" y que padecían de anemia, según dijo a 14ymedio Yeney Guerra, una vecina de Caibarién que se alegra de que ahora estén en "mejor vida". Nunca recibieron la visita de funcionarios o veterinarios que se interesaran por la situación de los felinos o los demás animales.
Los pobladores del barrio de Van Troi, próximo al parque, se han quejado varias veces de la fuga de monos hambrientos que acaban hurgando en los basureros o entrando a sus casas en busca de alimentos. Las jaulas que se supone que los retienen están dañadas por el óxido y los simios encuentran siempre una abertura por la cual escapar.
"El abandono en que se encuentran estos sitios hace que se vayan perdiendo los pocos lugares de esparcimiento que tienen los niños", indica Idalmis, otra vecina de la zona.
Ubicado cerca del cementerio de Santa Clara, El Bosque no es solo conocido por sus animales, sino también porque en sus inmediaciones se dejan montañas de basura
En cuanto a El Bosque –como se conoce al zoológico de Santa Clara– persiste la misma hambruna, el maltrato y las deplorables condiciones de crianza. El parque alberga dos leones, una decena de monos, algunos antílopes, un hipopótamo, un jaguar, avestruces, hienas, zorros, gallinas y cocodrilos.
El Bosque es célebre por su mal olor, derivado de la deficiente limpieza de las instalaciones. Posee dos cafeterías cuya oferta deja mucho que desear, y que se ha convertido en un punto de venta para que los vecinos compren algunos productos a granel.
"Aquí no venden casi nada, solo los particulares y a precios altísimos", se quejó a este diario Carmen, residente en Santa Clara. "Hoy traje a mi dos nietos, y he gastado más de mil pesos entre los equipos de diversión y comida".
Este diario comprobó que, recientemente, solo vendían vinagre condimentado a 250 pesos el litro y natural, a 240, mientras que una ración de mermelada costaba 5 pesos. Son los cuentapropistas los que, cada fin de semana, instalan un pequeño tren, motocicletas, un parque inflable y un barco mecánico.
La comida que ofrecen es poca y mal elaborada. Se vende a 20 pesos un vaso de refresco granizado, el helado a 30 y por el mismo precio una ración de algodón de azúcar. Un trago de piña colada cuesta 35 y, si pica el hambre, la pizza de queso de 90 pesos es la única opción disponible.
Ubicado cerca del cementerio de Santa Clara, El Bosque no es solo conocido por sus animales, sino también porque en sus inmediaciones se dejan montañas de basura, aves degolladas ritualmente por santeros, y excrementos de los borrachos nocturnos.
Nadie se atreve a caminar de noche por sus alrededores, por miedo a los delincuentes que, cada vez con mayor frecuencia, esperan bajo las ramas sobresalientes para asaltar a los transeúntes distraídos.
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